18 de junio 2019 - 00:00

Un arte joven y ornamental cuya marca es el humor

El gran tamaño de sus obras es una cualidad que se reitera en la instalación actual.

Arte pop. Un glamoroso lápiz labial de un metro y medio de altura ostenta seducción y alegría.
Arte pop. Un glamoroso lápiz labial de un metro y medio de altura ostenta seducción y alegría.

La exhibición “Farola. Tapiz. Túnica.” de Daniel Basso (1974) en la galería Calvaresi, confirma el interés del artista por el arte ornamental. Desde que despuntó su carrera en su Mar del Plata natal con la serie “Bijou para camiones”, su estética cargada de humor, convoca la atención de los expertos. La condición decorativa y el tamaño desmesurado de sus obras, son cualidades estratégicas que se reiteran y acentúan en la instalación actual.

Para comenzar, Basso alfombró todo el piso de la sala con un radiante tapiz amarillo. Así, sin servirse de la tecnología, se acerca al arte inmersivo. El color reverbera en todo el espacio y el espectador se inserta en la configuración artística. A la potencia del amarillo se suma la sensación envolvente que generan la música y la atracción de los objetos. Un glamoroso lápiz labial de un metro y medio de altura ostenta la seducción y alegría del arte Pop. La imponente escultura coincide con el tamaño de los labios de la “Fumadora”, un paradigma de estilo pintado por Tom Wesselmann, el último maestro de la saga neoyorquina del Pop que supo inspirar con esta obra la famosa lengua de los Rolling Stone.

La música como tema de nuestro artista está presente en un parlante con aspecto de paredón y un piano de cola extrañamente alargado. La obra trae a la memoria una operación conceptual de Gabriel Orozco quien, en los años 90, “adelgazó” un Citroën DS para otorgarle formas aerodinámicas, aunque el auto perdió la función de transportar. Sobre los muros celestes se destacan, blancos, los estantes de una bella repisa realizada con un material tan frágil que tampoco cumple ninguna función y sólo sirve para adornar. De unos ganchos cuelgan, como columnas de una balaustrada, dos pendientes. Con su dimensión excesiva, la “joya” remite a la estética original y reconocible de la bijou de Basso. Luego, una porción de torta coronada por una cereza, completa el conjunto.

El marplatense despliega sus conocimientos de la historia del arte y los transporta con la soltura que le brinda una obra capaz de sostenerlos. Sin embargo, su mayor virtud reside en el hábito de reflexionar sobre el arte y analizarlo. En 2018, Daniel Basso y su colega, Juan José Souto, celebraron el décimo cumpleaños de Mundo Dios, la residencia para artistas que fundaron juntos. Allí, en una casona francesa de principios de siglo ubicada en la zona del puerto, soplan los vientos de la contemporaneidad, funcionan clínicas y talleres con buenos maestros, se presentan charlas y conciertos. Las nuevas generaciones aprenden qué es el arte y qué significa ser artista.

Mar del Plata, según el texto de Lux Lindner que acompaña la muestra, “tiene relación directa con la energía de todo un mar que se le arroja furioso a cada momento”. Pero hasta diciembre de 2013, cuando se inauguró el MAR con una exposición didáctica del Pop argentino, Mar del Plata no tenía un museo de arte contemporáneo. Mundo Dios ya había ganado un nombre y, la gente del ambiente que llegaba a conocer el MAR, lo convirtió en un paseo obligado. Desde ese lugar llegó Basso a Buenos Aires, con la energía de un arte que, en cierta medida, se ha vuelto sofisticado. Y este año, no sólo presenta su exhibición en Calvaresi, se llevó además el Premio Itaú de Artes Visuales 2019.

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