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La desobediencia del feminismo
El libro de Mabel Bellucci, editado por Capital Intelectual, se sumerge en el lado histórico de los derechos de la mujer, su lucha, y en los intereses políticos, religiosos y económicos que aún hoy postergan debates acerca de la interrupción del embarazo. VIERNES adelanta fragmentos de la obra que recorre el tema a través de los años, tanto en perspectiva local como internacional.
Fue así que la planificación familiar, que implicaba el empleo intencional de nuevas tecnologías anticonceptivas, comenzó a pensarse como la alternativa más rápida y efectiva para un esperable impacto sobre el descenso de la fecundidad: las mujeres emprendieron el uso de la anticoncepción oral, la colocación de dispositivos intrauterinos y también fueron sometidas a las esterilizaciones quirúrgicas masivas de manera involuntaria, en especial, en los países del Tercer Mundo.
Las investigaciones científicas comprometidas con la pastilla oral no mostraban su descubrimiento como una consecuencia directa de la revolución sexual sino que había un interés biopolítico para su desarrollo. De ese modo, surgieron organismos filantrópicos y académicos abocados a cuestiones demográficas que luego incentivaron un movimiento mundial de programas de planificación familiar. Reglamentaban así a poblaciones completas teniendo en cuenta su tamaño, crecimiento y movilidades, con métodos que se difundían a través de dichas asociaciones internacionales y de los organismos estatales. En líneas generales, estaban apoyados por los países centrales y dirigidos a las regiones empobrecidas de los continentes ricos en recursos naturales (...).
Si bien el nuevo anticonceptivo encarnaba el símbolo de la liberación porque proporcionaba el control de la fecundidad, también esa potencial libertad gritada a los cuatro vientos se ligaba estrechamente con la condición de raza, clase y etnia de las propias consumidoras. Al representar una herramienta al servicio del imperialismo estadounidense, impedía verlo como una promesa alentadora. Aunque con la pastilla no se corría peligro de muerte o amenaza concreta de presidio como con el aborto ilegal, lo mismo se mantenía dicha práctica difundida puertas adentro y, a la vez, clandestina de puertas afuera. Por lo tanto, en la cotidianidad las mujeres hablaban del aborto entre ellas mientras era castigado en el orden público. En cuanto a la nueva anticoncepción, en sus comienzos, al estar destinada a una minoría con privilegios, además de la exigencia de un compromiso regular de consumo atentaba contra su aceptación generalizada; más allá de saber que de ningún modo aseguraba evitar una posible preñez. El aborto significaba lo opuesto, es decir, una solución frente al hecho consumado. Así, se convirtió en el medio más eficaz para concluir con un embarazo no deseado en la medida en que hubiera certeza de no exponer la vida o de ir presa.
Otro dato para no soslayar: en los años 60 existían generaciones precedentes de mujeres que habían abortado y que, de alguna manera, lo verbalizaban dentro de su entorno íntimo. En líneas generales, su acogida era cuasi familiar. En cambio, la anticoncepción oral carecía de trayectoria en cuanto a comportamientos reproductivos. Y como todo lo nuevo, por un lado generaba incertidumbre y, por el otro, se ignoraban sus efectos potenciales. Las pastillas aún requerían de mejoras técnicas adicionales. Además, había dificultad en el acceso y la poca información que circulaba no era tranquilizadora. Por lo tanto, este método anticonceptivo, como fue comprobado años más tarde, si bien resolvía con ardides el desgraciado final tan temido por parte de las abortantes, tenía secuelas a largo plazo que provocaban serias complicaciones. No obstante, a las mujeres se les presentaba la ocasión de escoger en primera persona entre un método conocido y otro por conocer. Al fin y al cabo, ¿qué otra cosa puede leerse en esos lemas provocativos de la época: 'Un hijo, si quiero y cuando quiera' o 'Dueñas de nuestros vientres' que no sea la reapropiación de su sexualidad y de su función reproductora?, pregunta ingeniosa, por cierto, que se hicieron Georges Duby y Michelle Perrot en la sólida producción intelectual de cinco tomos titulada 'Historia de las mujeres' (...).
A medida que se removían las capas de pintura del friso, se acrecentaba la virulencia de las mujeres contra los comportamientos de los varones, ya como compañeros de lucha, de cama, o de lo que fuera. En primer lugar, comenzó su destrono a partir del fastidio que provocaban ciertas costumbres masculinas derivadas del mundo de lo privado que recalaron en lo público. En especial, se hacía gala de autoridad y jactancia del saber mientras se desestimaba la toma de decisión o de la palabra por parte de sus compañeras dentro de las organizaciones políticas mixtas. Ser tratadas como 'menores de edad', al igual que en la vida íntima y hogareña, en un espacio afín para ambos, generó disturbios de todo tipo. La expulsión fue la vía imprescindible, pero en vez de irse ellos se fueron ellas y armaron 'rancho aparte'. El éxodo en masa de las organizaciones políticas y de los movimientos sociales fue una muestra de lo experimentado (...).
