Por un rato, Hugo Moyano espantó el fantasma de Saúl Ubaldini: al cervecero siempre se le reprochó que no tenía habilidad para pegar y negociar, que siempre iba al choque, casi una herejía para el gremialismo tan acostumbrado a la negociación, formal y de la otra.
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El camionero, en cambio, estaba cerca de una versión mansa de Ubaldini porque, al contrario de aquél, dejó de pegar para convertir todo su accionar en negociación. Que, se quejan sus vecinos, tenía como único beneficiario a Moyano y sus aliados históricos.
Acuerdo previo
Este diario, la semana pasada, anticipó que el jefe de la CGT no tendría más que elogios hacia el Gobierno y que sus verdaderos intereses habían sido previamente acordados. Moyano conoce a Kirchner: lo irrita la demanda en público.
El jueves, con más de 70 mil personas en la 9 de Julio, Moyano cumplió al pie de la letra: desplegó tropa, halagó a los Kirchner y logró, además, subir al palco al grueso de los caciques sin-dicales, incluso aquéllos con los que tiene diferencias.
El atractivo de la jugada de Moyano es lineal: el camionero, sin un atisbo de crítica, armó una movilización ma-siva y sin incidentes que devolvió a la CGT el protagonismo de otros tiempos lo que, además de una señal a Kirchner es un aviso a los opositores.
¿Acaso, en 2003, Moyano no puso todo el aparato de Camioneros en favor de Adolfo Rodríguez Saá, candidato que competía contra el patagónico? Eso, de hecho, le sirvió para que unos meses después, con respaldo de Kirchner, en jefe de una CGT unificada.
Aviso
El jueves, Moyano avisó que la CGT, y él como ordenador, serán imprescindibles en cualquier esquema probable que se empiece a dibujar el 29 de junio. Ya avanzó, por eso, en charlas con Daniel Scioli. Antes, por intermediarios, le expresó su disconformidad a Carlos Reutemann.
Frente a eso, Kirchner puede enfrentarse a la máxima peronista de que a todo jefe del PJ le llega su Vandor.
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