12 de noviembre 2012 - 00:00

Charlas de Quincho

Dos comidas, una del oficialismo y otra opositora, sirvieron para que los dos sectores en que se divide el mundo de la política trataran de comprender qué sucedió el jueves de la semana pasada. En ningún caso hubo discursos ni se contó (salvo para esta sección) cuáles fueron las conclusiones de esas tenidas. En relación con ese tema hubo hasta referencias a Dante Alighieri en medio de tiras de asado y sabrosas achuras. También se llamó a silencio (como es su hábito) el supuesto principal beneficiario de la protesta del jueves, que sufrió el embate inesperado de la crecida del río. Más al norte, el partido derrotado en una elección presidencial convidó a una cena en su sede a un grupo de argentinos (de todos los colores políticos) que viajaron para ver los comicios in situ. «¿Qué festejan?», se preguntaban los convidados. Veamos.

Karina Rabolini, Daniel Scioli, Marcelo Tinelli y Gerardo Werthein, entre otros, en un haras de Capilla del Señor, donde se hizo un festival hípico. El gobernador guarda silencio sobre una reunión con Cristina hace dos semanas en la que hubo un acuerdo de paz.; Mauricio Macri brinda desde el escenario de La Rural en la cena de los policías metropolitanos, rodeado, entre otros, del exministro J. Vanossi, el jefe H. Giménez, el subjefe R. Pedace, H. Rodríguez Larreta, M. E. Vidal, G Montenegro.
Karina Rabolini, Daniel Scioli, Marcelo Tinelli y Gerardo Werthein, entre otros, en un haras de Capilla del Señor, donde se hizo un festival hípico. El gobernador guarda silencio sobre una reunión con Cristina hace dos semanas en la que hubo un acuerdo de paz.; Mauricio Macri brinda desde el escenario de La Rural en la cena de los policías metropolitanos, rodeado, entre otros, del exministro J. Vanossi, el jefe H. Giménez, el subjefe R. Pedace, H. Rodríguez Larreta, M. E. Vidal, G Montenegro.
No le faltan conflictos a la agenda de oficialismo y oposición, pero la concentración del jueves dominó por sobre todos con una consecuencia curiosa. Salvo las expresiones de Cristina de Kirchner del viernes sobre liderazgos -que siguen discutiendo- o las resbaladizas reflexiones de Ricardo Alfonsín, quien con sinceridad pampa concluyó que el beneficiario de esa protesta era Daniel Scioli, los cuarteles se llamaron a silencio. Eso se vio en los quinchos políticos del fin de semana que funcionaron más bien como descansaderos de los dirigentes después de tanta tensión, en los que eludieron expresamente discutir sobre qué pudo significar. Quizás ya saben bien qué quiso decir ese público que salió a la calle, u otros esperan las conclusiones de encuestadores y gurúes, con la esperanza de que les contradigan la primera percepción.

El humor colectivo es como la pantera de la que hablaba el Dante cuando quería definir el lenguaje popular, una entidad huidiza que se parece a una pantera que camina entre el público; nadie la ve, pero cada tanto da un mordisco mortal. La clave está en que no lo muerda a uno. Domar el humor colectivo, conducirlo, aprovecharse de él, son todas faenas difíciles y en las que se cifra el talento de un político. Quien logra hacerlo gana; el que no pierde; quien lo acompaña manso puede medrar y salvarse de los mordiscos, o lograr que el tarascón le toque a otro. Oficialistas y opositores de distintas veredas se entregaron a reuniones en las que el tema de la manifestación pareció prohibido, aunque las asistencias expresaron la necesidad de juntarse de los distintos grupos como si buscasen alguna forma de catarsis en la compañía de los propios. Eso se vio en el asado de mayor densidad doctrinaria del fin de semana, el que organizó Carlos Kunkel en el predio del expresidente de Boca Juniors Jorge Amor Ameal, «El cortijo del cruce Varela», en el corazón de Florencio Varela, al que asistió en pleno el kirchnerismo duro. Hubo ministros y funcionarios como Juan Manuel Abal Medina, Carlos Tomada y Roberto Feletti, exministros como Jorge Taiana, legisladores de varios niveles como Julián Domínguez, Carlos «Cuto» Moreno, Jorge Landau, Teresa García, el «Canca» Juan Carlos Dante Gullo, Mariano West, Héctor Recalde e intendentes como Pablo Bruera, el «Barba» Francisco Gutiérrez y el local Julio Pereyra. 

