22 de septiembre 2019 - 00:01

Crónica de un inversor desilusionado

El combo explosivo de rompimiento de contratos, control de cambios y restricciones a la libre movilidad de capitales terminó siendo un espiral letal que minó la poca confianza que quedaba por parte del inversor.

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Pixabay

En noviembre de 2015, al menos el 51% de los argentinos manifestó su ilusión por un cambio en el país. A la luz de los resultados de las elecciones PASO, una parte no menor de ese electorado se sintió defraudado por un cambio que parece nunca haberle llegado, al menos en algunas de las cuestiones que se estaban esperando.

En lo que respecta a mi persona, también esperaba un cambio integral. Debo reconocer que muchas de esas cosas se han cumplido. Se recuperó la institucionalidad, se mejoró mucho en las transparencia de algunos procesos del sector público y ni que hablar de la normalización del instituto de estadísticas públicas (INDEC).

Además, entiendo que se recuperó la capacidad de respetar y tolerar la opinión contraria del otro, un ejercicio que se había perdido desde la explosión del sistema de Convertibilidad en 2001. Todo esto es para celebrar y sostener en el tiempo.

La gran materia pendiente, no menor, ha sido la economía. Ahí el fracaso fue rotundo y las variables son evidentes, con el deterioro social como mayor preocupación.

Pero dentro del aspecto económico, mi gran desilusión tiene que ver con el mercado de capitales, las inversiones y los grandes golpes a la confianza que el actual gobierno le propinó al inversor.

Sin desconocer la gravedad de la situación financiera y económica que está atravesando nuestro país, y que seguramente haya sido la principal causa que llevó a tomar medida poco amigables con el inversor, la responsabilidad de la actual administración es innegable.

En un abrir y cerrar de ojos, Macri finalizará su mandato (siempre y cuando no sea reelecto) con igual o más trabas y decepciones para el inversor de las que había dejado el kirchnerismo.

En primer lugar, uno de los errores más severos y contraproducentes fue el reperfilamiento de las letras de Tesorería emitidas en pesos y en dólares. No solo que se instrumentó de manera desprolija, aumentando la incertidumbre, sino que fue lisa y llanamente un default ya que se alteraron las condiciones de emisión de esa deuda de manera unilateral y arbitraria.

Aparte de que este reperfilamiento fue un duro golpe de asimilar, terminó de cerrar el único canal de financiamiento voluntario que quedaba para el Estado.

En segundo lugar, el reperfilamiento se hizo para evitar el control de cambios. Como lo primero no funcionó para frenar la fuga de capitales, se tuvo que imponer el “cepo light”, el cual termino complicando aún más la operatoria bursátil en títulos públicos en la plaza local.

Finalmente, el control de cambios implicó limitaciones para quienes quieren proteger sus ahorros de la continua ciclotimia de la economía local sin poder transferir libremente su dinero al exterior para invertirlo lejos del riesgo local.

Este combo explosivo de rompimiento de contratos, control de cambios y restricciones a la libre movilidad de capitales terminó siendo un espiral letal que minó la poca confianza que quedaba por parte del inversor.

Pero esto, lamentablemente, no fue todo.

El agravante de esta situación fue que en la propia administración de Cambiemos es donde se permitió la aprobación del impuesto a la renta financiera, un gravamen totalmente ineficaz en lo que respecta a su capacidad de contribuir de forma considerable al fisco, pero terriblemente dañino que atentó contra la posibilidad de seducir capitales que vengan a financiar el desarrollo económico de largo plazo de nuestro país.

En un país con una necesidad imperante de ahorro que financie la inversión y con un mercado de capitales de limitado tamaño por la ausencia de reglas de juego estables a lo largo de varias décadas, nuestros dirigentes adoptaron por imponer impuestos que recién se consideraron en los países desarrollados una vez que se alcanzó la madurez económica y seguridad jurídica incorruptible a lo largo de muchos años.

Así, el inversor se siente no solo desilusionado, sino claramente traicionado nuevamente.

Y quienes están en política y todavía pregonan la necesidad de combatir la “renta financiera”, solo me gustaría mostrarles el siguiente gráfico:

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Hay una relación directa entre el PBI per cápita (riqueza por habitante de un país) y el tamaño del mercado de capitales (medido por el valor de mercado de las empresas en relación el PBI). Mientras sigamos ignorando la necesidad de que nuestro mercado de capitales sea un actor principal en la reconstrucción del país, asignando eficientemente el ahorro a la inversión, difícilmente salgamos de esta trampa de decadencia.

Perdón por la catarsis, sólo me siento algo desilusionado.

(*) Economista de Inversor Global. Especialista en Mercados de Capitales.

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