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Charlas de Quincho
Asado, shows, vino, caballos, extravagancias gastronómicas aguardaban en una célebre estancia a un mandatario de visita en el país. Sin embargo, al huésped sólo le interesa una cosa e hizo un anuncio espectacular a un grupo de empresarios. Más local, un gobernador reunió a tres estrellas del fútbol que convocaron a una multitud a las puertas de su quinta bonaerense. Se jugó y se vieron partidos, pero hubo revelaciones sobre cómo hará ese mandatario provincial para cumplir con algunas obligaciones monetarias. Mientras, en un restorán porteño, dirigentes de un centenario partido discutieron cómo capitalizar en lo estratégico algunas victorias coyunturales y celebraron el retorno al redil de un excompañero. Veamos.
Pero el chino logró impresionar a los anfitriones con una confesión que hizo ante el grupo de empresarios con quienes se reunió apenas llegó al campo: «Me hablan de vinos argentinos, que es la bebida nacional, pero ¿saben algo? Nunca en mi vida he probado una sola gota de vino, ni argentino ni de ningún lado». Quienes escuchaban creyeron que se trataba de una broma, de una galantería para que le sirvieran una copa. Pero el traductor insistió, nunca probó vino en su vida. Llamaron en el acto a los mozos, que entraron con caldos de varias firmas y se los hicieron probar. ¿Efectos? Ninguno estridente, pero sí algo anecdótico. Wen Jiabao tenía pautado en su agenda permanecer en ese campo sólo dos horas, entre las 9 y las 11, y se quedó hasta las 13, probando las delicias de parrilla y una selección de verduras asadas Mallman. Le habían preparado otro alarde de parrilla, la tira de asado más larga del mundo, pero probó apenas una puntita, cuando sus ujieres movilizaban ya al malón de la comitiva que incluía a «periodistas» -por decirlo así tratándose de la China- que dijeron representar a 28 medios de prensa de ese país, todos seguramente administrados por el Gobierno. Escuchó atento a una cancionista de tangos, Cecilia Serine, alta y radiante, sobre cuyas condiciones pontificó elogioso Cristiano Rattazzi -ataviado con una chalina inolvidable- antes de retirarse y de informar a todos con sus dichos.
¿Qué dijo? Obviamente que la Argentina es un socio estratégico de su país, que quiere importar más granos elaborados y con valor agregado. Hizo elogios del ministro de Agricultura, Norberto Yauhar, que fue junto con Julián Domínguez, presidente de la Cámara de Diputados, el otro representante del Gobierno -por los viajes que ha hecho a su país y los acuerdos firmados-. También estuvieron el secretario de Turismo, Leandro Botto, y el diputado (FpV Formosa) Luis Besterra. Ponderó a Néstor y Cristina Kirchner y se fascinó cuando, bajo la carpa y antes de probar vino, el empresario Gustavo Grobocopatel le explicó como gracias a la biogénesis, la Argentina había pasado de producir 35 millones de toneladas de granos y oleaginosas a producir 100 millones y que en los próximos ocho años se llegará a los 170 millones.
Como sucedería horas más tarde en la Casa de Gobierno, el mandatario oriental fue sometido a una larga sesión de argentinidad; en la Rosada sería un eterno recital de tango; en La República, la habitual demostración de destreza de los caballos que cría Moneta. Sin embargo, lo más interesante se produjo antes del show equino y del asado. En un aparte convocó a los empresarios Gustavo Grobocopatel (el principal productor de soja del país), José Zuccardi (de la bodega homónima), Ricardo Marra (presidente de la Bolsa de Cereales), Gastón Pérez Izquierdo (CEO de la bodega Catena Zapata) y Ricardo Dome-nech (productores avícolas) para hablar de lo único que en realidad le importa: la soja, el vino, los productos agroindustriales argentinos que su país podría comprar. Allí se conversó sobre cebada, leche, soja, maíz... pero el chino sorprendió a sus contertulios locales cuando les adelantó que entre los más de cuarenta protocolos que firmaría hoy con el Gobierno argentino hay uno por el que se creará un «fondo de reserva de granos», financiado exclusivamente por su país. ¿Cómo funcionaría este fondo? Los chinos reservarían la cosecha de soja argentina adelantando un 10% del importe a pagar por el total de lo que compraría China; con ese monto los productores argentinos podrían adquirir maquinaria, fertilizantes, pagar salarios y otros gastos corrientes.
