22 de junio 2016 - 00:00

Macri en zigzag: los costos de hundir al PJ y el peligro Massa

En el PRO evalúan que la crisis política del peronismo K puede dejar como único candidato de matriz PJ a Massa, a quien perciben como el principal rival de 2017.

Carlos Grosso y Sergio Massa
Carlos Grosso y Sergio Massa
 Carlos Grosso, el más sigiloso de los habitués de la mesa chica del PRO, a veces luce desactualizado y muestra fisuras, dicen los que lo escuchan, o imprecisiones sobre personajes y episodios. Pero en la galaxia de Mauricio Macri sigue siendo la voz autorizada para opinar sobre peronismo. No porque sepa más que Emilio Monzó, que es quien está más nutrido sobre estirpes PJ, sino porque Grosso aparece, a la vista de los macristas, descontaminado. "Carlos no está jugando la personal", defiende sus tesis un dirigente PRO.

A Grosso, que esta vez parece coincidir con Monzó, se invoca como portavoz de una intriga PRO. La saga de juicios, imputaciones y, en estas semanas, detenciones de funcionarios y dirigentes K es una trompada al peronismo y limita sus chances electorales para 2017, lo que beneficia, por derivación, a Sergio Massa. Grosso, y también Monzó, aparecen entre los que agitan esa alerta: el daño extremo sobre el PJ post-K puede convertirse en un bumerán que Cambiemos pague en las elecciones del año próximo.

En verdad, la discusión en el macrismo primer anillo data desde principios de mayo. Y empezó con la furia presidencial por la conducta de Massa tras la luna de miel de Davos, donde llegó a considerarlo un socio político. El "precio" que el tigrense le puso a cada apoyo en el Congreso, donde es la llave del quórum, potenció el enojo de Macri y el malestar de sus dos interlocutores legislativos del PRO: Monzó y Nicolás Massot, el jefe del bloque macrista.

"Con Sergio todo es día a día", dice, desde entonces, Massot cada vez que otros legisladores y funcionarios le piden certezas sobre cómo jugará el Frente Renovador ante determinadas leyes. El paquete anticorrupción de esta semana es una prueba: semanas atrás, Massa exigió reformas en el proyecto antidelito enviado por Patricia Bullrich que legalizaba, entre otros procedimientos, al "agente encubierto".

Aquel texto tenía, en la versión original, un apartado sobre la figura del arrepentido, que ya existe para lavado de dinero (en ese rubro pudo incorporarse "Leo" Fariña). Pero el massismo, sabedor de que puede frenar o empujar leyes, pidió sacarlo porque Massa tenía su propio proyecto.

Fue cuando Laura Alonso empezó, desde la Oficina Anticorrupción, a trabajar en un texto por "pedido del Presidente" dicen a su lado. Ese proyecto está terminado y propone, incluso, la extinción total de la pena. Alonso se lo derivó a Germán Garavano, quien todavía no lo giró al Congreso. Pero esta semana, Massa pedirá que se avance con una ley del arrepentido.

Esa destreza del tigrense, una habilidad casi innata, irrita a Macri e incomoda a Monzó, que, en un pico de su tensión con María Eugenia Vidal, le reprochó al Presidente que mientras el FR le ponía límites en el Congreso, Vidal le cedió el manejo administrativo de la Legislatura bonaerense con sus encantos y recursos.

La detención de José Francisco López se produce en el momento en que el macrismo empezaba a ensayar una respuesta, desde la práctica, a una pregunta vital: ¿cuándo, en qué momento del año, debía empezar a confrontar con Massa? Esa duda cabalgó Grosso y parte de una convicción que reina en el PRO: el rival a vencer en 2017 es Massa, no Cristina de Kirchner -que posiblemente ni sea candidata- ni, tampoco, hasta acá, Florencio Randazzo, que asoma y vuelve a esconderse, habla con intendentes y legisladores y tira líneas de armado. Sobre el exministro, un peronista bonaerense que junta punteros para el PRO en el conurbano, emite un radiograma provocador: "Florencio no sabe hacer política desde afuera del Estado".

También Daniel Scioli avisó, aquí y allá, que no tiene intención de competir en los comicios del año próximo. Randazzo, Cristina y Scioli son, con particularidades, los candidatos más taquilleros del peronismo post-K sin que ninguno, per se, logre seducir mayorías.

Es Massa, en los sondeos del PRO, el peligro electoral. Porque captura peronismo, quedó despegado del planeta K y captura sectores que fueron, en 2015, hacia Macri, y desencantados con el PRO podrían migrar sin conflicto hacia el tigrense. Pero el factor más nocivo es político.

Con el kirchnerismo implosionado pero conservando un caudal de votos y el peronismo sin candidato taquillero, Massa puede convertirse en la esperanza blanca de los caciques que quieren retener sus territorios y los que fantasean con volver a tener butacas, como es el caso de Julián Domínguez.

Caciques

La lluvia ácida sobre la herencia K, con detenciones y prisiones, puede terminar produciendo lo que los propios peronistas no logran hacer: que el PJ se arrime y, aun con fórceps, trate de sintetizar una única oferta electoral para 2017 en la estratégica provincia de Buenos Aires. Massa es, para caciques desesperados y sin oferta electoral, un mal menor. "Nosotros no tenemos un buen candidato", se confesó un dirigente PRO que se mueve pegado a Vidal.

Con la ley antidespidos, el PRO jugó a debilitar a Massa o, al menos, hacerle sentir que no lo necesitará siempre. Por eso, en Diputados colaboró para que salga la ley del FpV que luego vetó Macri. Duró un rato: bajo fuego judicial y político, a Cambiemos le resulta tóxico pegarse al peronismo post-K y Massa gana tiempo mientras fantasea con un déja vú de 2013, el sueño húmedo de la ancha avenida del medio.

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