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“Se nos impuso seguir el marketing estadounidense”
Periodista: ¿Qué pasó, entre nosotros, con los vinos en los últimos años?
Miguel Brascó: No han habido cambios sustanciales, porque la Argentina es uno de los 5 grandes países del vino en el mundo. Es el quinto productor en volumen de vino. Antes se decía: el quinto productor de vinos comunes, y no es cierto; nuestros vinos son comparables a los españoles, los franceses o los italianos: hay buenos, medianos y comunes. En todos esos países productores el volumen más importante es el de los vinos comunes, que son los que la gente utiliza para comer.
P.: ¿Y los Estados Unidos?
M.B.: Allí no se toma vino en la mesa. Salvo en la costa oeste, San Francisco, Los Ángeles y en Napa Valley donde sí se toma porque es una zona como Mendoza. Se consume también en la costa este y en Chicago, pero en Minesota, en Nebraska, en el Middle West, no se toma vino sino cerveza. Si se va viendo país por país, donde se toma vino de verdad, seriamente, con una gran comunicación entre el comensal y esa bebida, son España, Francia, Italia, Portugal y la Argentina. Los estadounidenses en algún momento, posterior a la Segunda Guerra Mundial, cuando se desconcentró el ejército expedicionario norteamericano en Europa, tomaron conciencia de que ellos eran un imperio como productores de vino en el valle de Napa, en Sonoma, y tenían una evolución muy parecida a la argentina y la chilena, que se desarrollaron a partir del siglo XIX con distinta fortuna según las circunstancias sociales de cada país.
País exportador
P.: ¿Chile nos ganó exportando?
M.B.: Fue un país exportador porque no contaba con un mercado interno. No tenía opción: o vendía afuera o no hacía mucho vino. La Argentina tuvo un mercado interno maravilloso. Las inmigraciones europeas del Mediterráneo, españolas e italianas, que vinieron escapándose de las hambrunas y de las guerras, dio un mercado de consumo monstruoso. En los 70 llegó a tener 90 litros per cápita, después bajó, y en los 90 se dijo: ahora los argentinos no toman más vino. No era un problema de nuestro país, era un problema internacional. Era el cambio del ritmo de trabajo. Con horario discontinuo, de 8 a 12 y de 14 a 18, se almorzaba en la casa de uno, y se tomaba vino. Si se almuerza de parado, se toma gaseosa.
P.: ¿Cómo nos afectó eso?
M.B.: Un país que es quinto productor y consumidor, tiene una solidez de consumo que es muy difícil de modificar. No obstante hubo un avance muy fuerte del marketing norteamericano, que tomó conciencia de que era potencialmente una industria imperial y que podía atacar a sus principales antagonistas que son los franceses, que tienen sus vinos hace dos mil años ubicados como tope en el consumo de todo el mundo. En el siglo III, en el Imperio Romano, en Burdegalia había un poeta romano, Eusonio, que era vinicultor y exportaba a todo el resto de Europa, a todas las galias y a todos los territorios bárbaros: eslavos, germánicos, fuera de los límites del imperio metropolitano. Ese marketing romano de dos mil años se transfiere a Burdeos y a la Borgoña, y es invencible. Es imposible que una industria como la estadounidense, en el lapso de algunas décadas pretenda reemplazar a ese marketing de siglos. Los vinos franceses están publicitados por Alejandro Dumas en sus novelas, en «Los tres mosqueteros»; por Tolstoi en «La guerra y la paz» con nombre y apellido de las marcas. Eso es el sueño dorado de cualquier publicitario de vinos en el mundo. De todos modos las bodegas estadounidenses se lanzaron contra ese competidor, y si bien fracasaron, tomaron conciencia de que podían sumar países no consumidores, por caso Finlandia, donde son bebedores de akuavit, vodka y cerveza. Ese marketing fue eficacísimo porque cuenta con mass media tan monstruosamente potentes que han inventado a Robert Parker que es un soldado de ese marketing. Además generan revistas, libros, series de TV, películas hechas especialmente para estimular el consumo como «Entre Copas», que es formidable comercial para imponer el Pinot Noir.
