17 de noviembre 2017 - 22:01

Ciclo 2017/18: el productor pierde competitividad

Cada se vez se necesitan rindes de indiferencia más altos. El incremento de los costos y la falta de buena financiación para el sector obligan a los agricultores a afinar sus lápices.

Ciclo 2017/18: el productor pierde competitividad
Si bien las medidas económicas iniciales de principios del año pasado habían abierto expectativas muy favorables para el campo (en especial, para los granos tras el recorte de buena parte de las retenciones a cero), después de más de una década de postergación y castigos varios, la realidad posterior fue diluyendo las posibilidades, al menos, para el corto plazo.

Es que la sumatoria de presión fiscal, inflación, tipo de cambio y aumentos en los costos fue erosionando paulatinamente las mejoras esperadas. Sobre eso, contingencias climáticas en buena parte del país agrícola, y plagas y enfermedades provocadas por la mayor humedad, y sus consecuentes mayores costos, completaron un escenario en el que los resultados de la campaña 16/17 distaron de ser los esperados por la mayoría, tanto en volúmenes como en rentabilidad. Tanto así que oficialmente todavía no se cierra la campaña, ya que son varios los lotes que quedaron sin cosechar, y tampoco se informa aún sobre el nivel de las pérdidas que se registraron.

Con ese bagaje a cuestas, los productores comenzaron a "hacer los números" para este nuevo ciclo 17/18, con precios internacionales relativamente debilitados por el mantenimiento de grandes producciones mundiales y altos stocks, situación que no parece que vaya a cambiar tampoco por ahora.

El caso es que tras 5 años de cosechas récord en el mundo, y 4 ciclos con excesos hídricos en la Argentina, "sólo un fracaso en las grandes cosechas de Brasil, o de Estados Unidos (recién en el segundo semestre del año próximo), podrían provocar una mejora en las cotizaciones internacionales que "salven" a la producción local", reconoce el analista Gustavo Oliverio.

Es que según los números, se requieren cada vez más altos rindes de indiferencia para "salir hechos". En soja 32 quintales, y en trigo 30 qq, mientras que el maíz requiere de, al menos, 80 quintales considerando también la "secada" que, con las técnicas y fechas de siembra actuales, se hacen casi imprescindibles. Y, si esto es así en las zonas típicas de cada cultivo, los resultados se vuelven más exigentes aún a medida que los campos se alejan de los puertos ya que, por un lado, el costo de los fletes se vuelve privativo y, además, los rindes promedio también se van alejando de los óptimos.

De tal forma, se calcula que sobre 250-300 km de distancia a lugar de entrega (puerto o fábrica) los resultados económicos son de "equilibrio", o sea, en pleno corazón de la Pampa Húmeda donde el transporte se estima en alrededor de u$s40 por tonelada. Pero, a partir de ahí, los números del flete van en escalada hasta superar los u$s72 por tonelada, después de los 800 km, desde Salta, por ejemplo. Y esto, según la tarifa Catac (camiones) vigente, por lo que se estima un aumento para este transporte a partir del primer trimestre del año próximo cuando, justamente, comienza la cosecha de granos gruesos.

De hecho, en el sector se sostiene que el flete ya cuesta más que arrendamiento y eso que los alquileres, en algunos casos de campos muy buenos, también se afirmaron un tanto, mientras que el resto bajó un par de quintales y se podría decir que, en promedio, ronda el equivalente a 10 quintales de soja por hectárea. Con este escenario el panorama, más allá de las intenciones de los productores, es bastante dudoso, y si bien es el clima el que tiene la última palabra, ya hay algunas precisiones como que hay más de 1,5-2 millones de hectáreas aún bajo el agua, y una superficie incierta muy dañada por napas altas y salinización que, de hecho, no serán sembradas esta campaña.

También, se sabe que el área de soja va a caer, aunque con las condiciones globales, ese dato podría variar y la oleaginosa podría recuperar parcialmente alguna superficie en detrimento del maíz que es más caro de producir.

Y, como con el girasol no habrá casi cambios, entonces prácticamente quedará otra vez el cereal (maíz) como el cultivo determinante del volumen final de la próxima cosecha, aunque las principales estimaciones privadas sostienen que, en el mejor de los casos, no se superarán los 125-128 millones de toneladas que ya se alcanzaron en el último ciclo.

Además, si las condiciones climáticas fueran adversas ese volumen podría, incluso, disminuir.

El dato adicional es que con el costo actual de la financiación, es muy difícil que en los cultivos se apliquen, masivamente, los paquetes tecnológicos disponibles, lo que disminuye las posibilidades de asegurar rindes muy altos. Por otra parte, con los intereses que brinda hoy el sistema financiero (Lebac, etc.) también se complica conseguir fondos extra como había en otros tiempos (pools de siembra, entre otros), y la oferta queda circunscripta al sistema bancario, público y privado, ambos muy activos alrededor del campo, las tarjetas de crédito específicas, y el circuito comercial.

Muchas restricciones para un ciclo que, sólo para la implantación de los cultivos, implica alrededor de u$s12.000 millones (unos u$s300 promedio, por hectárea), con una carga impositiva que tampoco se sabe si va a bajar (más vale, algunos sospechan que puede incluso, subir), con una renta que en el mejor de los casos, es baja y variable y que, como se mencionó al principio, requeríría de que alguna de las grandes cosechas del mundo (Brasil o Estados Unidos), fracasen para que las cotizaciones suban, y los agricultores argentinos "zafen".

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