27 de abril 2017 - 00:00

Obstinación del BCRA frustra el crecimiento posible

Importantes economistas han señalado, con razón, que el gasto público es demasiado elevado, tanto en términos históricos como en relación con la recaudación. En efecto, el gasto del estado argentino alcanza a un 45/48% del PBI. Y el déficit primario del gobierno nacional supera al 4,5% del PBI. El enorme peso del estado, en relación con los servicios que efectivamente provee resulta en una presión fiscal, una exigencia de pago de impuestos y contribuciones, que desalienta la actividad económica de los privados. Ello excita mayores gastos del gobierno, para solventar a los que no consiguen ingresos produciendo bienes y servicios para el mercado. Y también impulsa mayores costos, por el peso de los gastos fijos, salarios, impuestos y la falta de competencia. No es fácil liberar importaciones y regulaciones sectoriales cuando la demanda interna está frenada.

A esta visión la contestan diciendo que no es posible reducir los gastos en momentos de demanda retaceada y definiciones electorales próximas. Lo cual es también cierto.

¿No hay salida entonces?

El BCRA adoptó una política razonable, en otros países o circunstancias. "Flotar el tipo de cambio". Las autoridades establecen la emisión monetaria consistente con dominar la inflación y que el mercado determine el valor del dólar

A mi entender, esa política monetaria no es realista ni la recomendable aquí y ahora. Proclamar la libre flotación cambiaria cuando el estado es el principal operador en los mercados monetarios, cambiarios y financieros, es un espejismo, una contradicción en sí misma. Un auténtico oxímoron. Pues el estado es el principal oferente de divisas, pesos y bonos. Vende los dólares recibidos por colocación de deuda y cobra pesos. También es la principal fuente de emisión monetaria, emitiendo pesos para financiar al estado, sin ninguna consistencia con la demanda de pesos de la población, pues lo domina el déficit fiscal. También es el operador determinante en el mercado financiero, colocando bonos y regulando el crédito.

Otro rasgo diferenciador importantísimo de nuestro país, es que, por su larga historia inflacionaria y de quebrantamiento de reglas, los inversores en Argentina miden en dólares muchas decisiones. En la realidad, la contabilidad de la mayoría de las inversiones y transacciones comerciales se computa en divisas.

Es particularmente relevante reconocer que cuando la gente vende dólares a cambio de pesos está decidiendo una variación en la composición de sus activos, consecuencia de la mayor confianza en el gobierno. Como la confianza ganada es muy contundente, esos cambios de cartera son sustanciosos. Y violentos. Y no es necesario ni recomendable hacer recaer los costos de esos ajustes de largo plazo en los precios de corto plazo. Estos ajustes están generando que los argentinos sufran la mayor inflación en dólares del mundo.

La respuesta a la frustración de un gobierno bien orientado, sustentado en una opinión pública optimista, es modificar el escollo, la piedra en el zapato. Una nueva regla monetaria. El BCRA debiera reconocer que la raíz de la frustración económica está en su orientación. Por eso, convendría anunciar un acomodamiento de la política monetaria reconociendo las características actuales de Argentina. Que la gente quiere adaptar sus carteras de inversiones a las nuevas circunstancias de mayor confianza. Que la emisión monetaria no es la única causa de inflación, en lo inmediato. Los costos pueden variar independientemente, por aumentos salariales, impositivos, tarifas, precios externos, etc. Con esa perspectiva, el BCRA fijaría un tipo de cambio razonable y único para todas las transacciones, por un plazo mínimo que parezca conveniente, unos tres a cinco años, por lo menos.

La gente reaccionaría con gran entusiasmo, invirtiendo y expandiendo su producción, contratando empleados y ofreciendo sus productos a mejor precio. El gobierno ganaría las elecciones y las frustraciones se aliviarían.

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