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Considerado demasiado cercano a Irán, Qatar es acusado -por Riad, con el apoyo de la nueva administración estadounidense- de querer desestabilizar a toda la región. Trump, quien vendió armas a Arabia Saudita por un total de 110 mil millones de dólares, está desde siempre en contra del acuerdo sobre el programa nuclear promovido por su predecesor Barack Obama y quiere rever las relaciones con Teherán.
Las críticas de sus vecinos en la península arábica son particularmente pesadas: Doha, que tiene contactos con todas las realidades árabes, es acusada de apoyar a facciones chiítas (también en Arabia Saudita) y de financiar directamente a los grupos terroristas.
La realidad es que Doha mantiene relaciones con extremistas y es verdad que apoya a los Hermanos Musulmanes, pero nada demuestra la existencia de financiamiento directo a los terroristas de Al Qaeda o a los sirios de Al-Nusra.
Qatar parece en verdad dar mucho fastidio a los países limítrofes. Doha se rehusó, en 1971, a unirse a los otros emiratos, como Abu Dhabi, al final de la dominación británica. Y después del descubrimiento del grandes reservas de hidrocarburos, el emirato se convirtió en rico, invirtiendo en el deporte y la cultura al punto de ganar la organización del mundial de fútbol de 2022.
Su panislamismo, además, es considerado cada vez más peligroso para sus vecinos, que temen un reforzamiento de los movimientos chiítas.
Doha niega rotundamente las acusaciones. "Estamos combatiendo el financiamiento de cualquier grupo terrorista", afirmó el ministro de Exteriores, MOhammed Al Thani.
Kuwait, que mantiene una cierta neutralidad, está lista a negociar entre Qatar y Arabia Saudita, y lo mismo dijo estar listo a hacer el secretario general de la ONU, Antonio Guterres.
Pero las posiciones parecen por ahora estar muy lejos.
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