29 de noviembre 2019 - 00:01

Una extraña pareja: el FMI y el gobierno de Macri

Presumibles ventajas y factores que operan como un verdadero "lastre" del acuerdo alcanzado por u$s57.700 millones (cuando el monto no debería haber superado los u$s20.000 millones).

Roles. Félix (Jack Lemmon) y Oscar (Walter Matthau) en la célebre comedia de enredos “Extraña pareja”.

Roles. Félix (Jack Lemmon) y Oscar (Walter Matthau) en la célebre comedia de enredos “Extraña pareja”.

¿Quién no recuerda las películas de enredos entre Jack Lemmon y Walter Matthau? En “Extraña pareja”, mientras Félix (Lemmon) era un débil llorón que andaba por los rincones desesperado y deshecho porque su mujer lo había abandonado, el rudo y duro Oscar (Matthau) que le daba albergue no sufría su divorcio y jugaba al póker con amigos. Esos son los estereotipados roles que parecen haber jugado el gobierno de Macri y el FMI de Christine Lagarde en el lamentable acuerdo que firmaron. Adivine el lector quién es quién en esta parodia de stand-by firmado.Seguramente no le costará mucho desentrañarlo.

Algunos pueden preguntarse por qué Argentina no pedirá más desembolsos a ese organismo, siendo que sus créditos poseen una tasa de interés subsidiada y siendo que el FMI presta cuando otros potenciales prestamistas dejan de hacerlo. Sin embargo, esas presumibles ventajas de tomar dinero prestado del verdadero “gendarme financiero internacional” que es el FMI se encuentran más que compensadas por otros factores que operan como un verdadero “lastre” de cualquier potencial decisión de aumentar la deuda con ese organismo. Veamos por qué:

En primer lugar Argentina y el FMI firmaron un acuerdo que excede en once veces la cuota del país con el organismo, cuando ese monto no debería superar entre tres y cuatro veces la misma. Vale decir entonces que en vez de firmarse un stand-by por u$s57.700 millones como se lo hizo, el monto no debería haber superado los u$s20.000 millones como máximo.

¿Qué es lo que llevó al organismo a aceptar tal liberalidad con sus recursos? Si bien las intenciones siempre entran en el terreno de las hipótesis, en este caso luce bien visible lo que ha ocurrido: tanto el gobierno de Macri -Félix- como el FMI -Oscar- desearon firmar un acuerdo que comprometiera al próximo gobierno a no salirse de cualquier pretensión del organismo y de los intereses que este representa. En otras palabras: la idea fue que Argentina no cuente con grados de libertad apreciables para decidir su política económica en forma autónoma. Y la mejor forma de conseguir tal objetivo es endeudándola con el Fondo Monetario Internacional.

La deuda con fondos, bancos y acreedores del sector privado no sirve para tal objetivo porque siempre se está dentro de la posibilidad de refinanciar las acreencias aun con la discrepancia de los acreedores. En cambio, la deuda con el FMI no se puede defaultear ni se le puede efectuar quita alguna sin pagar altísimos costos que entorpecen todas las relaciones económicas internacionales de un país. Por eso es tan peligroso un exceso de deuda con el FMI: porque no pagarle y llegar a una tirantez tal que implique un corte de toda comunicación con el organismo implica la casi automática suspensión de todo desembolso para inversiones, productivas o no, al país y a todo tipo de alteraciones y entorpecimientos del comercio internacional hacia y desde el país.

Las relaciones también se cortan casi automáticamente con otros organismos como el Banco Mundial , el Banco Interamericano de Desarrollo, y todas las demás entidades, las que pretenderían cobrar todas sus acreencias sin refinanciar nada a sus respectivos vencimientos. La astringencia de fondos a cualquier eventual país que haga eso lo transforma en un “paria financiero”.

Por lo tanto luce muy lógico pensar muy bien hasta dónde tiene sentido endeudarse con el FMI y hasta dónde no. El gobierno de Mauricio Macri decidió hacerlo sin límite y en ese afán ató al país de pies y manos a lo que el FMI y sus funcionarios requieran. Y vale la pena muy bien hacer esa distinción entre el FMI y sus funcionarios. Estos últimos dependen del organismo pero tienen fuertes vinculaciones con bancos, fondos de inversión y empresas multinacionales que tienen todo tipo de intereses y agendas en los países que se endeudan con el FMI. Y una de las maneras más sencillas de esas corporaciones privadas de hacer lobby para lograr sus intereses es presionar o disuadir a funcionarios del FMI a que actúen como “tácitos intermediarios” con los países endeudados con el organismo para lograr sus objetivos.