En el listado de reclamos de los grupos feministas radicales, la exigencia de la interrupción voluntaria del embarazo se mantuvo invariable y, a la vez, dichos requerimientos se enlazaron entre sí sin un orden jerárquico que plantease la importancia o primacía de uno sobre el otro. De este modo se acompañaba con peticiones de guarderías gratuitas, centros de cuidados infantiles y subsidios para las madres trabajadoras. Contrariamente a lo que ocurre hoy, no se suscitaban divergencias entre el reclamo de no parir y el deseo de maternidad. Tampoco los tiempos sonaban propicios para que el tema del aborto promoviera un territorio propio de especificidad teórica. Mejor aún, su práctica era frecuente y aceptada como una parte más de la vida reproductiva de las mujeres.
Quien sí disponía del poder de trasladarlo a la esfera política era el dispositivo médico, ya que se consideraba al aborto una cuestión de salud pública o demográfica; durante años el conocimiento técnico había quedado concentrado en sus manos. Ahora bien, ¿qué razones hubo para que el pedido del aborto saliese de la propiedad de algunos especialistas de la salud y se transformase en un tema privativo de las mujeres? La consagrada politóloga Rosalind Petchesky explica el salto que permitió el pase de manos de unos hacia otras por una confluencia de variables. Por un lado, el denodado activismo de las feministas que contribuyó a politizar el debate sobre las políticas de planificación familiar; por el otro, los cambios provocados por los avances y la movilidad social de las mujeres en cuanto a obtener logros claves con respecto al ingreso en el mercado de trabajo y a la educación universitaria; también, a las innovaciones en el orden amoroso y familiar.
Los esfuerzos iniciales del activismo estuvieron a cargo de grupos de profesionales, tales como funcionarios y funcionarias de la salud, médicos y médicas reconocidos, demógrafos, demógrafas, abogados y abogadas que enfocaban el aborto como una cuestión de salud institucional. Sus discursos y métodos resultaban infranqueables. En cuanto al movimiento feminista, su situación era más compleja por las tensiones que abrigaba en su interior (...).
En 1973, frente a la intensidad de la protesta política y social, el peronismo retornó al poder después de 18 años de proscripción, con el 50 por ciento de los votos. Dentro de este contexto de intensa algarabía multitudinaria, una obrera textil, Nora Ciapponi, se presentó como candidata a vicepresidenta por el Partido Socialista de los Trabajadores (PST), a sabiendas del triunfo arrasador del peronismo. No importó, ella estuvo allí con un discurso y con una cuota de feminismo obreril. Es más, uno de sus puntos nodales fue el tema de los métodos anticonceptivos y también la lucha contra la ilegalidad del aborto. Si bien era un gesto desafiante, la apuesta pasó inadvertida por parte de sus congéneres durante la misma contienda. Ello no le impidió entrar tiempo después en un diálogo con las feministas, en grupos o de manera individual, para llevar a cabo acciones puntuales de alcance e intensidad acordes con esos momentos.
Este escenario histórico encarnaba una oportunidad para que las mujeres, de manera organizada, reclamaran por sus derechos a un Gobierno votado por una amplia mayoría, ante la carencia de representación femenina en el Congreso Nacional. De igual modo, esta razón no asomó como la más gravitante en la agenda de las militantes políticas, tampoco en la del activismo feminista, ya que para ambas, por diferentes motivos y objetivos, no estaba en sus metas interpelar a la democracia liberal. Por un lado, las feministas reivindicaban una radical independencia respecto de las agrupaciones políticas clásicas, como la izquierda revolucionaria. Por el otro, el ideario de las militantes políticas atesoraba la intención de subvertir el orden instituido. Esa sedición se definía en términos de clase y sus planteos colocaban en las antípodas al capitalismo y la revolución socialista, destacando el rol central que jugaba el imperialismo estadounidense, un diagnóstico compartido por uno y otro sexo.
La sensación de que un cambio era posible en el campo económico, político y cultural -que, incluso, podría triunfar en un futuro inmediato- fue compartida unánimemente y se constituyó en una meta factible puesto que se estaba forjando la idea del 'hombre nuevo', como propuesta que pretendía transformar a la sociedad en su conjunto (...).
Lo cierto es que prevalecía el ideario de que el compromiso político con la revolución también se sustentaba en la reproducción biológica y aun en medio del clima reinante. Por lo tanto, las regulaciones sexuales se modelaban a partir de un fuerte imperativo heterocentrado, es decir, la pareja asentada en la familia nuclear y monogámica (...).
De este modo, el feminismo argentino resultó ser el fruto más de un acontecer de la modernidad que del contexto social, político, económico y cultural a nivel local. No emergió como una consecuencia directa de la historia política y social argentina. Las tesis insurreccionales de los 70 le restaron lugar al desarrollo de un movimiento feminista al estilo europeo o de otros países de América Latina, privilegiando un discurso totalizador que propiciaba procesos de liberación nacional o socialista. De una u otra manera, las pioneras debieron imponerse frente a la adversidad tanto en las esferas de lo público como en la esfera de las propias mujeres (...).
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