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Isaacs: “La fotografía es capaz de hacer hablar al silencio”
• EL FOTÓGRAFO DEBUTA EN LA NOVELA CON "UN HOMBRE QUE HACÍA RETRATOS"
El autor, chozno del autor de la célebre “María”, aborda la historia de un dibujante que busca develar un misterio en la India del siglo XIX.
P.: Alcanzará a tener su Gioconda, que es la concreción de esas ideas.
D. I.: La expresión de la universalidad de la mujer. Y eso a través de una mujer a la que en su vida pensó que podría acceder. Encuentra, con unos retratos de ella, la forma de expresar todo lo que le estaba pasando. En un paseo por un jardín con Alexandra de Dinamarca, que sería reina consorte de Eduardo VII, recrean a Adán y Eva en el paraíso, dos almas ingenuas, dos personas de la misma edad con una inesperada atracción que rompe todo protocolo.
P.: ¿La fotografía es la forma más modesta del espectáculo?
D. I.: Puede leerse así. Más que la fotografía es la captura de imagen, que es lo que hacen los celulares. Hoy no llegamos a tocar la foto, ya no tiene un proceso. Una de las razones que me llevó a escribir "Un hombre que hacía retratos" fue contar cómo se hacían las fotos en su comienzo. La invención dura 60 años, desde Daguerre hasta que Eastman lanza su cámara Kodak; hasta allí son pasos como los de la aviación, desde el primer vuelo hasta el DC3. Son los años de la reina Victoria en el Reino Unido y su interés por las fotos, interés que crece en la reina Alexandra, de ahí su apertura con Taruk. Pero las fotos empezaron a mostrar también lo que no se quiere ver, las guerras.
P.: ¿Cómo concibió la novela?
D. I.: Se fue armando en mí. Tenía en claro que no haría una novela histórica ni un ensayo sobre la fotografía. Me interesaban las vivencias de una persona que desde un margen colonial encontrase algo nuevo, algo que él intentaba hacer desde el dibujo, y que le abre inesperadas posibilidades, tal vez la de capturar algo que haga hablar al silencio. Por ahí surgió el cruce de culturas: el inglés Douglas, que se convierte en maestro de Tarak, que se queda en la India y luego viaja al Himalaya, y Tarak, a su vez, que se muda a la británica Norfolk, para terminar en Benarés. En el andar aparecerá el marine Keene con la brutalidad de quienes solo piensan en el beneficio que pueden sacar de algo que para otro es el goce de lo que va más allá de lo que meramente se muestra. Curiosamente una parte de la novela la escribí en una de mis visitas a Buenos Aires, en la Biblioteca Nacional. Me importó que la novela estuviera afinada, como si fuera la partitura de una orquesta, y para eso los capítulos que escribía me los grababa y los escuchaba una y otra vez cuando salía a caminar por Milán, y así descubría lo que no funcionaba, lo que no se deslizaba, lo que debía reescribir, lo que obstruía la cadencia que debía tener el texto.
Es una historia contada por el hermano de Tarak y luego se diluye en un gran narrador que lo sabe todo. Creo que finalmente escribí un libro sobre la inocencia, sobre la pérdida de la inocencia, sobre la espiritualidad transmitida a través de un objeto, una cámara fotográfica que deja ver lo que vemos y a veces lo que sentimos.
P.: ¿Qué está escribiendo ahora?
D. I.: Otra novela, "Todos los días del olvido", la historia David Douglas, del maestro de Tarak, contada en primera persona. Aparece en una comunidad budista del Tíbet. No tiene recuerda nada, no tiene pasado. Es como un ser humano reseteado que vuelve a aprender cosas. Eso me permitió hablar de budismo que es un pensamiento que debería tener mucha actualidad.
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