Ese grupo de más de 300 kirchneristas puros devoraron un rico asado, pero se limitó el micrófono al legendario «Gato» Peters, humorista que eludió temas políticos en sus chanzas y no hubo discursos salvo para el brindis. La charla se sumió en el téte a téte con el invitado de al lado. Las únicas señales surgieron de la disposición de la mesa principal y por alguna presencia fronteriza. La primera fue la precedencia que se le dio a Domínguez, presidente de la Cámara de Diputados y protocandidato a gobernador de Buenos Aires para 2015. Ponerlo en el centro no sólo fue una deferencia de protocolo por el control que tiene en la cámara, y que ejerce con una generosidad desde el poder que le agradece hasta la oposición, a la que atiende en todas sus necesidades. Eso lo ha convertido en el presidente de la cámara más popular desde Eduardo Camaño, porque restañó las rispideces que quedaron de la era Eduardo Fellner, quien se movía con dureza ante la oposición en esas pequeñeces de convivencia que pueden convertir la vida interna de la cámara en una fiesta o en un disgusto. Domínguez llega a gestos como moverse, en una de las sesiones del mes pasado, desde el estrado de la presidencia hasta la banca del misionero Ramón Puerta nada más que para entregarle un regalo, una corbata. «Feliz cumpleaños», lo sorprendió al expresidente. «Fue la semana pasada», le recordó Puerta, quien había estado de viaje. «Lo sé, pero no quería dejarlo pasar», replicó Julián y le propinó el corbatazo.

Su ubicación en el centro de la mesa principal pareció una señal de apoyo a las pretensiones electorales de Domínguez por parte de este sector del kirchnerismo. Otra señal fue la presencia del intendente de La Plata Pablo Bruera, quien ha enfrentado al kirchnerismo en las internas de la capital provincial, pero no tiene empacho en acercarse a estas fiestas tan cerradas del kirchnerismo. Su estrategia es lo más elástica que permite hoy el oficialismo, que lo ve festejando a Kunkel pero también a Scioli, a quien acompañará hoy en las celebraciones del aniversario de la ciudad que gobierna. Más en las minucias anecdóticas, los presentes se anotaban todos para que el «Canca» Gullo los invite a la inauguración en el barrio de Palermo del restorán temático Los Octubres que está preparando para antes de fin de año. Fueron solidarios de ese emprendimiento, más militante que comercial, y que, según confesaba el «Canca», «me está costando mucho».


El otro kirchnerismo que también gobierna en Buenos Aires, el de Daniel Scioli, se llamó a recato y redobló el método. Primero, el silencio, que lo que ordenó el viernes el gobernador a los suyos en una reunión en la Casa de Gobierno provincial. Cuando escucharon los dichos de Alfonsín sobre que él es el beneficiario del 8-N lo entendieron en sus dos filos. Uno es que Alfonsín quiso meter inquina dentro del oficialismo; el otro, que es cierto que la agenda que pidió el público que se manifestó el jueves es la que Scioli puede representar desde el costado del kirchnerismo soft que encarna dentro de la fórmula de Gobierno, que se alimenta del kirchnerismo de Olivos y también del de La Ñata. En esa reunión, como en otras de la semana que mantuvo con los propios, transmitió el mensaje de que las relaciones con Cristina de Kirchner están en un momento de pacificación óptima, algo que le permite iniciar la temporada alta de todos los años, que es la que comienza ahora y termina en marzo con plena instalación de la actividad en la costa, vidriera nacional de todos quienes quieran mostrarse ante los turistas y ante quienes siguen las vacaciones como una noticia principal.

