1 de julio 2019 - 00:00

La prematura unión comercial

Algunas implicancias: efectos no garantizados en la balanza comercial, estructuras impositivas diferentes, acceso al crédito desigual y Europa sin inflación.

David Ricardo.
David Ricardo.

Apenas se conoció el acuerdo UE-Mercosur comenzaron a alzarse voces a favor y en contra del convenio. Para unos es un éxito, para otros una derrota anticipada. Veamos que nos dice un análisis desapasionado de las relaciones entre el acuerdo firmado en lo que respecta a la balanza comercial, el nivel de actividad, el empleo y el tipo de cambio.

El acuerdo y la balanza comercial: el debate de las ventajas del comercio internacional comenzó cuando uno de los padres de la economía moderna, David Ricardo, postuló que los diferentes países poseen diferentes vectores de precios relativos, por lo que, libradas las fuerzas del comercio internacional a una total libertad y sin barreras comerciales de ningún tipo, algunos países se especializarán en la producción de unos bienes y otros en los restantes, de manera tal que algunos de ellos canalizan todos sus recursos económicos a la producción de bienes industriales, importando todo lo que consumen de bienes agropecuarios y el resto de los países exactamente al revés. Ello, en teoría produce el máximo bienestar a nivel mundial. Pero lo que la experiencia indica es que la apertura al comercio internacional produce una maximización del comercio, quedando indeterminada el resultado de la balanza comercial. En otras palabras, es la suma de exportaciones e importaciones lo que alcanza un record. Pero nada garantiza que un acuerdo como el que se firmó provoque un incremento en un saldo positivo de la balanza comercial. Más bien puede ocurrir todo lo contrario. Ahora bien, Argentina debe generar dólares porque es un país que debe dólares. No hay nada en la apertura al comercio internacional que garantice tal cosa. ¿Qué aumentarán más, las exportaciones o las importaciones? No se sabe de antemano.

El acuerdo y el nivel de actividad: si algo tiene de bueno la libertad de comercio, es el hecho de que moviliza las fuerzas productivas. Los empresarios, conscientes de que tienen competencia deben invertir en sus empresas o enfrentar el dilema de cerrar las puertas de las mismas. Un acuerdo de libre comercio con la Unión Europea implicará un mejor desempeño en la producción de bienes agropecuarios y una desventaja apreciable en la producción de bienes industriales y de servicios. Pero nuestras empresas deberán enfrentarse a problemas de los cuales no son responsables y que las europeas no poseen. Ocurre que una empresa europea puede tomar abundante crédito a largo plazo al 2% anual, siendo 0% la tasa de interés interbancaria hoy en Europa, mientras que una empresa argentina deberá pagar un 7%, 8% o 9% mensual por un simple descubierto en su cuenta corriente bancaria de unos pocos días. ¿Cómo competir entonces con tamaña diferencia en el acceso al crédito? Y las distorsiones no alcanzan solo a los problemas financieros: las estructuras impositivas son bien diferentes, con niveles impositivos en general más altos en Argentina que en Europa, factor que complica la posibilidad de competir para nuestras empresas. No solo para las industriales y las de servicios. Las agropecuarias estarán en la misma condición al tener que competir contra la existencia de subsidios a la producción agropecuaria en vastas zonas de la Unión Europea. Acá se está haciendo una apertura al comercio con Europa sin una previa armonización de estructuras impositivas. Muchas empresas argentinas quedarán en desventaja comparativa con sus pares europeas no por un factor relacionado con lo que sería la “productividad ricardiana”, sino por factores relativos al gran desorden económico-financiero argentino. Ni que hablar del tema de las retenciones a las exportaciones y la eliminación de los reintegros de impuestos a las exportaciones, factores inexistentes en la Unión Europea y omnipresentes en la estructura productiva argentina. ¿Cómo competir entonces en igualdad de condiciones? Imposible. Hay que temer entonces que las ventajas teóricas que implica el comercio estén más que compensadas por factores de la realidad económica argentina que impiden que nuestras empresas compitan en igualdad de condiciones.

