1 de diciembre 2019 - 00:00

La Argentina indefinida

Con el correr de los días iremos develando como resolverá su encrucijada la Argentina y que nos depararán los próximos años en materia económica.


Aun transitando un 2019 con innumerables particularidades, entre las que se han destacado el extraño panorama electoral y por ser un año más donde los desaciertos en materia económica fueron los grandes destacados, seguimos sin definir como sociedad que es lo que realmente Argentina necesita, hacia donde queremos ir o como vamos a lograr subsistir los próximos años, en un país que no tiene mucho tiempo para seguir cometiendo errores.

El 2020 tiene la obligación de convertirse en el inicio de una etapa que esté caracterizada por haber logrado dejar atrás viejas costumbres de aislamiento internacional, de desorden fiscal y de prácticas económicas que no hacen otra cosa que alejarnos cada vez mas del mundo moderno y de todo lo que debería representar el Siglo XXI.

Dentro de la foto del año que se despide se ven los casi 40 puntos de pobreza, el 11% de desocupación, una inflación que no se puede contener (que ya lleva en esta última etapa prácticamente 18 años entre nosotros) y una caída de la actividad económica que muestra dos grandes facetas: por un lado, la Argentina no crece en términos de PBI per cápita desde hace prácticamente una década; por el otro, probablemente el 2020 será el tercer año consecutivo donde no nos destaquemos por el crecimiento económico.

Con el correr de los días iremos develando como resolverá su encrucijada la Argentina y que nos depararán los próximos años en materia económica. Podemos tomar el camino de creer que podemos vivir con lo nuestro, que pagar la deuda es un tema secundario y que aumentar los impuestos para resolver nuestros problemas fiscales o bien podemos enfrentar reformas profundas que nos saquen de la eterna y agotadora decadencia. Lo único que hasta ahora tenemos realmente claro es que si esas reformas no se concretan, terminaremos de transformar estas tierras en un lugar cada vez más pobre y alejado del mundo.

Lo que preocupa son las creencias que aún nuestra sociedad conserva, como lo es el convencimiento de que todo se soluciona incentivando el consumo, simplemente imprimiendo billetes detrás de algún escritorio y de esta manera la rueda económica, casi como por arte de magia, comienza a rodar.

Si optamos por transitar el sendero del cortoplacismo (el cual hemos recorrido en reiteradas oportunidades siempre con resultados nefastos), el destino implicará con seguridad el franco deterioro (entre otras variables) de nuestros índices de inflación y de recesión económica.

Hasta que no comprendamos que el sector privado es el único capaz de generar riqueza de la mano del crecimiento genuino, con inversiones, creando empleos y agregando valor, la economía seguirá estancada. Y para que ello ocurra, a quien quiera invertir hay que asegurarles algunas cuestiones básicas (que es increíble tenerlas que aclarar): que el Estado no confisque las ganancias con impuestos astronómicos (hoy la presión impositiva en Argentina es record), que las leyes laborales no hundan al empresario en conflictos que hagan peligrar su inversión (las leyes laborales vigentes tienen décadas de atraso y los convenios colectivos de trabajo datan prácticamente todos de mitad de la década del 70) y por sobre todo reglas del juego claras, algo que nos hemos esmerado por no poder ofrecerlas jamás.

Somos incumplidores seriales: aumentamos impuestos (cuando intentamos convencer de lo contrario), imponemos restricciones cambiarias y en general solemos ir contra las ganancias de los productivos (más retenciones a quienes exportan, por ejemplo) desincentivando la inversión y el desarrollo. Incluso tenemos la particularidad tentación de ir en contra de toda lógica: en vez de quitarle al improductivo, le quitamos al productivo para sustentar al primero.

Para cambiar nuestra realidad necesitamos también una Justicia que efectivamente nos proteja y nos transforme en iguales ante la ley, necesitamos reformar el sistema laboral (adaptándonos a los tiempos que corren) y por sobre todo, una reforma tributaria que baje la carga impositiva incentivando la inversión y no que quienes intenten venir a invertir a estos horizontes encuentren en cualquier otro rincón del mundo, mejores oportunidades, más prosperidad y un ambiente amigable para todos aquellos capitales que quieran crecer y multiplicarse.

Para esto la reforma del Estado es fundamental y debe ir acompañada por una fuerte baja del gasto público en todos frentes, desde empleo público, obra pública, subsidios energéticos y de trasporte, como también en el sistema de seguridad social y la privatización de las empresas públicas.

El mundo ha comprendido que el crecimiento viene indefectiblemente acompañado siempre del desarrollo del comercio, intercambios éstos que deben darse dentro de la plena libertad entre privados. Algo que parece tan obvio, pero tan difícil de aceptar para un país donde buena parte de su sociedad cree que encerrarnos es la mejor opción.

Necesitamos una Argentina distinta. Necesitamos un país mejor. Necesitamos ser parte del mundo que se ha insertado de lleno en el siglo que transitamos.

(*) El autor es analista y consultor económico – Conferencista – Twitter: @madorni

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