Es mucho más fácil entonces persuadir a un determinado economista desconocido del FMI para que presione al país que hacer toda una maniobra de lobby ante el Congreso y los ministros de la nación en cuestión. Es por esta causa que muchas veces el FMI se convierte en una fuente de presiones económicas y extraeconómicas para que se cumplan determinadas políticas o se tomen determinadas decisiones que poco y nada tienen que ver con la estabilidad macroeconómica o con la sustentabilidad de la balanza de pagos que son los dos únicos objetivos que en teoría el FMI debería perseguir en los países a los cuales presta fondos.

Ahora bien, en el caso argentino en particular se ha ido mucho más allá de establecer montos de créditos del FMI de magnitud tal que aten de pies y manos al país, sino que directamente se prestaron fondos a la Argentina que al poco tiempo de ser desembolsados eran vendidos generosamente por el Banco Central a inversores privados a precio de remate para pasarse a dólares. La acusación de que el FMI estaba financiando la fuga de capitales era correcta: una buena parte de los fondos desembolsados no eran destinados al pago de la deuda sino a fijar el tipo de cambio en determinados niveles e impedir que el peso se siga depreciando por causales meramente políticas cuando la “ley de gravedad económica” establecía otra cosa. Este factor es altamente paradójico porque el FMI suele recomendar en forma expresa flotaciones cambiarias lo más libre posibles, sin intervención estatal de ningún tipo.

El sistema internacional de pagos entre naciones desarrolladas -alejado del sistema inicial de Bretton Woods- hoy se basa en un esquema de este tipo y el FMI tiene la misión de incorporar a los países periféricos en este sistema cambiario, por lo cual es un contrasentido prestar fondos para mantener presionado el tipo de cambio en un determinado valor y abastecer la demanda excedente que pueda existir a tal nivel. Luce clarísimo entonces que no solo el FMI y el gobierno de Macri firmaron un acuerdo que buscaba comprometer por años y años a cualquier próximo gobierno, sino que además en forma conjunta intentaron influir -con el expediente de endeudar al país para ello– en el resultado electoral mediante la implantación de un tipo de cambio caracterizado por la mayor sobrevaluación posible del peso, situación ésta generada bajo condiciones artificiales de fondos prestados para fugar capitales, cosa que no solo prohíben los reglamentos del FMI sino que además se da de bruces con el objetivo de política económica mundial que persigue el propio FMI que hemos mencionado.

Finalmente, hay un tema adicional y es el hecho de que entre el FMI y el gobierno de Macri hayan decidido trocar deuda en pesos por deuda en dólares. A los pagos de deuda interna con dólares del FMI realizados en 2018 hay que sumar u$s7500 millones que se usaron en 2019 para pagar bonos que vencían en pesos. Ese fue el objetivo de las ventas por u$s60 millones diarios que realizó el Tesoro durante cinco largos meses. Sabido es que Argentina puede imprimir pesos, pero no dólares. Por lo tanto convertir deuda en pesos a deuda en dólares equivale a sobrecargar al país de una deuda mucho más difícil de pagar.

En síntesis entonces es difícil de describir lo dañino y perjudicial que resultó este acuerdo entre el FMI y el gobierno de Macri. Ambas partes intentaron de entrada atar de pies y manos y comprometer al país a aceptar cualquier dictado no solo que imponga el FMI como entidad, sino también que impulsen las corporaciones que le hacen “lobby” a sus funcionarios. A ello hay que sumarle el denodado intento de influir en el resultado electoral buscando la reelección de Macri al precio de despilfarrar escasos dólares provenientes de endeudamiento para mantener un tipo de cambio real lo más bajo posible. Y como frutilla del postre se buscó convertir deuda en pesos en deuda en dólares, dificultando aún más las posibilidades de Argentina de pagar. Con la despedida de Macri esta lamentable película de enredos que gestó junto a la temible Christine Lagarde cuando ésta comandaba el FMI está llegando a su final. Era hora.

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Walter Graziano y Asociados

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