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Una lúcida indagación en un tema complejo y tabú: el suicidio
• DIÁLOGO CON HUGO BAUZÁ SOBRE SU NUEVO LIBRO
Considerada desde un delito hasta un acto honorable, la decisión de quitarse la vida estuvo presente siempre en la literatura occidental.
La riquísima exposición de la casuística literaria en la Grecia antigua prosigue con la forma que adquirió en Roma, donde su divulgación del suicidio, y las razones concomitantes eran mayores, al punto tal de que más allá de las cuestiones de honor, desesperación por la muerte de un ser querido o castigo inducido, empezaron a prefigurarse episodios que harían eclosión durante el Romanticismo en el siglo XIX (época suicida por excelencia). "Ya Lucrecio -dice Bauzá- habla del "odium vitae", odio a la vida, antecedente el "taedium vitae", la angustia metafísica de los siglos posteriores.
"Miradas sobre el suicidio" avanza, como se dijo, hasta nuestros contemporáneos, aunque siempre sin perder de vista el nexo y el reconocimiento en esa matriz común con la cultura clásica. "De la 'enfermedad de la existencia', como la definió Schopenhauer", agrega Bauzá, "se llega en el Romanticismo a la idea de sacrificio purificador, a la existencia de pactos suicidas, como en Kleist, o a retomar la idea de la melancolía extrema por frustración amorosa, como en el 'Werther' de Goethe, que provocó una ola de suicidas imitadores en Europa. Esa idea estuvo siempre presente en los autores del siglo XIX, también en Flaubert y De Musset, por ejemplo, aunque nunca la llevaron a cabo en sus personas, sino que la transfirieron a sus personajes, a su literatura". Lo mismo puede decirse de la obra entera de un filósofo contemporáneo como el rumano-francés Emile Cioran, quien a pesar de su constante prédica sobre la inutilidad de la existencia murió de muerte natural.
Suicidios resonantes del siglo XX, como los de Cesare Pavese ("un hombre enfrentado a un mundo indiferente a su dolor", lo define) o el de Sylvia Plath, tienen en el libro páginas luminosas. Admirador de la obra "El dios salvaje", de Al Alvarez, sobre Plath, Bauzá desmenuza algunas de las claves que el crítico y ensayista encuentra en la obra de la poeta estadounidense, en la que la presencia de la muerte no sólo era intrínseca a su literatura sino a su existencia misma, más allá de las presuntas razones conyugales que la impulsarán a la determinación final (precedida por otros intentos).
Desde luego, tampoco faltan en el libro los casos emblemáticos de nuestra literatura, coincidentes entre los años 1937 y 1938: Horacio Quiroga, Alfonsina Storni y Leopoldo Lugones (además de exámenes de las muertes de Alejandra Pizarnik y Delfina Tiscornia), documentados con riqueza. "El libro concluye", añade Bauzá, "con escenas literarias que me ha parecido de importancia incluir, con el fin de vincular la obra de un autor asociada a personajes suicidas, o con vocación por el suicidio, y en algunos casos con su propio suicidio, como en Virginia Woolf, aunque en ella fue la esquizofrenia que llegó a padecer y no el 'taedium vitae' lo que la condujo a la muerte. También, las posiciones tan contradictorias dentro de un mismo fenómeno cultural asociado a la posguerra y el suicidio, como fue el existencialismo, en el que Albert Camus, a diferencia de Sartre, siempre estuvo en su contra y defendía la vida".
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