23 de mayo 2018 - 00:00

“A la literatura le importan los detalles, la intimidad, el chisme”

Una de las voces nuevas de la literatura brasileña, su novela, ambientada en una Rumania imaginaria, relata una vida a través de la mirada de los otros.

Lura Haber. Artista visual, profesora, escritora y editora, tras varios libros de ensayo y poesía publicó su primera novela.
Lura Haber. Artista visual, profesora, escritora y editora, tras varios libros de ensayo y poesía publicó su primera novela.
Un artista rumano que va de beca en beca, de residencia en residencia, conocido por sus intervenciones en biblioteca sirve a la brasileña Laura Erber en "Ardillas de Pavlov" (Adriana Hidalgo) para construir un artefacto poliédrico, un entretenido relato que se abre en múltiples direcciones y que habla del arte, la imaginación contemporánea y las utopías fracasadas. La carioca Laura Erber es artista visual, profesora, escritora y editora; tras varios libros de ensayo y poemas pasó a la novela y hoy es figura destacada de la nueva literatura brasileña. En su visita a Buenos Aires dialogamos con ella.

Periodista: ¿En "Ardillas de Pavlov" buscó mostrar que se puede contar la vida de alguien a través de fragmentos de la vida de los que lo rodean?

Laura Erber: No era algo consciente al comienzo pero poco a poco entendí que esa era mi manera de describir una vida. Yo no soy lineal, soy desorganizada. Y quise contar la vida de Ciprian Momolescu como mi modo de vivir. Creo que la vida de uno está hecha de retazos de otras vidas. También intento a través de la novela investigar la posibilidad de que la literatura haga historia del arte contemporáneo. La literatura como otra historiografía. En los libros que tratan de la vida de artistas, ellos hacen su propia historia del arte. Son formas no hegemónicas de narrar la historia del arte. Permiten ver dimensiones del arte que los historiadores del arte no tienen en cuenta; dejan de lado temas y experiencias que no se consideran importantes. A la literatura le importan las pequeñas historias, las intimidades, los datos, los chismes, que entregan el universo imaginario de la época. Para esa historia de vida necesitaba un narrador irónico, alguien que ejerciera la auto ironía, la auto desmitificación. Y no una ironía que juegue a la fácil destrucción sino la que abre otras posibilidades de comprensión, el de la frase que lleva al lector a detenerse un instante.

P.: Usted pone su experiencia de ensayista y artista al servicio de una novela básicamente entretenida.

L.E.: Busqué escribir del modo que a mí me gusta leer. Es difícil para el poeta caer en la novela. Uno no termina de controlar el monstruo. Se siente el desafío de hacer vivir un organismo narrativo. Quise que la historia avanzara tropezando, como los films mudos que usan ese recurso para provocar interrupciones, para pasar a otra cosa, para abandonar historias, casi como los chicos cuentan sus cosas y pueden con tres frases resolver la historia de una nación. Hay en la historia el gusto de coleccionar pequeñas historias, la miniaturización de los hechos, la historia dentro de otra historia con el modelo de una matrioshka. Quizá todo eso tiene que ver con que no partí de la pretensión de ser una novelista, del orgullo de hacer una novela, sino de largarme a jugar para ver hasta dónde podía narrar con mi manera un poco caótica, con mis procedimientos poco convencionales; no porque esté en contra de las novelas tradicionales, que me gustan, sino porque si me forzara a esas fórmulas saldría algo muy aburrido, algo que no interesaría a nadie, por empezar a mí misma.

P.: ¿Eso tiene que con búsquedas de la vanguardia literaria brasileña?

L.E.: En Brasil, a diferencia de la Argentina, la literatura está muy polarizada entre el experimentalismo y el convencionalismo. El experimentalismo es expresión de una gran vanidad. Y me irrita la literatura con vocación edificante. Lo mío no va a favor o contra algo. Es la escritura como placer de explorar, y de transmitir ese placer. Somos nuestra forma de contar. Y yo puedo ampliar el relato introduciendo imágenes. Por caso cuando el narrador dice que al estar fuera de foco se parece a la filósofa María Zambrano, y unas páginas después aparece la foto fuera de foco de Zambrano. Eso vale tanto como el que su padre, en la Rumania de los Ceausescu, de transgresor surrealista encarcelado pasó a ser protegido del régimen comunista tras escribir "Las aventuras del Osito Metalúrgico".

P.: ¿Una brasileña inventa la vida de un artista rumano por Ionesco, Cioran, Gherasim Luca o por el grotesco final del comunismo rumano?

L.E.: Inventar la vida y memorias de Ciprian Momolescu me permitió unir las becas a los artistas con el exilio, hablar de la identidad nacional y el sentirse expatriado, la pérdida de las ambiciones utópicas y el despliegue de la indiferencia, y sobre todo hablar desde la periferia. Desde la periferia, no desde el margen. Una mirada periférica que no fuera la latinoamericana y abrirme a pensar desde allí sobre el imaginario de nuestra época, la creatividad, y los resabios del pasado. Mi Rumania es una construcción narrativa que reúne a muchos países del Este, además de estar instalada en el extremo Occidente, en la última frontera de lo latino. Escribir es mi modo de estar lejos de mí misma, de encontrar otra forma de sentir, de pensar.

P.: ¿Qué está escribiendo ahora?

L.E.: Trabajo en una historia que parte de un "fait divers", de un suceso no exactamente policial, de un crimen en la relación entre un ser humano y un chimpancé. Parto de un hecho real, de la violencia de un chimpancé contra una mujer obsesionada con ese animal. Estoy fascinada con esa mujer, estoy tratando de capturar el tono preciso de su modo de estar en la vida. La literatura se me aparece de nuevo como una investigación sin método, como otro modo de entender algo. Me permite trabajar otra vez desde la distancia y con humor porque todas las obsesiones son finamente cómicas.

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