20 de julio 2018 - 23:43

Det Sjunde Inseglet

Ingmar Bergman y Mauricio Macri
Ingmar Bergman y Mauricio Macri
En 1957 Ingmar Bergman regaló a la Humanidad una escena memorable que, al día de hoy, desde la psicología a la sociología, pasando por la teología y, obviamente, la política y la economía, reinterpretan. Fue en "El Séptimo Sello" (Det Sjunde Inseglet, en el sueco original), film ambientado en la Europa medieval, donde se relata la llegada del cruzado Antonius (Max von Sydow) a su hogar luego de 10 años de lucha. Al volver, lejos de la paz buscada luego de la guerra, encuentra una comunidad diezmada por la peste negra. Sabiendo de su destino y ante el encuentro con la muerte, decide jugárselo con ella en una partida de ajedrez que sabe que perderá. Lo que busca el caballero no es evitarla sino ganar tiempo hasta encontrar el sentido de lo que inevitablemente vendrá.

Salvando las distancias y las épicas, la metáfora debe servir para interpretar el momento que vive Mauricio Macri. Lo asuma o no, al actual Presidente le tocó en la Historia el momento de tomar decisiones ante una comunidad que debe asumirse diezmada por un despropósito político-económico que llegó a su fin. La Argentina ya no podrá vivir mucho tiempo más con déficit fiscal si quiere, en serio, eliminar el verdadero problema que la economía criolla no puede superar: la inflación. El alza crónica de los precios internos es una plaga que azota al país desde los tiempos de Martínez de Hoz y, salvo la Convertibilidad y su final trágico, ningún gobernante pudo sostener en el tiempo una baja visible de la variable. Raúl Alfonsín entregó su Gobierno antes de tiempo por una cadena hiperinflacionaria. El kirchnerismo, que había logrado dominar la variable gracias a la existencia de los siempre ansiados superávit gemelos, llegó hasta la parodia de mentir los datos para no asumir la realidad. Y la gestión de Mauricio Macri debió mostrar el martes pasado la crudeza de su gran fracaso económico: una inflación del 16% en el primer semestre, superando en un punto porcentual la meta pactada para todo 2018. Para peor, la medición interanual arrojó un 29,5%, con lo que el Gobierno debió asumir el récord histórico de un país que no pudo cumplir con un acuerdo stand by pactado con el FMI a sólo un mes de haberlo firmado.

Con los datos duros de junio Mauricio Macri llegó al triste resultado de un alza de precios acumulada del 102,4% desde enero de 2016, lo que arroja un promedio del 3,4% mensual. El Jefe de Estado se había fijado como meta ineludible para que se juzgue su gestión una baja en los índices de pobreza, variable que inevitablemente está relacionada con la evolución alocada ascendente de los precios. El propio Macri había prometido en campaña que la inflación no sería un problema y que los niveles que mentía el kirchnerismo sólo servían para demostrar la incapacidad de gobernar de Cristina de Kirchner. Tal era la fe que se tenía el entonces candidato, que ante cada reportaje donde se tocaba el tema canchereaba con que la Argentina bajo su gestión viviría con índices inflacionarios similares a los de los países vecinos; los que, en general, muestran incrementos anuales de entre 5 y 10%. A esta altura, y cuando le queda a Mauricio Macri un año y medio aproximado de gestión (al menos en un primer mandato), esa meta no podrá ser cumplida. Y deberá conformarse con cerrar este ciclo de cuatro años con un alza final de 20% para diciembre de 2019. Si lo logra.

Este promedio de 3,5% de la inflación provocó lenta e inexorablemente la corrosión paulatina del insumo fundamental que cada mandatario debe sostener para que un plan económico (elaborado o no) tenga sentido y supervivencia: la confianza. Un alza de los precios mensual de tal magnitud, sólo provoca que cada 30 días las familias argentinas se sientan cada vez más pobres y que fluya la sensación que día a día se puede hacer menos con los salarios. Si esta situación se traslada a cada familia y a cada hogar, la conclusión es inevitable: la crisis será de confianza; y, como tal, difícil de remontar. Menos con declaraciones vacuas.

De nada sirve ahora el mensaje de optimismo permanente que el jefe de Estado volvió a desplegar en la algo fallida conferencia de prensa del miércoles; la que se convirtió en una oportunidad perdida para reconquistar esperanzas, al menos en el mediano plazo. La visión que la crisis cambiaria es fruto de una tormenta pertinaz, sólo lleva a la confusa interpretación sobre si realmente el Gobierno sabe y conoce los motivos reales que llevaron a la gestión macrista a una situación terminal.

Sólo cabe interpretar que, como el Antonius de Bergman, el Gobierno está ganando tiempo para terminar una partida de ajedrez con un enemigo implacable y que todo gobernante quiere evitar: un ajuste fiscal lo suficientemente severo como para que todos los habitantes de la Argentina lo sufran de alguna u otra manera. Macri, mientras se juega la partida de su vida como Presidente, debe resolver quienes perderán mucho, quienes algo y quienes poco. Y de qué manera se aplican esas pérdidas. Tendrá que elaborar un plan de reducción del déficit fiscal, como paso indispensable (pero no único) para dominar la inflación, que incluya inevitablemente un acuerdo político que garantice su vigencia al menos por un año más luego de finalizada la actual gestión. El Presidente que lo suceda (aunque sea el mismo), tendrá que aplicar el plan firmado con el FMI, al menos en el primer año de administración. Este acuerdo cerrado con el Fondo Monetario es odioso, abyecto, impopular y, quizá, hasta injusto. Pero es el único plan serio que desde hace más de una década se aplicó en el país para convencer seriamente al público que en serio se está trabajando para dominar la inflación. Aun así es incompleto. Se necesita de manera urgente el compromiso de la clase política para garantizar que la reducción del déficit es una política de Estado que cualquiera que suceda a Macri está dispuesto a respetarla. A rajatabla. Queda poco tiempo. La partida de ajedrez culmina en septiembre, cuando el Gobierno deberá mostrar el proyecto de ley de Presupuesto para 2019 y la oposición dejar en claro que posición tomará ante él.

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