17 de diciembre 2018 - 00:01

En 2019 sólo se podrá dar una recuperación modesta

Tras un 2018 para el olvido, el año próximo sufrirá por el impacto recesivo de la dureza fiscal, que neutralizará el efecto positivo de una cosecha normalizada.

Artana.jpg
NA

El año 2018 será para el olvido. La economía caerá alrededor del 2,5% y la inflación será del orden del 45%. Las razones de este pobre desempeño se remontan a un error en el diseño original del programa económico. Hay tres elementos que explican el atraso cambiario de finales de 2017 y su impacto en el elevado desbalance externo de casi 5% del PIB durante ese año: la inacción fiscal de los dos primeros años de gestión, el financiamiento externo del déficit de la Nación, y la ambición desmedida en reducir la tasa de inflación, a pesar del nulo avance en disminuir el altísimo déficit fiscal heredado y de los ajustes de precios relativos que era menester encarar. Se agregan, entre otros, la interferencia política en la toma de decisiones del BCRA que se puso en evidencia el 28-D y la decisión de sostener una paridad cambiaria vendiendo reservas, aún cuando la realidad mostró que el frenazo en la entrada de capitales iba a durar bastante tiempo.

En una economía cuya oferta de exportables responde poco a una depreciación de la moneda y además donde las exportaciones pesan poco en el PIB como consecuencia de años de vivir en una economía muy cerrada al comercio internacional, el ajuste a una menor disponibilidad de financiamiento se hace algo vía mejora en el tipo de cambio real y bastante por la vía de una recesión que reduce las importaciones. Para morigerar este problema hace falta financiamiento externo. Como el voluntario se demora y el FMI sólo cubre al sector público nacional y no a las provincias y al sector privado, hay una limitante para una reacción más rápida del PIB.

La recesión plantea algunas dudas en la recaudación que ha sido afectada por el colapso en la venta de bienes durables (sectores con baja o nula informalidad). De todas maneras, es posible compensar el efecto negativo sobre los ingresos del Gobierno en el año 2019 si la inflación supera en algunos puntos a la prevista en el Presupuesto.

el debate que viene

En resumen, no había muchas opciones a mejorar las cuentas fiscales a un paso más acelerado del previsto a finales de 2017, y sobreactuar también en el frente monetario para ganar credibilidad.

Durante el año próximo el debate se centrará en cuestiones coyunturales: si la economía se recuperará o no y qué forma tendrá esa recuperación (de U o de V), cuánto se sostendrá de la mejora en las cuentas externas cuando la economía abandone la recesión, si la inflación bajará como está previsto en el Presupuesto, si la incertidumbre electoral alentará una fuga importante de capitales, etcétera.

Nuestras proyecciones son que la economía tendrá una recuperación modesta a partir del segundo trimestre del año (en el promedio del año el PIB volverá a caer algo más del 1%), que el superávit comercial se acercará a los u$s10.000 millones, que la inflación se reducirá, pero le costará perforar el 30% anual, que puede ocurrir una fuga de capitales importante durante el tercer trimestre de 2019, que el BCRA podrá controlar si logra aprovechar la abundancia de divisas del primer semestre para fortalecer su posición de reservas (lo cual requiere además que el Tesoro no venda, hasta entonces, los dólares que recibirá del FMI por encima de sus vencimientos en moneda extranjera.

Nuestras proyecciones de actividad son menos optimistas que las oficiales porque creemos que la dureza fiscal y monetaria son inevitables, pero recesivas y pueden compensar el efecto positivo de la normalización de la cosecha. Además, la incertidumbre política demora la rebaja en el riesgo país y en la tasa de interés real. En otras palabras, la mejora en la confianza que ha sido clave en otros países para compensar los efectos negativos de la dureza fiscal está postergada hasta que se resuelva si la Argentina está dispuesta a reincidir en un experimento populista, pero ahora sin plata.

incertidumbre electoral

En un año de elecciones es difícil avanzar en reformas estructurales pero la agenda económica del futuro presidente deberá incluir varias.

Más allá de que al finalizar el mandato del presidente Macri la Argentina habrá eliminado el déficit fiscal primario que heredó de 4% del PIB, la Argentina sigue mostrando una vulnerabilidad en sus cuentas públicas nacionales. Por un lado, la depreciación de la moneda nacional y la acumulación de deuda pública que fue necesaria para financiar el gradualismo puso en evidencia que con un mercado de capitales doméstico pequeño no es obvio que habrá financiamiento voluntario para hacer frente a los vencimientos de capital e intereses.

Para lograr una trayectoria descendente del cociente deuda a PIB se requiere lograr un superávit primario del orden de 2.5% del PIB. Apostar a un menor esfuerzo fiscal suponiendo que o bien se apreciará el tipo de cambio real, o bien que la economía logrará crecer en forma sostenida a tasas cercanas al 4% al año es una jugada de alto riesgo y, en alguna medida, similar a la inacción fiscal de los dos primeros años de la gestión actual que implícitamente suponía que los problemas se arreglarían solos, gracias al crecimiento.

Ese mayor esfuerzo fiscal debe contemplar que se han comprometido reducciones de impuestos (de retenciones desde 2020 y las previstas en el acuerdo fiscal de finales de 2017 desde el año próximo) y que la inversión pública será ya muy baja. Por ello es necesario encarar reformas que permitan reducir el gasto corriente en forma sostenible. Urge avanzar en el campo previsional, reducir cualquier exceso de empleo público, acotar todavía más los subsidios al sector privado y transferir más servicios a las provincias.

Pero además de la mejora fiscal es necesario avanzar en reformas pro-crecimiento y pro empleo privado formal. La evidencia empírica muestra con claridad que el desarrollo requiere de un aumento en la inversión y del ahorro nacional y de un marco normativo que facilite las mejoras de productividad. Ello se logra con economías abiertas al comercio internacional (la Argentina junto con Brasil es una de las más cerradas del mundo), con mayor flexibilidad laboral para adecuarse más fácilmente a los desafíos que plantea la innovación, con mejoras en las instituciones, con mejoras en la cantidad y calidad de la infraestructura, con un aumento en el capital humano y con una política macroeconómica que reduzca la volatilidad de las variables principales de la economía (crecimiento, tipo de cambio real, etcétera).

Esta agenda parece muy demandante en lo político. Pero, habitualmente, las reformas estructurales han sido “costosas” en la mayoría de los países que han debido encararlas. Ello es así porque detrás de cada ineficiencia hay un interés que la defiende. Sin embargo, no hay otra opción: abandonar décadas de decadencia económica y social requiere de un avance importante en varios de los frentes mencionados.

Dejá tu comentario

Te puede interesar