14 de febrero 2018 - 23:07

"La fiesta es siempre de todos, pero la resaca es solitaria"

DIÁLOGO CON WALTER LEZCANO, UNA DE LAS VOCES MÁS DESTACADAS DE LA NUEVA GENERACIÓN LITERARIA - Acaba de publicar “Luces calientes”, una novela sobre la época que va de la crisis de 2001 a Cromañón.

Lezcano. “Para la gente que hizo su educación sentimental en los ‘90, el rock definía nuestra vida, nos marcaba formas de comportarnos, de cómo ser, pensar y sentir. Y Cromañón terminó con todo.”
Lezcano. “Para la gente que hizo su educación sentimental en los ‘90, el rock definía nuestra vida, nos marcaba formas de comportarnos, de cómo ser, pensar y sentir. Y Cromañón terminó con todo.”
"Me desafié a contar la historia de una generación del conurbano que puso fin a su adolescencia entre las tragedias de 2001 y la de Cromañón", dice Walter Lezcano sobre "Luces calientes" (Tusquets). Profesor de literatura, creador de la editorial Mancha de Aceite, ensayista, poeta, lleva publicadas las novelas "Los mantenidos", "Calle", "Los wachos", "Factura expuesta", y "Rejas". Dialogamos con él.

Periodista: ¿Qué lo llevó a este libro?

Walter Lezcano: Estoy un poco obsesionado con el período que va de lo sucedido en 2001 a la tragedia de Cromañón. Yo entonces había terminado la secundaria, y esos dos momentos funcionaron como una especie de educación civil de lo que tenía para darnos el país a los que estábamos en el fondo de la olla, y muchos buscábamos en la música, en el rock, lo que no nos daba la familia, ni la escuela, ni el Estado, ni nadie. Fue la búsqueda de una felicidad que terminó en la tragedia de Cromañón. Es un período que no estaba muy contado en la literatura, y cuando se lo trata siempre es sobre la pobre clase media que ya no podía ir a Miami. Y había gente que no había podido ir de vacaciones ni en el menemismo ni nunca. Me parece que hay una zona que no estaba contada. Me preguntaba cómo se cuenta una generación, cómo se cuenta un momento en donde hay muchas personas conectadas por la misma situación económica, con los mismos sueños, con las mismas ganas de vivir la vida, igual que otra gente que la está pasando bien. Me di cuenta de que la clave era la polifonía, y era una cuestión ética, política; era darle la palabra a los personajes y no que uno esté moviendo todos los hilos. Me puse a escuchar sus voces. Y supe que así como las fiestas las vivimos juntos, las resacas son solitarias y las sobrelleva cada uno como puede.

P.: Las voces y las acciones de un grupo que en el fin de la adolescencia, en los márgenes del conurbano, a pesar de lo que los rodea tienen el sueño de formar una banda de rock.

W. L.: Para la gente que hizo su educación sentimental en los '90, que pasó de la adolescencia a esa selva llamada adultez, la música definía nuestra vida, nos marcaba formas de comportarnos, de cómo ser, pensar y sentir. Era una relación intensa, cotidiana. Si los personajes tienen un proyecto relacionado con eso es porque era el único lugar posible para habitar la utopía, los sueños. Era un tiempo en que, en ese rock barrial, conurbanense, chabón, ese que heredamos de Luca Prodan, de Sumo y de bandas así, había lugar para todos.

P.: Sus personajes tienen la banda de "Los nietos del carnicero"...

W. L.:
Los nombre de las bandas definen una época y la zona económica en donde se mueven sus integrantes. No es lo mismo llamarse Velvet Underground, que llamarse Rolling Stones, Sex Pistols o The Police. El nombre de la banda implicaba ubicarla en esa zona territorial, geográfica, histórica, que se corresponde con los personajes.

P.: La relación amorosa de Martín y Alejandra, entre otras cualidades pareciera remitir a los personajes de "Sobre héroes y tumbas".

W. L.
: Me sorprende lo que pasó estos años con Sábato y Cortázar, hubo un codazo despectivo como si fuera literatura para novatos. Y yo entré por esa puerta a la literatura, con "El túnel", "Sobre héroes y tumbas" y "Abaddón, el exterminador". Me siento muy vinculado con ese ejercicio romántico de la literatura. Si hay una suerte de intertextualidad entre los personajes de Sábato y los míos es sólo un guiño afectivo, nada tienen que ver los avatares de su Martín y Alejandra con los de mi novela. "Luces calientes" es un mapa de situaciones, un recorrido territorial, una suma polifónica de historias hilvanadas a ritmo de videoclip.

P.: El siglo XXI entre nosotros empezó mal, con 2001, y para la generación de "Luces calientes" termina en la tragedia de Cromañon, el duelo y la resaca en soledad.

W. L.:
Cromañón es el símbolo trágico de muchos finales. Es para nosotros el fin del siglo XX, la culminación de lo que había pasado con Menem, con De la Rúa, los siete presidentes y lo que vino después. Ese fin de siglo fagocitó los ideales del rock, que comenzó como algo vital y ya es un negocio más. En ese sentido somos personas con el corazón roto. Estamos yendo a recitales, a un montón de lugares, tratando de encontrar eso que habíamos vivido cuando éramos jóvenes. Es el sueño perdido de la utopía y sin ganas de que te derrumbe la realidad, no te querés volver un oficinista, tenés algo que señala que sos de otro lado, las zapatillas, por eso hay tipos grandes con remeras de los Stones. No quieren que su subjetividad sea conquistada por el otro y tienen microrresistencias frente a un estado de cosas que le plantea todo el tiempo adaptarse. Siento mucho cariño por esa gente a la que algunos le dirán: cuándo vas a crecer. Gente que siente la felicidad como su rebelión. En eso "Luces calientes", retrato de una generación conurbana, es una novela política.

P.: ¿En que está ahora?

W. L.:
En diciembre salió "Los actos públicos" ensayo autobiográfico sobre el trabajo docente Para la Feria del Libro va a salir "Días distintos", ensayo sobre Calamaro y el fin de siglo en la Argentina. A mitad de años se reeditará mi segunda novela "Calle", y va a salir "Todo es poesía menos la poesía", ensayos sobre poesía argentina y sobre Parra del poeta Rodolfo Edwards que estoy editando y prologando.

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