Ese acuerdo de paz lo remiten los sciolistas a una reunión a solas que mantuvo con la Presidente hace dos semana en Casa de Gobierno en la que llegaron a acuerdos políticos y también financieros que permiten el pago de salarios y aguinaldos sin problemas. Él niega gravitación a ese encuentro e insiste, como siempre, que la relación es buena con Cristina y que sus contactos se limitan a coincidir en actos públicos. Pero no niega que esa cita a solas haya ocurrido.

En ese clima se permite libertades de candidato, como ir esta semana a La Rioja con una agenda de proyección territorial e institucional a la que no es ajeno el diputado nacional Jorge Yoma, a quien el gobernador cuenta ya entre sus armadores para ganar terreno por fuera de Buenos Aires. Y también mostrarse en actos como el campeonato hípico de los Werthein de ayer en el haras El Capricho de la localidad de Capilla del Señor. Allí se mostró junto a Marcelo Tinelli y el dueño de casa Gerardo Werthein en uno de los tantos festejos del Día de la Tradición. La inundación forzó a que el principal partido de futsal fuera ayer, una revancha ante el equipo de Alvear, que acaba de subir a la primera A de esa especialidad. El partido se hizo en una Venecia del conurbano; en La Ñata la sudestada elevó las aguas a un metro por sobre la línea de la residencia. El sector que ocupa el museo con la memorabilia deportiva y el salón principal en donde se hacen las reuniones políticas y sociales se salvó del agua.

El macrismo, al que presumen en el Gobierno como beneficiario de la algarada del 8-N, se concentró en el otro quincho político del fin de semana, pero también hubo silencio público para decir nada de lo que puede significar lo que pasó en materia electoral. Hay hechos en política que terminan siendo intransitivos, que son más el final de algo que el comienzo de otra cosa. El macrismo lo sabe porque ocurrió eso como la victoria de Francisco de Narváez en 2009 por sobre la lista de Kirchner-Scioli en Buenos Aires. Sus efectos se disiparon rápido y fue imposible monetizar ese resultado en un salto provechoso para esa fuerza de oposición que era en ese momento Macri-De Narváez. El temor es que pase lo mismo ahora, que ese grito de los vecinos se les escape a los políticos, del oficialismo y la oposición, porque esa manifestación se ha hecho representar antes en el voto al Gobierno nacional y a la oposición. Tampoco podían hablar mucho de política los macristas el viernes a la noche cuando asistieron en masa a la primera cena anual de la Policía Metropolitana en el salón más grande de La Rural, adonde asistieron más de 800 invitados que pagaron cada uno $ 400 por cubierto a beneficio de la fuerza porteña.

Las mesas principales las encabezaron Mauricio Macri, María Eugenia Vidal y la mayoría de los ministros. Por supuesto el jefe político de la fuerza, Guillermo Montenegro, además de Horacio Rodríguez Larreta, Diego Santilli, Guillermo Dietrich, Daniel Chaín, y el grupo de legisladores más cercanos a Macri como Cristian Ritondo, Enzo Pagani, Lidia Saya (esposa además de Carlos Walter a la que le cantaron el cumpleaños feliz); exlegisladores como Jorge Enríquez y Martín Borrelli. En las mesas abundaron policías retirados de la Federal, un padrón comprensible porque la Metropolitana, para su bien o su mal, se ha alimentado de exmandos federales y sus jefes, Horacio Raúl Giménez y Ricardo Pedace, son excomisarios azules. Como en el caso del cumpleaños de Kunkel, la composición de la asistencia se entiende. El macrismo gobierna en la Capital que protestó y era un momento para estar juntos, aunque callados sobre ese tema, a la espera de conclusiones más sólidas sobre lo que pasó. Lo único que hizo el oficialismo porteño, específicamente la Metropolitana, fue el jueves a la noche dar un comunicado que decía que se habían movilizado en el distrito 700 mil personas, el cálculo más generoso de los que se conocieron ese día, y que está lejos del que los servicios de inteligencia acercaron a Olivos, que fue de 250 mil. La noche terminó con baile y premios, que se dieron seguramente para justificar el costo de la invitación, que fue un bono contribución. Fue mediante un concurso de preguntas y respuestas en el se preguntaban cuestiones herméticas, como de qué equipo es hincha el jefe de Gobierno o cuál es la patrona de la Metropolitana (es Nuestra Señora de Buenos Aires, no la Virgen de Itatí, como dijo uno).

