18 de julio 2018 - 19:14

Paula Puebla: "Creo que todos los vínculos son insoportables"

Paula Puebla. (Foto: Gentileza Sergio Scagnetti)
Paula Puebla. (Foto: Gentileza Sergio Scagnetti)
"Quiero seguir escribiendo sobre vínculos, porque nunca es poco lo que se puede profundizar en ellos", dice Paula Puebla, autora de Una vida en presente, su primera novela publicada por el sello independiente 17 grises, que sorprendió por agotarse el mismo día de su presentación en abril y ya va por la tercera tirada. Su personaje principal es María Guevara, una escort que vive de hombres a los que desprecia, pero pagan bien. Como tiene en claro que el tiempo es dinero -y que no le falta- todos los viernes se da el lujo de prescindir de ellos, no maquillarse y pasar tiempo con sus sobrinas gemelas para convertirse en una nena más, sólo que con un presupuesto que permite costear el delivery, sin contar las calorías.

Pero la trama se enriquece con diversos ingredientes: los contrastes entre María y su hermana Julia, una señora bien de Belgrano R. que, tras ser mamá "no concibe el mundo por fuera de su criterio uterino"; los juegos de poder en las relaciones cuando hay dinero de por medio, ya sea fuera o dentro de un hogar constituido y comportamientos cuestionables a la hora de relacionarse, entre la infidelidad, la corrupción y la mala praxis. Pero por sobre todas las cosas, opera la idea de un pasado que se arrastra, que se refleja de forma superficial con arrugas en el entrecejo y con gestos de maldad y vulnerabilidad en la vida diaria. Por ese motivo, su protagonista se ve tentada por una peligrosa promesa médica de vivir sin él.

"Cuando tengo una idea para arrancar un nuevo texto, las vuelco en un archivo, no en un Word sino en una planilla de Excel", dice Puebla, quien atribuye esta costumbre a venir del mundo televisivo por su trabajo como vestuarista, a la par que se hacía conocida como ensayista en la esfera digital. En diálogo con ámbito.com dijo que seguir un taller literario la ayudó para ganar disciplina. "Pero después, cuando descubrí que podía seguir sola, lo hice sola, porque me cuesta compartir lo que estoy escribiendo, y de hecho, algunas sugerencias que me hicieron fueron absolutamente ignoradas", confesó.


Periodista: Las palabras elegidas para Una vida en presente parecen tener una precisión quirúrgica, como por ejemplo, las descripciones de los colores. ¿Cuánto tardaste en pulir el texto? 

Paula Puebla: Una vez que puse el punto final, debo haber tardado un mes. No hago una escritura liviana y después la mejoro, sino que al redactar, trato de que quede lo más fiel posible al resultado definitivo. Después, por supuesto, corregimos con los editores, pero fue un proceso bastante breve. En cuanto al tema de los colores, fue un recurso. Como vengo del mundo del vestuario me gustó explorar eso, porque sentía que en ese nivel obsesivo de observación de María se podía reflejar la soledad. Para mí una persona que analiza tanto los detalles está muy sola aburrida, al punto de no poder conectarse con otra cosa que con colores, texturas y telas.

P.: Si de vestuario hablamos la indumentaria y los objetos hablan para reflejar a Julia, una señora de Belgrano R. que usa chatitas, y a María, que lleva tacos altos y gusta de la platería...

P.P.: Quise trabajar con el realismo de una clase alta. Me parece que en los últimos tiempos de la literatura argentina, después de los 12 años de la década ganada donde hubo una escritura muy homogénea, casi sobreadaptada al relato político, me gustaba la idea de tomar el estereotipo de una señora bien. ¿Por qué la ignoramos si es súper rica y tan emblemática? Me gustaba la imagen de María yendo a buscar a sus sobrinas a la escuela, en la que había autos parados en doble fila y mucamas con los camperones donados por sus patronas. Puede haber una lectura de clase, diría yo. Además, se puede sacarle muchas fichas a una persona por los objetos que porta, por la ropa que tiene puesta, por como tiene el pelo. Además la dimensión del trabajo me parece importante, porque María, trabaja. Nos puede gustar o no de qué trabaje, pero trabaja. Y Julia es una señora bien que no trabaja, o no lo hace por fuera de su casa.

P.: Los personajes masculinos incluidos son bastantes desagradables. ¿Cómo te inspiraste para construirlos?

