5 de agosto 2016 - 18:52

Río 2016 abrió sus Juegos a plena música, alegría y un mensaje ambiental

El Maracaná, imponente escenario para la inauguración de los JJOO.
El Maracaná, imponente escenario para la inauguración de los JJOO.
La matriarca octogenaria de la música brasileña en una fiesta funk de ágiles bailarines, la mayor selva amazónica del mundo en su descarnada lucha contra el asfalto, del brillo dorado de Giselle Bundchen al espíritu guerrero de las favelas: Río inauguró sus Juegos cantándole al mundo que es diferente, que es mezcla, que es vida.

La "Cidade Maravillosa" se presentó desde el aire, con un video que mostraba que los anillos olímpicos han venido al lugar adecuado, una tierra que ama al deporte, al aire libre y a esa exuberante belleza suya que tantos han amado.

Mientras en el campo de juego se escenificaba un enorme símbolo de la paz en verde y con un árbol dentro, una batucada con fuegos de artificio ensordeció a un Maracaná todavía a la expectativa, hasta que sonó su voz.

Brasil, ese gigante sin fin, hijo de la diversidad, de la batalla por la supervivencia, donde a la alegría y al dolor se le pone música se presentó a al mundo con la voz de Paulinho da Viola. El señor de la samba, pegado a su guitarra cantó ante miles de millones de espectadores, el himno nacional con la delicadeza y la intimidad de una canción de amor.

Pero desde hace meses este Brasil convulso no suena apacible, sacudido por la crisis y la incertidumbre. Quizás por eso la organización prefirió presentar únicamente al presidente del Comité Olímpico Internacional (COI), Tomas Bach, y ahorrarse el saludo al presidente interino del país, Michel Temer, como estaba previsto. Los abucheos llegaron al final, cuando declaró oficialmente inaugurado la competencia.

El Comité se ha cansado de repetir que la política quedaba fuera de los Juegos, aunque sea por este viernes, y el gigante sudamericano se dedicó a contar su historia, la del quinto país más grande del mundo, hogar de 206 millones de habitantes y de la mayor biodiversidad del planeta en su inmensa selva amazónica.

Un grupo de bailarines indígenas realizaron danzas tradicionales y los portugueses arribaron en sus carabelas, mientras que, atrapados en inmensas ruedas rojas, acróbatas recordaron el sudor y el sufrimiento de los esclavos negros en los arados, y el peso de los grilletes de la dominación.

Son el corazón negro de Brasil, herido por casi 400 años de esclavitud y que aún lucha por la igualdad en un país que, fuera de la ceremonia, en la vida real, celebra su diversidad, pero no la mete en casa.

De repente, el piso del Maracaná se convirtió en un juego geométrico donde los edificios surgían veloces del suelo, cada vez más altos, cada vez más juntos, como en sus grandes ciudades al ejemplo de San Pablo, la mayor ciudad del Hemisferio Sur.

A esos amasijos de cemento, hogar de la mayoría de los brasileños, llegó a recoger a los 3.000 millones de espectadores el inventor Santos Dumont, uno de los pioneros de la aviación, que puso al servicio de la ceremonia su histórica nave.

La 14 Bis despegó desde el suelo del Maracaná para un viaje aéreo por el Río más tropical, el del imaginario colectivo, esa ciudad sensual y llena de curvas como las ondas de Copacabana.

Y si al mítico compositor Tom Jobim no se le comprendía sin Río, un canto a esta ciudad no se entiende sin sus acordes.

En la apertura de los Juegos, su romanticismo con sabor al mar carioca se mezcló con el brillo de Giselle Bundchen, la supermodelo más cotizada del mundo, la cara de un Brasil luminoso e internacional, que con sus largas piernas y un destellante vestido dorado se apoderó del templo del fútbol.

Sus 180 centímetros se mecieron como nunca al desfilar al son de la icónica Garota de Ipanema de Jobim, interpretada por su nieto a un piano que acabó apagando la potente Ludmilla.

"Yo sólo quiero ser feliz/ Andar tranquilamente/ en la favela en que nací y poder enorgullecerme/ y tener consciencia de que el pobre tiene su lugar", cantó la famosa intérprete funk, que armó una fiesta llena de ágiles bailarines de hip hop, como las que cada fin de semana reúnen a miles de jóvenes de las periferias.

Sólo que a ésta se apuntó Elza Soares, la gran dama de la música nacional, que a sus 86 años entonó un tributo a las religiones afro-brasileñas, mezclado con los nuevos ritmos.

La celebración, sin embargo, alcanzó el zénit cuando el Maracaná se puso a moverse junto a los 1.500 bailarines al son del himno popular "País tropical". Y al final del desfiles de delegaciones, cuando se presentó Brasil con sus 480 deportistas.

Entonces llegó el turno de la mayoría de los alrededor de 11.000 deportistas que competirán en los Juegos, de ellos es ahora la ciudad hasta el 21 de agosto.

Desde Grecia hasta los anfitriones, desfilaron los 206 países participantes, incluida la inédita delegación de refugiados bajo la bandera olímpica ante un estadio entregado. Un pequeño guiño al mundo que sigue sangrando, al que hoy no apuntan los focos.

Tras el desfile, llegó el momento de izar la bandera olímpica y cantar el himno oficial. El presidente Temer declaró inaugurado los Juegos entre abucheos. Caetano Veloso y Gilberto Gil le dieron el toque musical a la jornada, para finalmente darle lugar a los últimos tres relevistas: el tenistas Guga Kuerten, la basquetbolista Hortencia y Vanderlei de Lima, maratonista que fue atacado en Atenas 2004 cuando lideraba y finalmente ganó el bronce. Este viernes tuvo otro momento histórico al encender el pebetero.

Un pedazo de ellos es hoy olímpico, como este Brasil que lucha de nuevo por recomponerse, pero que hoy está de fiesta.

Tras 120 años de espera, ya están aquí los primeros Juegos de Sudamérica.

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