3 de junio 2019 - 00:00

Irán, a 30 años de la muerte de Joimeini: promesas sin cumplir y bandera de rebeldía

La sociedad cambió desde entonces y las promesas de prosperidad chocan con el muro del conflicto con Estados Unidos. Ansias de libertad. La resiliencia del régimen.

Roma - “Estados Unidos no puede hacer una mierda”, expresó, en lenguaje popular, el ayatolá Rouhola Jomeini en 1979 al manifestar su apoyo al desafío sin precedentes lanzado por un grupo de estudiantes a la primera potencia del mundo, al asaltar y tomar rehenes en la embajada de Washington en Teherán.

Treinta años después de la muerte del líder revolucionario y fundador de la República Islámica (el 4 de junio de 1989), el odio a Estados Unidos permanece como la única columna firme que sobrevive en la ideología del régimen, mientras la sociedad tomó una dirección bien diferente a la auspiciada por el imán.

En el país, en el que el 50% de los 80 millones de habitantes nació luego de la muerte del ayatolá, no tuvo lugar aquella comunidad islámica moralmente pura que Jomeini había prometido en su retorno triunfal a la patria, en 1979.

Irán no es hoy un país tan sinceramente religioso como lo era en los tiempos de la monarquía: males como la droga y la prostitución afligen a la República Islámica, la prohibición del alcohol no transformó a los iraníes en un pueblo de abstemios, la corrupción económica y el nepotismo se propagan y las disparidades sociales aumentan. Ni siquiera la profecía de Jomeini se reveló del todo correcta. Con las sanciones impuestas durante 40 años, Estados Unidos mostró poder hacer, en realidad, mucho más contra Irán, bloqueando el desarrollo de un país de enormes riquezas naturales y potencial humano.

El Gobierno de Donald Trump llegó en los últimos tiempos a poner prácticamente de rodillas la economía iraní, pero la República Islámica, que sobrevivió y se reforzó gracias a las emergencias (del caso de los rehenes a la guerra de ocho años con Irak), permanece firme en su enfrentamiento con el “Gran Satán”.

El propio Trump pasó en pocas semanas de afirmaciones en las que auspiciaba una caída del régimen al reconocimiento de que el país puede prosperar también “con la actual dirigencia”.

Treinta años atrás, millones de personas invadieron las calles de Teherán para los funerales de Jomeini, los más grandes que la historia recuerde, en una gigantesca manifestación de luto espontánea que tomó a contrapié también a las autoridades.

Ya habían pasado diez años de la caída del sha y sólo uno del fin de la guerra, que dejó al país contra las cuerdas.

Las ejecuciones de miles de opositores -en su mayor parte exrevolucionarios laicos y marxistas-; la represión de cada disenso; las dificultades económicas y los compromisos que Jomeini, como astuto y cínico líder político, debió aceptar para garantizar la supervivencia del régimen, mostraron a una figura bien diferente de la del profeta sin mancha que en los tiempos de la revolución había prometido a los iraníes “el bienestar en esta Tierra y en el más allá”.

Probablemente aquellos millones de iraníes dolientes estaban allí para llorar no sólo por la muerte del imán, sino también por el sueño de libertad y felicidad que se llevó consigo.

Empero, treinta años después dos cosas son aún su herencia: una forma de religión que, bien lejos de ser un “opio de los pueblos”, se reveló como una fuerza revolucionaria y antiimperialista que tomó el puesto del marxismo en los movimientos antiestadounidenses y antiisraelíes en todo Medio Oriente, y, en lo que respecta a Irán, la afirmación de una independencia que puso fin a las injerencias de las grandes potencias durante más de un siglo.

Un nacionalismo que une a todos los iraníes y que en la religión halló una voz para hacerse escuchar.

Agencia ANSA

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