2 de noviembre 2018 - 21:54

Groenlandia, el desierto blanco

EN PRIMERA PERSONA - “Estos islandeses...”, “bueno, Claudia, tranquilizate, ya nos vamos a arreglar…”.

Paisaje blanco. Uno detrás de otro. El sol no nos abandona jamás.
Paisaje blanco. Uno detrás de otro. El sol no nos abandona jamás.
Estamos en Kangerlussuaq, oeste de Groenlandia, y a sólo 2.500 kilómetros del Polo Norte. La gente de Air Island perdió mi mochila, no tengo más que lo puesto y la única tienda del pueblo está cerrada (no pudimos averiguar cuándo abren, acá viven menos de 500 personas y la localidad más cercana, Sisimut, queda a 130 km en línea recta o 7 días caminando).

Por suerte es pleno verano -fin de junio- y "hace calor", unos 10ºC (cuatro meses atrás eran -25ºC). La contra es que aquí sí tenemos 24 horas continuas de sol, durante las siguientes tres semanas no lo veremos nunca más hundirse en el horizonte y ya nos había costado bastante acostumbrarnos a las 3 horas de semioscuridad de Reykiaviq. Veremos cómo dormimos.

Ya se fueron todos del aeropuerto -una reliquia yanqui de la guerra fría-. A esta hora, los dos taxis y el único ómnibus del pueblo paran y la gente se encierra en sus casas, así que no queda más que agarrar la mochila de Claudia y caminar los dos kilómetros al "Old Camp". Nuestro ánimo mejora con cada paso: el paisaje, sencillamente "Bruto".

Campamento. Dos barracas militares pintadas de colorado, una oficina (exoficiales) y un galpón.

Al llegar al campamento, 2 viejas barracas militares pintadas de colorado, una oficina (exoficiales) y un galpón, no hay nadie, sólo una llave y un mensaje con nuestro nombre. El cuarto, menos de 2x2, una mesita de luz, un par de cuchetas -¡canto la de arriba!- y una cortinita que no tapa nada, al fondo el inicio del fiordo (¡Guah!). Baño compartido unisex al final del pasillo, cocina y un par de mesas comunes. Nos reímos, estamos pagando por esto más de lo que pagábamos en Nueva York (acá todo es caro, pero en serio. Los dinamarqueses tienen el monopolio y lo hacen valer). Ya son las nueve de la noche/día y nos vamos a la cama sin nada para comer (el GPS dice que la pizzería queda a 5 km -de nuevo caminando-, pero no sabemos si está abierta).

Amanece, lo cual aquí es un decir. Desayuno: café, té, juguito de sobre, galletitas, pan lactal y queso, cada quien a lavar sus utensilios y directo al aeropuerto. En el camino nos levanta un camión. Nuestro primer "kalaallit" -odian que les digan 'inuit', esos son los de EE.UU. y Canadá-. Más allá del obligado "kutaa" (hola), imposible comunicarnos -sólo hablaba Kalaallisut y algo que parece y entendemos incluso menos y es danés-, pero las sonrisas bastan. En el aeropuerto, a esperar, y ahí la primera sorpresa. Se acerca un chico -local- de 19 años y en perfecto castellano nos empieza a hablar y preguntar por la Argentina. Está estudiando ciencias políticas y vivió en San Luis merced a un intercambio estudiantil del AFS (este año llegó la primera groenlandesa, Aima Heilmann), le gusta Macri y se hizo de Boca. Carlos -así se nos presentó-, es hijo de uno de los capitostes del Siumut (el partido independentista, el mayor en el Inatsisuatut -parlamento-), su padre es de centroizquierda y él bien liberal (en lo económico). Este país tiene futuro (¡por lo de Boca, claro!). Recordar que los groenlandeses no llegan a 50.000 y entre los beneficios del calentamiento global -sí, sí, acá son beneficios; hace dos años lograron la primera cosecha de papas de la historia- está la viabilidad de la ruta transpolar, acortando en más del 30% los viajes entre China/Japón y Europa.



Pero basta de geopolítica. Carlos nos promete que la mochila viene de Copenhague en el vuelo de las 3 de la tarde y cumple... casi. El avión llega a las 4, pero con la mochila. Viva la puntualidad escandinava.

Pizza, taxi y a la cama que mañana partimos temprano al casquete, donde viviremos por tres días.