P. P.: Voy a decir una obviedad. Ningún personaje masculino en la novela es una persona en la vida real. Ese hubiera sido el camino fácil. Pero sí hubo un ejercicio de observación de los vínculos que sostienen ciertos hombres con las mujeres, que son los que pueden y son capaces de sostener. Por eso me interesaba plasmar ese desastre, esa inconexión entre el deseo y la acción, entre la acción y las convicciones, entre el deber y el querer. Me parece que construir retratos así de la masculinidad está bueno, porque nunca es demasiado poco lo miserable que una persona puede llegar a ser. Pero también exploré la miseria en los personajes femeninos, como la protagonista y su hermana, para averiguar qué pasaba debajo de todas esas telas importadas y de una madre de familia bien.

P.: Entre tantas lecturas en la historia hay un tema que puede pasar inadvertido, pero que para la protagonista es central: la idea de vivir sin pasado. ¿Alguna vez lo fantaseaste?

P. P.: Para mí fue un ingrediente muy importante. Sin embargo, para los amigos que me hicieron devoluciones, fue casi un detalle. "Vivir sin pasado" es una idea recurrente que me obsesiona: la transmisión de la memoria, las repeticiones de patrones, vivir siempre como nuevo. Me parecía interesante fantasear con eso en tiempos en los que existen muchas pastillas, intervenciones de todo tipo. ¿Por qué no una droga que se tome al pensar en un hecho traumático, y al otro día ese hecho traumático no exista más? ¿O un desamor muy grande, un abandono o un arrepentimiento con el que es muy difícil vivir? A mí me fascina esa idea, aunque sería muy peligroso, nada que ver con lo lúdico y recreativo.

P.: Hablamos del pasado como bagaje, también de la miseria, pero en la novela no deja de haber amor, en especial cuando María habla de sus sobrinas, que dice quererlas tanto que hasta le duele.

P.P.: Creo que todos los vínculos son insoportables, en mayor o menor medida. En algunos, donde gana el amor, son los que hacen nuestra existencia más llevadera. Si bien no soy para nada nada maternal, veo en los niños algo del orden de la inocencia y de la pureza, como almas que todavía no fueron del todo contaminadas por la experiencia de los años. Con una frase simple y espontánea, pueden emocionarme hasta la las lágrimas, no están tan locos como nosotros.

P.: No tienen tanto pasado...

P.P.: No tienen tanto y por lo general, su pasado es mucho menos hostil. Nosotros vivimos con un pasado muchas veces muy denso y lo arrastramos como adoquines. Y los niños tienen esa levedad, que me genera mucha ternura y a la vez mucho dolor. ¿Por qué yo no puedo sentir así? ¿Por qué yo no puedo condensar en una frase algo tan tierno, tan inocente en el mejor de los sentidos? Porque cuando de adulto te dicen inocente, en realidad te están tratando de pelotudo. Pero poniendo a un lado a los chicos, la aparición del amor romántico desordena todo. Te llena de alegría, pero también de miedo, terrores y ansiedades. El cuerpo a veces reacciona bien, pero también podés enfermarte. No sé si estamos preparados para todo lo bueno del amor. De hecho hay hoy una construcción en contra del amor romántico. Está bien que es un planteo muy cruzado por la moral posmo de los discursos "de género" que dicen y nos quieren convencer de que el amor no duele. Y es lo que más duele en el mundo, para mí. Si hay algo que no duele, que no te hace llorar, seguro tampoco te hace sonreír o emocionar, porque que no duela significa que tampoco te genera otra cosa. El amor es difícil y existe para conmover.

P.: Muchas cosas irritan a María en la novela. ¿Te reflejás en eso?

P. P.: Soy una persona bastante irritable. Lo que más me irrita es la hipocresía; cuando la brecha entre el discurso y la acción es muy amplia; cuando la declamación es más grande que el comportamiento.

P.: María es un personaje complejo que por su trabajo, o por su forma de actuar, puede dividir las aguas. ¿Cómo tejiste esa complejidad? ¿La llegamos a conocer realmente?

P.P.: Uno de mis principales objetivos fue construir un personaje femenino que no fuera ni víctima ni sumisa, que rompiera con los estereotipos literarios románticos que hay sobre las mujeres, de la mina sufrida, abandonada. Es atractiva, erotizante, sensual. Pero quise hacerla jodida y por momentos resulta muy espesa, impenetrable. Aun así busqué que el lector la quiera a pesar de sus demonios, y mostrar que también podemos hacer daño y ser malas. En cuanto si la llegamos a conocer, creo que ella misma está en un proceso de autoconocimiento. Imagino que lo que puede ver el lector es como un borroneo, porque parte de la novela María está empastillada y borracha, fuera de sí. Entonces, ¿cuánto se puede conocer una persona que está sedada o cuanto la puede conocer otros? ¿Se puede llegar al autoconocimiento negando el pasado, el presente o un futuro que se quiere cambiar? Yo no la terminé de conocer, pero me atrevería decir que fue atrás de lo que ella quería. Eso me deja tranquila. 

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