Para quienes ven en cualquier minucia una conspiración, la residencia de Daniel Scioli brindó la conspiración del año, que puede superar a la que le atribuyen -de manera retrospectiva- por aquella foto junto a los Moyano. Citó, en un alarde de poder que pocos pueden desarrollar, a Diego Maradona y a su yerno, el «Kun» Agüero, a pasar el día en La Ñata, jugar al fútbol y comerse el menú completo de la casa, que incluye por cierto asado, pero también pizzas y pastas. ¿Cuánto habría costado producir ese encuentro si se tratase de un emprendimiento comercial? No tiene precio, por eso esa juntada de estrellas, a las que se sumó Erik «Coco» Lamela, el ex River que ahora luce en la Roma de Italia, sólo se explica por el poder que expresa hacia afuera y que si hubiera tenido además el condimento de la presencia de dirigentes políticos, no faltaría quien lo anotase en la trama de las conspiraciones. No hubo políticos, salvo el jefe de gabinete Alberto Pérez y el expresidente del Banco Provincia Guillermo Francos, quien se retiró temprano porque tenía un compromiso en un palco del Monumental.
La presencia de las dos estrellas del fútbol en la mañana del sábado en Benavídez había creado un clima en torno de la residencia que pudo compararse con la que rodeó los estadios del fútbol profesional ese día y ayer. Centenares de vecinos, chicos de escuelas, curiosos y los habitués de esas reuniones de fútbol 5 (como Alberto Samid, que no sólo provee la carne para el asado sino que además funciona como jefe de reglamento) ordena entrada y salida de jugadores de la cancha y resuelve entredichos de disciplina entrando por las de él al campo cuando lo cree oportuno, estuvieron bien temprano en el miniestadio San Daniel, en cuyas tribunas hay estatuas hiperrealistas de Maradona, Juan Perón y otras celebridades públicas. Para los tempraneros fue la primera echada de choripanes cuyos humos compitieron con los fuegos artificiales que estallaron en los momentos críticos del partido, que tuvo más fuego que algunos encuentros profesionales. De hecho hubo hasta heridos, el propio gobernador con un tajo en la cabeza que lo mostró como no se suele ver casi nunca a un político, sangrando, y el «Kun», a quien lo enojó el empate final 16 a 16 y en un gesto de bronca la emprendió contra una puerta del vestuario. Por eso lo debió atender el médico de cabecera de la casa, Alfredo Cahe, y Agüero apareció en el asado que siguió con un centenar de invitados con una mano vendada y el brazo en cabestrillo, una herida que no sufrió ni en el Manchester City, aunque autoinflingida para expresar su indignidad con el resultado.
«Estos chicos -se quejó el propio Maradona al terminar el duro partido- no respetan a nadie. Me cruzan a mí o al «Kun» con una dureza que no tiene en cuenta nuestros antecedentes». El equipo que integró Diego con su yerno representaba al de Independiente y se enfrentó con La Ñata Fútbol Club (el equipo del gobernador se adapta a los tiempos y ya no se llama «Lo Piqueteros de Villa La Ñata). Está formado por chicos y jóvenes de barrios cercanos a la residencia y presume de tanta pericia que el año que viene se va anotar en la Primera B del Fútbol 5 de la AFA para competir formalmente. Para eso, han constituido un club que llamará a elecciones este año para elegir a la comisión directiva. Va a ser la primera elección del oficialismo antes de las legislativas de 2013 y estará, a no dudarlo, también teñida de proselitismo partidario.
Le jugaron al equipo de la familia Maradona de igual a igual, con las licencias que este tipo de encuentros le presta al espectáculo. Nadie cargó en principio contra Diego, pero a la media hora -juegan 40 y 40- ya empezaron a cruzarlo y terminó varias veces en el suelo. Hubo represalias y al gobernador lo arrojaron contra un alambrado rozando uno de los postes del arco que «si lo hubiera tocado -admitió uno de los entornistas- ya teníamos a Mariotto de gobernador». Diego, que no tiene ánimo para estas insolencias, eligió como punto de sus quejas, obviamente, al árbitro Gabriel Brazenas, un hombre de la casa que fue 10 años árbitro internacional y que se hizo fama cuando convalidó un dudoso gol a Vélez en una instancia decisiva contra Huracán a fines de 2009. Maradona le reclamó amarillas -que merecía dijo- a varios de sus contrincantes, incluido Scioli. Brazenas, que tiene que ir todos los sábados a La Ñata, ignoró muchos de esos reclamos. Por eso Maradona se retiró a las duchas antes de que terminase el partido. Previamente hizo lujos de pie, centros con efecto, pelotas colocadas como nadie, algo que jaleó el relator que cuenta el partido por los altavoces acompañado por los ritmos bailanteros de un conjunto con nombre emblemático: Los Leales. Este clima tenso terminó con la herida de Scioli en la cabeza, la mano cortada del «Kun» y la partida de Brazenas del estadio, enojado por las críticas de Diego, sin quedarse al almuerzo. Cuando éste se enteró pidió un teléfono y lo llamó para convencerlo de que se sentase a la mesa, lo que hizo el árbitro, quien siguió siendo objeto de las pullas por su actuación. Pidió un micrófono y dijo: «Estuve diez años en Primera. Lo que habré escuchado, pero quiero destacar mi respeto por Maradona y todo lo que ha hecho por el fútbol y la Argentina».