La historia nos respalda
P.: Ante ese panorama, ¿qué pasa con la Argentina?
M.B.: Sufre una fuerte presión del marketing estadounidense como todo el mundo, pero la Argentina tiene la fuerza de sus 200 años de historia vitivinícola, de ser un país realmente consumidor de vino. Esto lo hablamos mucho con Michel Roland, uno de los 5 tipos más importantes del vino en el mundo, que tiene negocios en la Argentina como los tiene en Sudáfrica, en Australia y en otras partes, y es asesor de multinacionales. A Roland, la Argentina lo atrae particularmente, y gradualmente se está metiendo cada vez más en nuestro país porque aprecia la diversidad del clima, la posibilidad que tiene por sus tierras de cultivo (en Chile ya no se consiguen viñedos) y la falta de burocracia. Nosotros padecemos del Instituto Nacional de Vitivinicultura, donde no debe dejar de haber corrupción, pero al menos son ineficaces, mientras la burocracia en Francia es terrible, no deja espacio libre para inventar cosas nuevas, se está muy acotado por las designaciones de origen.
Nueva York y Londres
P.: ¿Por qué se imponen nuestros vinos tintos?
M.B.: Con Roland observamos cómo habíamos sido marcados por el marketing estadounidense. Éste es global y manejado por Nueva York y Londres ha desarrollado un producto llamado vino capaz de competir con los off drinks, las gaseosas, los destilados, el regular coffee, y es una bebida que tiene que ser esencialmente oscura. La idea es que si un vino es claret es menos importante que si es oscuro. Y el claret es el típico del Burdeos francés. Los vinos de los grandes chateaux son Merlot con Cabernet o Cabernet con Merlot, y no son oscuros. El vino elegante francés es un rubí. Para llegar a la idea marcada desde Estados Unidos, para darle color se le pone un cepaje de primer nivel como Bonarda, Sangiovese, Malbec. Entonces, aquí se tienen vinos comunes de una calidad superior dentro de los comunes. Un vino argentino de 7 pesos es infinitamente superior que un vine de terroire, un de mesa francés, o un consume wine alemán, es de mayor calidad. Se ha difundido a nivel mundial que un vino de exportación de buena calidad tiene que ser oscuro. Entonces todos los que se exportan son oscuros. Si se le lleva un claret a un finlandés mira el vaso y dice: «this is not a new world wine» y lo deja, y no lo prueba, y no se vendió. Cuando vinieron los wine makers a la Argentina para impulsar la exportación fueron a dos bodegas: Catena y Trapiche. Esa presión del marketing estadounidense ha hecho que se tenga la impresión de que el vino argentino hubiese cambiado, y no cambió porque manda una mayoría silenciosa que toma vinos argentinos, que va al super, compra un vino, lo descorcha, lo toma y se acabó el problema. El 90 por ciento del vino que se vende en la Argentina, lo hace el 10 por ciento de las bodegas. Unas 25 bodegas suministran todo el vino que toman los argentinos, que valen menos de $ 30. ¿Por qué? Porque el argentino lo toma en la mesa. Una pareja tiene que poner una botella por comida. Un vino de $ 100 no se pone todos los días. Por esos los que son para nuestro mercado cuestan entre $ 6 y $ 30. Y todas las bodegas hacen vino para argentinos. Yo suelo preguntar a las bodegas: ¿esta línea cuántas botellas vende? De ésta 200.000, y de ésta 4.000.000, y de ésta 7.000. La de 7.000 son vinos de $ 400. Acaba de sacar Finca La Anita un vino de $ 520 como una humorada del dueño, y hace 7.000 botellas, que es nada en un país donde una bodega como López tiene 40.000.000 de litros girando en el mercado, eso es consumo.
Entrevista de M.S.
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