El acuerdo y el empleo y los salarios: en teoría el comercio internacional libre mejora los niveles de empleo y de salarios. Claro que dadas las complicaciones citadas en el punto anterior pueden implicar una serie de despidos en amplios sectores industriales siendo que el campo no podrá compensar esa pérdida de puestos de trabajo por no ser su producción “trabajo intensiva”. Así dadas las cosas, más allá de la mejora en el nivel de empleo que puedan experimentar la producción de algunos puntuales sectores relacionados con economías regionales, el nivel global de empleo industrial y de servicios, que es el mayoritario, puede reducirse de manera apreciable. Y con más alto nivel de desempleo industrial y de servicios es difícil pensar que el salario real pueda aumentar, máxime cuando existe en Argentina un altísimo nivel de impuestos al trabajo que suele ser inferior en una gran cantidad de países europeos que, nuevamente, en este punto marchan con ventajas para poder producir y exportar. Todo lo que es “trabajo intensivo”: industria y servicios, corren con desventajas estando radicados en Argentina.

El acuerdo y el tipo de cambio real: en Argentina el dólar se utiliza generalmente como ancla inflacionaria, lo que impacta, muy seguido, en el nivel del tipo de cambio real, apreciándolo artificialmente. Asimétricamente, en la eurozona el directorio del Banco Central Europeo no habla prácticamente nunca acerca de las cotizaciones del euro y su relación con otras monedas. Europa no tiene inflación, por lo tanto, puede darse el lujo, como lo ha hecho en el pasado, de dejar caer su moneda apreciablemente contra el dólar y beneficiar así a sus empresas, reactivando. Lo contrario sucede en Argentina donde cada dos por tres los gobiernos dan la espalda a sus empresas, apreciando el tipo de cambio real para conseguir bajar su tasa de inflación. Para que las ventajas de la competencia ricardiana puedan existir y ser duraderas se necesitaría un tipo de cambio real entre el peso el euro estable y, en lo posible, subvaluado. Y aquí tenemos todo lo contrario: el tipo de cambio real ya es inestable y tendiendo a sobrevaluarse entre el peso y el dólar. Ni que hablar entonces entre el peso y el euro, moneda contra la cual, encima, nunca se ha buscado un ancla de ningún tipo. Se corre el riesgo que cada vez que el peso se aprecie artificialmente, Argentina no solo importe grandes cantidades de bienes industriales y de servicios, sino incluso, agropecuarios. Y el hecho de que el tipo de cambio real sea inestable produce una gran abstinencia inversora en una abrumadora cantidad de sectores.

Conclusiones: ¿es una mala idea un acuerdo comercial entre la Unión Europea y el Mercosur? La teoría marca que no. Pero Argentina es un caso resistente a la teoría. La inexistencia de crédito, los altos niveles de impuestos a la producción y al trabajo, las retenciones a las exportaciones, la inexistencia de reintegros impositivos a las exportaciones, la tendencia a sobrevaluar el peso contra el dólar, la inexistencia de una relación predecible entre el peso y el euro, la falta de simetría en los subsidios a la producción y exportación, entre otros factores, marcan que antes de firmar acuerdos es necesario corregir una gran cantidad de temas porque nuestras empresas hoy no pueden competir en igualdad de condiciones con Europa. Hay que concluir entonces que este acuerdo tiene mucho más que ver con las necesidades electorales del gobierno y la abrupta caída en la popularidad y las dificultades económicas del gobierno brasileño, que con un genuino intento de recibir las reales bendiciones económicas que implican una adecuada y sana implementación de las deseables políticas de libre comercio y las ideas ricardianas. Para decirlo metafóricamente: este acuerdo es como regalarle el Don Quijote a un niño para que lo lea, antes de enseñarle a leer. Lo más probable es que pierda todo interés por la lectura

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Walter Graziano y Asociados

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