18 de noviembre 2019 - 00:00

Escuelas sí, robots no

Este supuesto e inevitable arribo de la inteligencia artificial combinada con complejos sistemas de producción automatizada, el humano quede al margen del sistema económico, produciendo un incremento insalvable del desempleo a escala global.

Inteligencia artificial.

Inteligencia artificial.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

La historia completa sirve de testigo de que nada nos aterra más como especie que la incertidumbre. Desde los complejos sistemas de predicción del clima que ostentamos hoy, hasta aquellos artilugios esotéricos que supieron ser los oráculos de la antigüedad, son muestras de que nada es demasiado, ni mucho menos suficiente, cuando se trata de poder predecir el futuro devenir.

Cientos y cientos de páginas se escriben hoy día en ensayos académicos, diarios, revistas, blogs y libros con tapas rimbombantes, en el afán de poder describir los años venideros, sobre todo cuando parecemos absolutamente convencidos de que ese fluir de acontecimientos inesperados se ha acelerado más que nunca antes.

Entre las miles de palabras que sofocan todas esas páginas digitales o de papel, un número significativo está dedicado al advenimiento de lo que muchos llaman “la era de los robots”, cuya principal amenaza parece ser la posibilidad de que en este supuesto e inevitable arribo de la inteligencia artificial combinada con complejos sistemas de producción automatizada, el humano quede al margen del sistema económico, produciendo un incremento insalvable del desempleo a escala global, y un caos concomitante al interior de nuestras sociedades. A decir verdad, este temor no es nuevo. Ya los luditas del SXVIII y otros muchos movimientos sociales de mayor o menor envergadura, enfrentaron el avance tecnológico con diversos métodos, pero siempre con un mismo fin: impedir que el factor técnico deje al hombre sin el sustento que deviene de su fuerza laboral.

La orientación de esta nota no es la simplista que reza como un slogan del marketing y que suele ser esgrimida desde aquellos sectores que creen a priori que el futuro siempre será mejor, que todos aquellos temores de antaño, los de los luditas y los de tantos otros, simplemente jamás se cumplieron. Por el contrario, dirán estos, el desempleo en los países con mayor desarrollo tecnológico suele mantenerse dentro de márgenes mínimos, mientras que al mismo tiempo el estándar de vida en todos ellos aumenta sistemáticamente conforme la inserción tecnológica también crece.

Sin embargo, como supo advertir siglos atrás David Hume, que el sol haya salido siempre, no permite afirmar con certeza absoluta de que lo hará mañana.

Entonces, si no podemos apaciguar nuestra angustia basándonos en aquello que ha sucedido antes, ¿qué podemos decir al respecto? El futuro es desconocido para todos, pero puede analizarse aun así desde dos pares de variables: probable e improbable, posible e imposible. Las últimas dos voy a descartarlas desde un comienzo, porque ya se ha encargado el gran Borges de advertirnos de que “nunca” y “para siempre”, son dos palabras que exceden nuestra mortalidad. Avancemos entonces con el primer conjunto.

Considero en tal sentido que es bastante probable que la incorporación creciente de robots en el sistema productivo afecte principalmente a todos aquellos empleos que requieran del hombre únicamente la repetición. Empleos en los cuales el trabajador solo deba iterar un proceso estandarizado, serán rápidamente monopolizados por robots que no sabrán de días de descanso, sindicatos, cargas de familia, etc. Sin embargo, es bastante improbable, al mismo tiempo, que en el mediano plazo las máquinas puedan reemplazar a aquellos que logren desarrollarse orientándose a la creatividad, la consultoría, la empatía, el liderazgo y otras tantas competencias que devienen de todo aquello que hace al ser humano único: su instrucción técnica permanente, por un lado, y sus lecturas, recuerdos, experiencias y vivencias personales, junto con sus lágrimas y sonrisas, esperanzas y fracasos. En resumen, todo aquello que conforma su única e irreproducible mirada del mundo; su individualidad.

Las grandes creaciones humanas han sido las más de las veces la mixtura impredecible de emociones y pareceres, desafíos y obsesiones, que diversos hombres y mujeres han enfrentado generando esos “eurekas” maravillosos que nos han llevado a ser lo que somos hoy. Y en este sentido, aún los sofisticados sistemas y algoritmos que parecen amenazar nuestro futuro, seguirán estando en desventaja.

Sin embargo, y para finalizar, existe un riesgo en este presente conocido que, de no sortearse, amenaza nuestro desarrollo mucho más que cualquier futuro robotizado: refiero al sistema educativo que aún hoy ostentamos cuyos orígenes remiten a una revolución industrial que hoy resulta prácticamente prehistórica.

Basada como se encuentra la escuela actual en la formación estandarizada de sus alumnos, en la repetición de consignas, en la igualación arbitraria de las particularidades, y, en suma, en la represión buscada o no, pero siempre cierta, de la creatividad individual, los hombres y mujeres que sigan egresando de este sistema vetusto, se encontraran desprovistos de las herramientas que podrían permitirles sortear los deslumbrantes desafíos por venir.

En tal sentido, el temor no debiera estar asentado en esos robots imaginados del futuro, sino en estas aulas tan conocidas y certeras, de nuestro presente en extinción.

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