A esa altura el almuerzo promediaba en el «museo» personal que tiene Scioli en la residencia y estaban ya encendidas las pantallas para mirar el partido Ríver-Almirante Brown. Maradona había comido un menú especial de puchero en la cabecera de la mesa principal junto a Scioli, Alberto Pérez, sus hermanos «Pepe» y Nicolás y el empresario Samid. Mirar un partido junto al 10 es un lujo pero sus dichos no son reproducibles porque pertenecen a ese universo personal y con códigos que suelen imponerse, por ejemplo, en los vestuarios. No siempre donde se come se quinchea, por eso se omiten los comentarios sobre la estrategia de ofrecían los equipos de Almeyda y el «Huevo» Giunta, cómo habían parado a sus jugadores, con cuántos 5 jugada uno. Rescatamos una máxima general para retener: No hay que jugar de alto con cinco atacantes que intenten marcar, en fútbol hay que acercar la pelota al área para crear situaciones de gol. Cada vez que se escuchaban esos comentarios había silencio, como cuando comparó al Almeyda que jugó con él y que el de ahora.
Más en lo general, hubo comentarios sobre su tarea de técnico en Dubái, lo difícil que resulta comer un menú occidental -dijo que se consigue carne australiana- y algunas gracias sobre las dificultades idiomáticas. En su equipo, el Al Wasl, hay tres jugadores occidentales, uno de Irán y el resto locales. Con ellos se entiende a través de un traductor egipcio que habla perfecto español y a quien también tiene que entrenar para que transmita sus indicaciones en medio del partido corriendo como él por la raya. Lo lleva a su casa -un chalé junto al mar- los fines de semana y le enseña la jerga que quiere usar con los jugadores, que choca con las diferencias no textuales. «¿Cómo decirle -rió la mesa- a un jugador en su idioma «Tenés que romperte el orto...?» Es muy difícil esa relación. También comentarios divertidos con el calor, que dijo haber conocido por aquellas tierras cuando fue a jugar con el Napoli. Cuando lo llamaron a precalentar, extendió los brazos y comenzó a mover los dedos y las muñecas. ¿Qué hace, Maradona?, le preguntó el técnico. Estoy precalentando, respondió, «Hace 50 grados... ¿qué querés? ¿que corra?». También sobrevoló un cuento discreto sobre la religiosidad de los jugadores locales, que rezan antes del partido y durante el entretiempo, costumbre que confía traerá mejores los resultados de su equipo.
El comienzo del partido de River distendió las mesas, que se concentraron en que Cahe -el único hincha de esa casaca que se reconoció como tal- pagase las apuestas que había ofrecido. Tan hostil era el grupo a los millonarios, que cuando Trezeguet hizo su gol nadie lo gritó, ni el médico. «Estoy acostumbrado a que hagamos goles...», se burló del resto. Pero a esa hora las preocupaciones habían remontado a temas menos entretenidos. En la charla con sus funcionarios el gobernador siguió los efectos de la destitución relámpago de Fernando Lugo y se ocupó de que se publicasen declaraciones muy críticas al envión destituyente del Congreso del Paraguay que no le dio tiempo a defenderse al ex obispo que se fue. Replicó en este sentido lo que había dicho Cristina de Kirchner y otros presidentes críticos de esta destitución hacia parlamentos que pueden aprovechar -según el gobernador- mayoría y minoría que a veces son circunstanciales y mudables, para destituir presidentes por atribuirles responsabilidades en determinados hechos.