Repasemos los rescoldos que quedaron del malón de argentinos que fue a los Estados Unidos a mirar las elecciones. La delegación del Diálogo Argentino Americano compartió el miércoles un almuerzo en el Capitol Hill Club del Partido Republicano, un exclusivo ambiente gastronómico reservado sólo para el establishment de los afiliados, con John Porter (exrepresentante de Las Vegas), Joseph Findaro, (sirvió en la administración Reagan como subsecretario adjunto para Agua y Ciencia en el Departamento del Interior y como consejero en Washington del gobernador de California); Everett Eissenstat, consejero jefe en Comercio Internacional del Comité de Finanzas del Senado, y Hayden Milberg, director de presupuesto del Comité de Inteligencia del Senado. El condumio, un bufé donde había exquisitas albóndigas de cangrejo, infaltable Cesar salad, pollo al curry con arroz pilaf, camarones con salsa barbacoa y salmón con alcaparras, hasta el postre obligado de aquellos pagos cheese cake, cranberry pie, y, la más digestiva ensalada de frutas tropicales. De beber nada alcohólico, sólo la gaseosa más reconocida del país y jugos varios. El encuentro ocurrió tres días después de la derrota del candidato Romney. Ninguno de los convidados criollos podía entender el ánimo de alegría de sus colegas estadounidenses, códigos y costumbres que valdría la pena incorporar en la clase política local. Estaban Aldo Donzis, presidente de la DAIA; los senadores provinciales Aníbal Asseff (Alianza PRO). Santiago Nino (UCR), Norma Morandini (FAP) y Horacio López (UCR); los diputados Abel Buil (FAP), Iván Budassi (FpV), Juan Carlos Juárez (GEN), Mario Vignali (UCR), Gerardo Milman (FAP), los periodistas Jorge Castro y Carlos Campolongo, además de Ricardo Ferrer Picado, jefe de programas del Diálogo y el economista Jorge Todesca. Por razones familiares, Luis Ruvira, el responsable del grupo de observadores, viajó antes a Buenos Aires y dejó la comitiva al mando de su segundo Eduardo Diez, un joven que se las arregló para manejarlos con solvencia de baqueano. Los convidados venían de entrevistarse con Sonia Sotomayor, jueza de la Corte Suprema de los Estados Unidos. En un salón de impresionante boiserie, apareció la mujer, tan sencilla en su atuendo, como en el discurso, en prolijo castellano. Nacida en el Bronx -oriunda de Puerto Rico-, se explayó sobre el sistema jurídico de la potencia global e hizo gala de uno de los valores fundacionales: la libertad de expresión en un país donde los medios de prensa y sus interfaces, las redes sociales, influyen de manera definitiva y sin tapujos en la orientación sobre a quién elegir. De hecho aquí las encuestas se dan a conocer minuto a minuto inclusive el día mismo del sufragio. A pesar de la recomendación previa de no preguntar sobre casos en proceso, hubo un comedido que interrogó sobre los holdouts y el apresamiento de la fragata en Ghana. Sotomayor, sin aludir al caso en concreto respondió tajante con el libro del deber ser: las deudas se pagan. Igual afirmación se escuchó en el almuerzo con los republicanos.

Menos condicionados porque no son gobierno, los anfitriones del partido de Romney se explayaron con pronósticos de lo que será la administración Obama hacia la región. Nada cambia, inclusive arriesgaron que habrá más desinterés porque los demócratas quieren priorizar Asia y el Pacífico. En los asuntos de seguridad, la región importa poco, confiaron; sólo se mira con algo de interés cierta actividad de reclutamiento de seguidores del fundamentalismo islámico en Bolivia y Venezuela. La mención reflotó una cargada a parte de la comitiva que el día anterior había quedado retenida por agentes del Secret Service, custodios de la Casa Blanca. Los sospechosos fueron el senador Asseff, el presidente de la DAIA, Donzis; y el diputado Milman. Un error de tipeo en la lista dejó a los nombrados en un corralito, a la intemperie, con una temperatura cercana a la formación de hielo. No hubo chapeo, ni aclaración que valga, todos quedaron allí hasta que el cruce de datos en los archivos develó que las identidades eran correctas. Assef, con apellido y rasgos de clara etnia mesooriental era el más observado. Pagó esa noche la cena a sus compañeros de delegación. Los anfitriones republicanos quisieron saber cómo era un «cacerolazo», pues uno de ellos, el del Comité de Inteligencia del Congreso, había recibido el mail que invitaba al que se produjo frente a la embajada que cubre Jorge Argüello, en el cual repartió «flyers» un representante de uno de los grupos buitre.

