25 de mayo 2018 - 17:40

Gaudio-Coria, la trama detrás del partido más histérico de la historia

Fue bautizado como “una sesión de psicoanálisis a cielo abierto para todo el mundo”. A horas de un nuevo Roland Garros, el libro La Final recorre el antes, el durante y el después de un duelo aún latente.

Gaudio-Coria, la trama detrás del partido más histérico de la historia
El revés paralelo a dos manos no llega a tocar la línea y el "vamos" de Gaudio se escucha amplificado por los micrófonos de cancha. Nadie habla. Ya no hay murmullos. Coria camina despacio rumbo al ball boy más lejano sin poder dejar pasar alguno de todos los pensamientos negativos que lo atraviesan. 15-40. Doble match point. Gaudio se acomoda una vez más la gorra esperando poder recibir el servicio más largo de toda su carrera. Ya pasaron tres horas y media del partido más ciclotímico de todos los tiempos. Pausa. Repaso.

Alejandro Prosdocimi fue un testigo privilegiado de aquella final de Roland Garros de 2004 que, por primera, y única vez, protagonizaron dos argentinos. Habitué de todos los torneos grandes de tenis como redactor especializado para diversos medios, el periodista decidió ir a ver ese torneo en calidad de amante del tenis. "Fui pensando que iba a ver ganar a un argentino", asegura. Esa seguridad se apoyaba en varias patas. Para empezar, Guillermo Coria llegaba como número tres del mundo, con el antecedente directo de sólo haber perdido un partido en polvo de ladrillo desde su derrota en las semifinales de Roland Garros 2003 ante el ignoto Martín Verberk, un holandés que disfrutó de su one hit wonder ante El Mago de Venado Tuerto. En resumen, Coria era el mejor jugador en polvo de ladrillo en una época en la que Roger Federer era un flamante número uno que todavía no podía destacarse en canchas lentas y el ex campeón Gustavo Kuerten llegaba a medias tras una lesión (al igual que el Mosquito Ferrero, el último campeón, y el incipiente Rafael Nadal, quien no podía ser de la partida por una fractura en el codo).

Los rivales más directos, eran argentinos. Principalmente David Nalbandián, octavo preclasificado. Juan Ignacio Chela (22 en el cuadro), Guillermo Cañas y Gastón Gaudio (44 del ranking) corrían en desventaja. "Al Gato lo conocía de chico y sabía de su potencial, pero venía de jugar muy mal en los torneos previos. Antes de arrancar, me lo encontré a Franco Davin (su entrenador) y me dijo que estaba en un gran nivel, que este torneo se jugaba con pelotas Dunlop y que Gastón se sentía muy cómodo porque eran más pesadas que las Penn, que son muy voladoras". Prosdocimi, que había ido en calidad de espectador, no tuvo mejor idea que jugarse 30 euros en favor del jugador de Tapiales. "Aposté sin expectativas", dice con la distancia como señuelo.

El primer saque de ese match point en contra fue uno más de todos los avisos que dio Willy Coria a partir de "el otro partido". Ese que nació luego de ganar los primeros dos sets por 6-0 y 6-3 y de estar más que encaminado rumbo a la lógica del momento. Ancho, muy ancho. El segundo, la confirmación. Un servicio débil que el Gato tampoco aprovechó porque, pese a que las garras ya las tenía afiladas, la coronación tenía que venir en la nueva lógica, la del error no forzado. Fueron seis golpes intercambiados hasta que Coria devolvió una pelota sencilla con un drive al centro de la cancha, y se convirtió en ratón. Porque si el tiempo en algo le dio la razón al Gato es en ese revés exquisito que, invertido, se convirtió en la bola del triunfo. En la raqueta al cielo, el festejo de su equipo en la tribuna y esa improvisación de abrazo que le devolvió a un Coria abatido que acababa de ofrecerle su mano al paso para dejar rápido un momento que nunca podría superar. Y es que La Final -Planeta-, el libro que Prosdocimi editó hace semanas narra justamente la historia de un partido que cambió dos vidas.

O tres, porque el periodista no sólo fue espectador de lujo de uno de los eventos deportivos más importantes de deporte argentino sino que, además, multiplicó por 160 su apuesta inicial. "Me pagué todo el viaje. Pero una vez que estaba frente a esa final, estaba chocho. No me importaba el ganador. Sólo quería que sea un partidazo. Largo y vistoso. Y se dio todo". El periodista cuenta que "tenía simpatía por Gaudio, pero a Coria le debía mi admiración. Es uno de los episodios que mejor explica la importancia de lo mental o psicológico en el deporte". Y que, como dice el autor en el libro, se trató de un partido "tan histórico como histérico". Como también apunta en voz de un colega "una sesión de psicoanálisis a cielo abierto televisada para todo el mundo". Tanto que hasta Prosdocimi fantasea con la idea de que haya inspirado a Match Point, la película que Woody Allen estrenó al año siguiente


El libro no sólo es un relato de esa final. Claro está. Sino que se centra en toda la previa y lo posterior. En el análisis y la explicación de una rivalidad que, al día de hoy, todavía no pudo ser saldada. "Tienen un tema de piel. Nunca se gustaron, Coria es más campechano, futbolero. Gaudio, más urbano, sofisticado. Tenían posiciones distintas para la Davis, donde Gaudio se mostraba más de equipo. Si a Coria le hubiesen dado a elegir habría elegido jugar con un mejor jugador y resolverlo por cuestiones tenísticas. Pero Gaudio le sacó ventaja con el psicoanálisis, algo que Coria no tuvo. Se puso frente a frente con sus fragilidades, mientras que Coria descubrió ese mismo día en qué era flojo. Le llevaba una ventaja emocional. Lo más probable es que si juegan nueve veces más, las gane Coria. Pero el Gato aprovechó su única oportunidad. Y los dos sabían eso. Esa tensión estaba en el aire. El problema fue que Coria sólo sabía ganar y todavía no había aprendido a perder, mientras que Gaudio tenía un doctorado en derrotas".

Quizá algo de todo eso sea parte de la explicación de por qué Argentina no pudo nunca tener un número 1 del mundo (más allá de aquel asombroso 1975 de Guillermo Vilas). "Nos falta la frialdad del europeo, pero también la educación y la formación. Federer o Nadal están mejor educados que Coria o Nalbandian. Además de que son enormes tenistas, la familia no vive de ellos. Los pibes no abandonan el colegio a los 13 años. Es una cuestión compleja y profunda. Coria desde los 7 años viajaba a entrenar de jueves a domingo desde Venado Tuerto a Don Torcuato. Fue un chico trasplantado de una infancia normal. A los 13 estaba en una academia en Miami y a los 15 vivía en el Cenard. Es una rata de un laboratorio que es el sistema". Y a propósito de lo que vino de postre (el alejamiento de las canchas y su retiro final en 2009) Prosdocimi sostiene que "aquella final fue el principio del fin. Fue una astilla en un vidrio. Coria se fue desmoronando. Y la oportunidad perdida cada vez se hizo más grande. Gaudio, en cambio fue campeón de una chance".

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