En el país el antecedente de Aníbal Ibarra en la Capital Federal ya fue en su momento un aldabonazo para todos los ejecutivos cuando no tienen el favor de sus legislaturas, y bien que hacen en prevenirse de esa ola que ahora terminó con Lugo como antes terminó con Ibarra y otros intendentes, o gobernadores como Ángel Mazza, de La Rioja. La esposa de José Mujica, la senadora Lucía Topolansky, confesó el sábado a una radio que había que prevenirse de estos casos porque «Hoy por mí, mañana por ti». Eso, más que el tecnicismo de la destitución del paraguayo, es lo que aterra hoy en la región en la cual muchos presidentes han alimentado el piqueterismo y a la multitud en las calles, olvidando que pueden dar vuelta en la esquina y venir a por uno. Otra preocupación de la hora no pareció mitigar el tono de la reunión, los fondos para pagar sueldos y aguinaldos en la provincia. Ni el gobernador ni su jefe de gabinete hicieron gestos de pánico ante este problema y trasmitieron la idea -hay que leerles los labios, en realidad- de que habrá pagos en tiempo y forma, que están todos en el mismo barco y que el pago lo asegura, o el dinero que gire entre hoy y mañana la Nación, o el que tiene la provincia o, en caso de que haga falta, una partida que surja con la caución de un activo importante de la administración local del cual no se da detalle porque rige sobre esa información el mismo código que veta reproducir los dichos de vestuario de Maradona.
Los radicales van descubriendo de a poco que desperdician oportunidades, por ejemplo, que sus críticas a la candidatura de Daniel Reposo arrastraron, con 16 senadores, a varios de sus compañeros de bancada hasta negarle los 2/3 de los votos para la designación del procurador de la Nación, el mismo porcentaje que necesitaría una reforma constitucional, con o sin reelección. La fragilidad de la conducción partidaria y la manía por mirar al pasado les quita ánimo para pegar un hecho al otro y buscar convertirse desde ahora en los adalides del rechazo a esa reforma. Saben, además, que alguna porción de sus correligionarios podría tentarse de reformismo si el kirchnerismo, que ya busca esa alternativa, les ofreciera instaurar un régimen parlamentario como intentó en 1994 Raúl Alfonsín. Éste y otros intríngulis partidarios aparecieron en la cena a la que invitó el exdiputado Rafael Pascual con radicales porteños como José María García Arecha, el exlegislador Héctor Fernández, el experto en controles Carlos Ventureira y «Chendo» García Vázquez -sobrino del economista-, entre otros.
Pascual los citó para comprometerlos en el acto del 28 en homenaje a Arturo Illia -aniversario de su destitución en 1966- en el cual hablará él y el exfuncionario kirchnerista Julio Bárbaro. «Es el único peronista que encontré que habla bien de Illia», les explicó «Rafa», quien en realidad está en operaciones como nunca. Aspira a liderar una lista del Radicalismo Popular en las internas abiertas obligatorias del año que viene para ser senador nacional por Capital. Como esas operaciones son encubiertas -como todas las que tienen sazón en política- distrae con maniobras de superficie como sacarse fotos con gente del PRO. Nadie ignora que ha pisado esas baldosas con apoyos en anteriores elecciones, pero lo último que querría es quedar con los dedos atrapados en la pelea entre promacristas y antimacristas que divide a los radicales. En la sobremesa, que alegraron los caldos del tradicional Lalín, hubo cruce de noticias. La más importante viene del sur, y se trata de la reafiliación a la UCR del excandidato presidencial y exgobernador Horacio Massaccesi. Había sido sancionado hace algún tiempo por algún desliz de listas en su provincia, pero con toda su pompa y con acompañantes se constituyó en el comité provincia del partido en Viedma y estampó la firma en la ficha del partido por el cual debutó en cargos en 1983 cuando fue diputado.
Vamos a terminar con un chiste de la línea fuerte, como nos piden nuestros lectores. Un barco naufraga en alta mar; los únicos dos sobrevivientes son un tripulante bajo y gordito, y una rubia despampanante, joven y bella. En la isla a la que los arroja el mar no hay nada para hacer más que sobrevivir, y al tiempo sucede lo inevitable: el hombre y la mujer se abocan a la diversión de a dos más vieja de la historia. Así pasan los días haciendo el amor, cazando y pescando. Un día la marea arroja sobre la playa una valija; la abren y encuentran que todo su contenido es ropa de hombre. La miran, la revisan en busca de algo útil y cuando están en esa tarea el hombre dice:
- Mi amor: ¿puedo pedirte algo?
- Sí, claro; lo que quieras...
- Por favor: vestite de varón... Ponete un traje, una camisa, una corbata, zapatos abotinados, medias...
La chica, convencida de que se trata de una fantasía erótica de su compañero, accede de buen grado. Se interna en los matorrales, se viste y regresa con el pelo recogido y radiante en su ropa de varón. El hombre la mira, se le acerca y le susurra al oído:
- Flaco: ¡no sabés el minón que me estoy comiendo!
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