La creativa propuesta de la Fundación Jabad Lubavich de la Argentina tuvo en el Teatro Colón su noche más gloriosa. Para comenzar, cuando ingresó el maestro Itzhak Perlman con su violín entre los brazos y desplazándose en su silla de ruedas, tronó una ovación que derramó los aplausos y la emoción desde las tertulias y cazuelas, hasta los palcos y las plateas. «Hacía muchísimos años que el teatro no vibraba de este modo», aseguró un habitué, y añadió que luego de haber padecido poliomielitis a los cuatro años, Perlman es uno de los mejores violinistas del mundo. A pesar de su merecida gloria, tímido y con sencillez, el genial violinista recordó que hacia 17 años que no visitaba nuestro país y dijo: «Espero no defraudar a los argentinos después de tanto tiempo». Comenzó con la Suite Italienne de Stravinsky donde lució su virtuosismo, dejando atrás un memorable Mozart. Pero cuando todo parecía haber terminado, empezaron los bises que cobraron la fuerza y extensión de un segundo concierto.

Así, Manuel de Falla y Albéniz fueron miel para los oídos de todos, y esa noche fue una excepción: hasta los que acostumbran a salir corriendo, se quedaron inmóviles, sólo se levantaban para aplaudir, como si se hubieran puesto todos de acuerdo. Perlman brilló más que las estrellas esa noche, no se hizo rogar y por casi una hora más, deslumbró primero con su música y luego con su humor contando historias, mientras como un actor consumado estrujaba con premeditada exageración el pañuelo sobre su pecho. Para celebrar el derroche de inspiración estaba la muy discreta y flamante embajadora de Israel, Dorit Shavit, rodeada por los numerosos miembros de las familias Werthein y Pochinki, mecenas de la función que no terminaban de recibir agradecimientos y elogios, entre otros, los de Gustavo Grobocopatel y su mujer; de Adriana Rosemberg, Norberto Frigerio y Claudia Stad, que dejó casi ciegos a sus compañeros de palco con su triple hilera de diamantes de extraña y cuadrada talla. Luego el ¡shalom¡ del rabino Tzvi Grunblatt para la despedida tuvo resonancias inolvidables.


Vamos a terminar con un chiste de candente actualidad, para ponerle un poco de humor a quienes todavía sufren la carencia de electricidad. Tres rubias deciden salir de compras y, obviamente, van a un shopping center. Recorren los pasillos del centro comercial, miran vidrieras, entran en varias boutiques y salen cargadas de bolsas con ropa, bijouterie, pequeños artículos electrónicos... Y cuando están en plena excursión de compras, se corta la luz en toda la zona donde está el centro comercial. El apagón es total, pero rápidamente se encienden las luces de emergencia del mall, y -de a poco- el personal de seguridad va guiando a los clientes hacia las salidas. Pasa un largo rato; el shopping está casi vacío y uno de los guardias escucha gritos femeninos desde el fondo del shopping:

-¡Auxilio, auxilio! ¡Sáquennos de acá!

El guardia se dirige a los ascensores, pero no encuentra a nadie. Después recorre los pasillos e ilumina el interior de los locales. Finalmente, dirige su haz de luz hacia el lugar de donde efectivamente provienen los gritos y ve a las tres rubias. Y una de ellas lo encara, entre angustiada y enojada:

-¡Al fin! ¡Hace una hora que estamos atrapadas en esta escalera mecánica!

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