22 de junio 2017 - 08:47

La Matanza: viaje al corazón del Metrobús

La mega obra inaugurada hace cincuenta días agilizó la vida de los vecinos y de todos los que utilizan las líneas de colectivo que circulan entre San Justo y Catán. La opinión de los choferes y de los pasajeros. Un recorrido a bordo del transporte más poblado del Conurbano.

La Matanza: viaje al corazón del Metrobús
"Te lo simplifico. Desde que empezó a funcionar el Metrobús, duermo mejor". Osvaldo es claro. Tiene 57 años y hace 32 que es colectivero. "La gente se queja por todo y no entiende que uno no puede hacer más que manejar. Si hay tráfico, y todo está colapsado, yo también me pongo nervioso. Pero no es fácil estar acá arriba", dice mientras cabecea hacia el volante en pleno viaje rumbo a González Catán a bordo del 96, la línea en la que trabaja desde hace 12 años.

La llegada del Metrobús a La Matanza modificó la vida de los vecinos y de todos aquellos que viajan a diario a través de la avenida Juan Manuel de Rosas desde San Justo a Catán o viceversa. Se trata de 16 kilómetros de recorrido para los que se necesitaban 45 minutos, 10 minutos más de lo que lleva el trayecto en la actualidad. Diez de ida, diez de vuelta. Veinte minutos para dormir un poco más, para desayunar mejor, para mirar la mitad de un capítulo de una serie o para maquillarse sin la necesidad de correr. Un tiempo que vale más que el oro.

"Tres veces. La gente no le presta ni atención". A Osvaldo no le gusta cuando tocan el timbre de más. Adelante, suena fuerte. Y cuando se hace eco, le molesta. Baja la velocidad, regula y deja en claro que ya escuchó. Que la parada ya no es la misma. Desde atrás, murmullan mientras un bebé llora inmóvil desde su abrigo a prueba de libertad emocional.

El colectivo avanza. Se llena y se vacía. El movimiento es constante. Las paradas se suceden: Hospital Paroissien, Roma y Cristianía. Son 17 estaciones. Con luminarias nuevas, asientos para la espera, resguardo contra la lluvia y acceso para discapacitados. Son más de 20 líneas de colectivos que movilizan a unos 300 mil pasajeros por día.

"Antes había lugares en los que se acumulaban autos y no se podía avanzar. Me tocó llegar tarde al trabajo y hasta perder el presentismo", dice Luciano Álvarez, quien trabaja en un centro odontológico en San Justo y a diario se toma el 382, otra de las líneas que atraviesan el Metrobús. Y agrega que "ahora tengo mucha más seguridad de a qué hora pasa el colectivo. Se respetan más los horarios y eso me lleva a organizar mejor mi día".

La obra, que fue inaugurada hace 50 días, ya cumplió varios de los objetivos. Sobre todo en lo que tiene ver con la celeridad. Sin embargo, los vecinos pretenden un poco más. "Me viene bárbaro. Tengo que llevar todos los días a los pibes al colegio y me ahorra tiempo. Pero también hacen fútbol en una escuela de Liniers y me vendría genial que llegue hasta la General Paz", dice Adriana Rizzuto, mientras espera que llegue el primer colectivo que la deje en la estación Arieta.

La idea del Ministerio de Transporte es extender el recorrido y que, por lo menos, llegue a Ramos Mejía. Pero todavía no hay datos concretos. Lo cierto es que el tramo inaugurado no es utilizado en su plenitud por todas las líneas, sino que hay algunas que entran y salen por sus diferentes recorridos.

El trayecto, además, facilita la fluidez de los autos, que también bajaron la duración de su recorrido. "Laburo todo el día yendo y viniendo. No me doy cuenta si tardo más o menos, pero te puedo asegurar que no cruzarme con colectivos durante un tramo ya es toda una victoria para los que andamos en auto", dice Federico Ruilopez, quien es mayorista de golosinas. "Lo que te puedo asegurar es que el alfajor Smack se vende como trompada", dice entre risas.

La fila se hace larga en la Estación Tres Cruces. El viento mueve los pocos pelos que le quedan a un hombre cuya sombra marca las 15.15. Del otro lado de la estación, rumbo a Provincia, hay menos gente. El viento no pega. Los paneles que recubren las estaciones, amortiguan. Se ven dos locales. Todos van y vienen en el lugar. La espera, desespera. Y a nadie le gusta llegar tarde.

"Me gusta la idea de llegar más temprano a todos lados, pero preferiría que seamos mejores como personas y nos respetemos un poco más. Podés llegar temprano a una cita, pero si sos mala persona no vale de mucho", asegura Beatriz, una señora de 73 años a la que le gusta sentarse en el primer lugar "no por necesidad", como aseguran sino "para mirar qué es lo que hay por delante".

Bruno Lazzaro

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