23 de abril 2019 - 00:01

La autopercepción del país según la mirada de los artistas

La megaexposición curada por Javier Villa lleva como subtítulo "Visiones de la pampa, el litoral y el altiplano desde el siglo XIX a la actualidad". La muestra, compuesta por 250 obras de 97 artistas, convoca los demonios de la violencia con el afán de superar la incapacidad para corregir los errores.

Carlos Herrera. La muestra comienza con una elocuente instalación donde Carlos Herrera expone las ramas de un gran árbol y unos abanicos de plumas, junto al material para las abluciones de las performances.
Carlos Herrera. La muestra comienza con una elocuente instalación donde Carlos Herrera expone las ramas de un gran árbol y unos abanicos de plumas, junto al material para las abluciones de las performances.

El Museo de Arte Moderno de Buenos Aires acaba de inaugurar “Una historia de la imaginación en la Argentina. Visiones de la pampa, el litoral y el altiplano desde el siglo XIX a la actualidad”, una megaexposición con más de 250 obras de 97 artistas, curada por Javier Villa. Para rendir cuenta de la vastedad del territorio argentino y la complejidad de su historia, Villa remonta el siglo XVIII y llega hasta la actualidad. La muestra comienza con una elocuente instalación donde Carlos Herrera expone las ramas de un gran árbol y unos abanicos de plumas, junto al material para las abluciones de las performances que realiza el artista a lo largo de la muestra.

En la primera sala, un nocturno de Martín Malharro inspira la poética descripción de La Pampa de Javier Villa: “Las sombras del ombú se esclarecen y su figura deviene monumento metafísico que rompe el vacío”. Hecha de grandes contrastes, la muestra enfrenta la intensidad de Malharro al imaginario surreal del contemporáneo Daniel Leber. La influencia de la vertiente surreal atraviesa del principio al fin toda la exhibición. Allí están los dibujos de Xul Solar, la obra temprana de Antonio Berni, los paisajes de Batlle Planas y Roberto Aizenberg, la pintura de Adriana Minoliti, las formas de ensueño de Fernanda Laguna, Max Gómez Canle, Marcelo Pombo, y los menos conocidos Calixto Mamani y Adolfo Ollavaca.

Internarse en la dimensión desmesurada de nuestra llanura implica ingresar en el capítulo dedicado a “El Matadero”, relato de Esteban Echeverría que muestra un país que se desangra en la lucha entre unitarios y federales. Las “Tijeras de castrar” de Luis Fernando Benedit evocan los ritos de la carne, producto simbólico y generador de riqueza por excelencia en Argentina. En este escenario dominado por la violencia se encuentra la cabeza empalada del Chacho Peñaloza realizada por Pablo Suárez; mientras, fantasmal y luminosa como un espectro, flota la cabeza que presenta Nicanor Aráoz. Allí mismo está “El martirio de San Sebastián” de Santiago García Sáenz, y la barbarie de “Los Degolladores”, pintados por Cesáreo Bernaldo de Quirós mientras realizan su faena.

“La filosofía y el arte registran los contrastes espirituales del alma nacional”, observó Ricardo Rojas. El drama de La Cautiva, entre otras expresiones de violencia, pone en evidencia las dificultades de la sociedad argentina que tienen larga data. “El pasado no se puede cambiar, pero la historia se puede imaginar y reformular para diseñar el futuro”, sostiene Javier Villa.

En la representación visual de la historia los grandes maestros de nuestro arte figuran en el mismo plano que aquellos casi desconocidos. Y en el capítulo “El Litoral”, Cándido López nos induce a evocar la Guerra de la Triple Alianza. En Buenos Aires, capital del arte que miró siempre hacia Europa, la presencia de la poblada escena de Rosario y sus museos configura un tesoro inagotable. Luis Ouvrard fascina a los espectadores, al igual que Juan Grela, Leónidas Gambartes, Aída Herrera, María Laura Schiavoni, Claudia del Río y Juan Pablo Renzi, entre otros rosarinos.

Luego, la magia andina descubre “las olas abstractas” de María Martorell, presentes también en la voluminosa marea que teje Martha Forté. Del Museo José Antonio Terry de Tilcara proviene la bellísima Magdalena pintada por Terry con un estilo europeizante. Guido Yannitto cuenta, a través de un video y un gran tapiz, el mito de Esteco, de una ciudad arrasada y una mujer con su hijo convertidos en piedra. Ambos avanzan sobre la ciudad Salta que será destruida cuando lleguen. A partir de la fe por la Virgen de la montaña, la exposición retorna a los versos de Echeverría, quien desnuda literal y metafóricamente la imagen de “La cautiva”. Y así regresa a La Pampa, campo de batalla a través de la historia.

En este marco social y político, las artes plásticas asumen un papel documental y las obras clave son “El malón”, de Ángel Della Valle y “La cautiva” de Juan Manuel Blanes, donde la violencia parece anulada por el alto grado de estetización de las pinturas originales. El espectador deberá hacer un ejercicio para tratar de ver a través de meras copias la belleza que exhiben las pinturas genuinas de Della Valle (Museo Nacional de Bellas Artes) y la de Blanes (Museo Fortabat), productos del refinamiento de la civilización, realizadas con la técnica del pintor instruido en la pintura europea. Las dos obras justifican el exterminio de lo violento, es decir, la campaña civilizadora contra los indios salvajes. Sin embargo, lo que más atrae todavía hoy de estas pinturas es que a pesar de estar reprimida, expresan la seducción que ejerce la barbarie, sentimiento asociado a la violencia, socia eterna del arte y la historia argentinos.

La muestra del MAMBA trata de volver el tiempo atrás, convoca los demonios de la violencia con el afán de superar la incapacidad para corregir los errores.

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