12 de febrero 2019 - 00:02

A rodar

  • La pregunta es si la crisis actual del sector automotor es un tropezón más, de los tantos que ofrece este país, o forma parte de un cambio global en el que, a lo sumo, la Argentina suma sus problemas autóctonos. Veamos lo que sucede en Brasil, el principal socio comercial y destino tradicional de la mayor parte de los 0 km locales. En las últimas semanas, la filial de General Motors fue noticia a partir de los dichos de su CEO mundial, Mary Barra, cuando advirtió que, para evitar seguir perdiendo plata en ese país, se analizaban todas las alternativas. Eso se interpretó como una posible advertencia de que la automotriz evaluaba abandonar la producción en Brasil. Para algunos, las expresiones de la ejecutiva -más una carta enviada por el responsable de la región, Carlos Zarlenga- no eran más que una presión de la compañía contra el Gobierno y los sindicatos para lograr algún tipo de beneficio. Difícil saber, al menos para quien escribe esta columna, si es análisis es cierto. Lo único que se puede agregar es que GM ha tomado decisiones drásticas, ante condiciones adversas, que concluyeron en su salida de mercados como Europa, Australia y la India, lo que hace sirve para ser prudentes en la formulación de juicios categóricos sobre maniobras de “aprietes”. La novedad es que, la semana pasada, la compañía logró un acuerdo sin precedentes con los distintos gremios para flexibilizar las condiciones de trabajo y garantizar su viabilidad. En tanto, la filial de Ford también envió una comunicación interna al personal planteando la seria crisis que atraviesa la automotriz dando a entender que peligra su continuidad productiva. De hecho, hay modelos icónicos, otrora exitosos, que dejarán de fabricarse y no tienen reemplazante. A esto se suma que el Gobierno de Jair Bolsonaro decidió acatar los reclamos de la OMC para terminar con los subsidios que se otorgan a las empresas, lo que agravará la situación del sector y los problemas de GM y Ford podrán extenderse a otras compañías. Brasil es una muestra cercana de lo que está pasando en el mundo: la necesidad de mejorar la competitividad para seguir subsistiendo. Si esto sucede en un mercado más grande, con una industria autopartista muy fuerte y una economía tradicionalmente más estable que, además, está avanzando en reformas estructurales profundas, ¿qué se puede esperar en la Argentina?
  • La mitad del sector automotor local está, prácticamente, paralizado. Empresas con exceso de stocks, algunas con modelos que no tienen demanda ni en el mercado interno ni externo y otras con proyectos frenados por el mal momento local y de Brasil, muestran una preocupante fotografía. El primer semestre en materia laboral va a ser delicado. Es cierto que hay también automotrices que pueden contar una historia más optimista, pero son demasiadas las que están complicadas como para no alarmarse. Esto arrastra a otro sector como el autopartismo. Sólo porque fue anunciado oficialmente, vale la pena detenerse en el caso de Ford. La automotriz comunicó el fin de producción de su modelo Focus desde mayo, el cual no tendrá un reemplazante industrial. Esta decisión provoca en algunos de sus proveedores una situación crítica, casi terminal, porque destinaban para ese vehículo la mitad de su producción de piezas. Varias empresas cerraron en los últimos tiempos y otras están en camino de hacerlo. Chicas, medianas, multinacionales. Hay de todo. “Las que se van no vuelven más”, dicen en el sector. Cuando se analiza el caso de cada compañía, la conclusión es la misma: la falta de competitividad. Es verdad que, en el mismo contexto, alguna automotriz logra crecer, pero es la excepción. En la Argentina, las empresas son viables si todas sus decisiones son aciertos. No hay margen para el error.

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