La inflación: el misterio del cuarto amarillo
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Es obvio que un tipo de cambio fijo, como ocurrió en los 90 (Nobel de Robert Mundell), sirve de anclaje nominal y restringe la inflación. Es un hecho. Siempre y cuando, además, otras políticas -fiscal y salarial, por ejemplo- sean coherentes con el propósito. Con el tipo de cambio y las expectativas debe admitirse que la gente no propició un desborde en estos años debido a que la paridad es de tres y pico, y todo el mundo cree que seguirá siendo tres y pico. Más: hubo más coincidencia general durante bastante tiempo en que la moneda local se iba a apreciar, no a depreciar.
Pero el actual régimen cambiario -y aquí quizá comiencen las goteras- contiene control de capitales, en especial aquellos que lo regulan. No debe olvidarse que existe obligación de liquidar divisas por parte de los exportadores (aumenta la oferta de esta divisa) y ciertas barreras impiden comprar todos los dólares deseados por el sector privado (lo que reduciría la demanda en dólares). Resultado: oferta excedente en dólares, que es lo mismo que oferta excedente en pesos, ya que el Banco Central interviene para mantener el ancla nominal. Es decir que el BCRA compra todos los dólares que le «sobran» al mercado, pero que «sobran» por el producto de sus regulaciones. Como el mercado local no desea papelitos que no paguen interés (pesos), hay que emitir papelitos que sí lo hacen (Lebac, Nobac), aumentando entonces el pasivo remunerado de la entidad. Esa absorción con deuda del Central ocurre cuando la inflación ya cumplió también su tarea, pues hizo aumentar la demanda de pesos (por un motivo: hacen falta más pesos para hacer más transacciones debido a que los precios suben).
¿Y por qué suben los precios?, se podrían interrogar el jefe de Gabinete y algún ortodoxo. Simple: quienes recibieron pesos no los quieren y otros sí demandan papelitos remunerados. Claro que otra parte del mercado utiliza los pesos que le sobran para comprar, bienes por ejemplo (nunca debe olvidarse que no pueden comprar todos los dólares que deseen y, en algunos casos, no vale siquiera la pena hacer un depósito, ya que si las tasas de interés que reciben por sus pesos no supera la inflación de Moreno, ¿para qué hacer un depósito? Saldo: compran bienes que, además, en su perspectiva mañana van a ser más caros). Con estos desvíos, entonces, opera hoy la política monetaria/cambiaria sobre la inflación.
Y el superávit fiscal declamado y probado con discusiones, ¿acaso no impide la inflación? Ocurre que tal vez ya no importe tanto el superávit sino el aumento del gasto en su relación con los ingresos. Y, como dentro del gasto se incrementan los componentes pro-consumo (jubilaciones, salarios, transferencias al sector privado, como los subsidios), se impulsa la demanda agregada (al igual que la política de tasas reales de interés negativas) a niveles que superan el crecimiento del producto potencial. No se debe ser experto ni funcionario para advertir que este proceso genera presiones inflacionarias a ser, luego, convalidadas por la política monetaria.
Con esta descripción -y la realidad conocida de que la inflación no depende de una sola causa- se descubre de lo que reniega Alberto Fernández: suba de precios internacionales, política fiscal expansiva, política salarial concesiva y convalidación monetaria son los elementos distorsionantes para una economía que, si bien invierte, lo hace por debajo de lo que requiere para que el producto potencia crezca a las mismas tasas que crece la demanda agregada. Suficiente la explicación, se entiende, de colegio secundario; servirá para algunos ortodoxos y también para el jefe de Gabinete, quien deberá advertir -ya que proseguiría en un nuevo gobierno de Cristina de Kirchner- que si, por ejemplo, a este esquema se le desborda la pauta salarial en lo que resta del año o en el primer semestre del año próximo, el debate científico no tendrá siquiera cabida por el knock-out inflacionario.
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