Otro ¿amanecer? No sonó la trompeta, pero a las 6 estamos todos de pie, desayunados y limpitos, probándonos los equipos: crampones, trineos, bastones, botas, abrigo. Nos hacen vaciar las mochilas, no más de 5 kilos por persona, el tiempo está bueno (un cielo azul que lastima) y cuanto menos mejor, que vamos a tener que llevar todo encima. Dos familias chinas, un francés con su hija e hijo de menos de 12 años, un grupo de dinamarqueses y un par de alemanes y unos ingleses más los tres guías

(no hay yanquis, que tienen que venir desde Islandia o Dinamarca).

El ómnibus, una especie de camión 4x4 reacondicionado para caminar por el hielo. Ahora a cargarlo -entre todos- hasta que los humanos casi no entramos. La ruta al "Point 660", la entrada al glaciar, es la más larga de Groenlandia, unos 33 km de un ripio impecable que hizo años atrás Mercedes-Benz para una publicidad. Igual tardamos casi tres horas entre paradas y fotos en las que vemos todo lo prometido, bueyes almizcleros, ciervos, conejos, patos, glaciares, lagos, una naturaleza brutal que hoy está increíblemente amable; pero lo más sorprendente son las mesas de camping -donde almorzamos- y los baños. Acá, en este lugar, algo increíble.

caminata. despacio y en fila india. El Domo (abajo) fue el centro de reunión durante dos noches.

Llegamos. A bajarse del ómnibus y a arrastrar los trineos. Como uno de los "mayores" -por no decir más viejos-, "zafo", pero soy responsable de mantenerlo en el camino y cuidar que no se vuelque, lo que al final es más "laburo" que sólo tirar. Claudia, chocha, no hace frío, no hay viento, y unas vistas hacia el verde, el glaciar Russell y el Ice Cap increíbles. Me hace acordar al Sahara en Timbuktu (esa es otra historia). Al final el cruce del Bergschrund fue fácil y llegó el momento de ponerse los crampones. Recuerdo otras veces y me siento 30 años más joven, lo que aquí es peligroso, así que mejor tener cuidado.

Vamos despacio y en fila india mientras abandonamos la zona de grietas. Nos quedan dos horas de caminata con una suave pendiente hasta llegar al campamento base. Sólo hay hielo y cielo, blanco y azul que lastiman los ojos (literal, acá gorra, el protector y los anteojos cat.4 son obligatorios). Hay tanto para mirar y es todo tan igual que ni siquiera quedan ganas de charlar con los demás. De frío, nada, voy con remera y la camisa y polar abiertos (obligatorio evitar la transpiración). Claudia, por supuesto que más abrigada, no está "trabajando". Tengo algunos glaciares bajo los pies; este es otra cosa, lo más parecido y nada que ver con nuestro Campo de Hielo Sur/Patagónico que vi. Como dije, esto es el Sahara, pero en lugar de arena, hielo.



Al final llegamos al Domo que será nuestro centro de reunión por las próximas dos noches. Lo primero es armar cada pareja su propia carpa (las conozco, son un fierro, me tranquliza), dos aislantes y arriba las bolsas de dormir; con esto es imposible tener frío. Después unos a buscar nieve para tener agua y otros a armar el baño (si, todo lo que "hagamos" se lleva de vuelta). Los que no hacen nada juegan... y eso que son "gente grande". Cuando está todo listo, los guías nos reúnen. Un paseo por la zona del campamento -hay un par de grietas de 200 metros de profundidad- y a practicar el uso de los crampones.

Llega el té, con "butter cookies" dinamarquesas"; después un paseo para reconocer la zona y algunos una siesta hasta la hora de la comida. Menos mal que inventaron los relojes, aquí es imposible estimar qué hora es; hasta la panza nos engaña. A las ocho, comida liofilizada, charla y más charla después de todo somos muy pocos los "locos" que llegamos hasta aquí y es claro que hay algo que nos hermana (sin contar dinamarqueses, el país recibe menos de 14.000 turistas al año). Finalmente, mucho té -hay que tener cuidado con la deshidratación-, un termo con té para la noche (perdón, en esta época acá no hay noche) y a dormir. Estamos muertos.

Durante los siguientes dos días seguiremos jugando, perdón, explorando el glaciar sacando fotos, poniéndonos y sacándonos los crampones y charlando y trabajando juntos hasta que nuestro cerebro queda casi tan blanco como el hielo que pisamos. Cuando retornamos a Kangerlussaq, la ciudad nos parece inmensa -y eso que le dicen/decíamos pueblo-. Con Claudia decidimos quedarnos un día más... estamos en casa.

¿Los próximos destinos? Ilulisat, el mayor ventisquero del mundo (de aquí salió el iceberg que hundió al Titanic) y si el clima lo permite, Siorapaluk (el poblado de América y quinto del mundo, más cercano al polo norte).

¿Valió la pena? Usted lo decide.

Dejá tu comentario