2 de enero 2019 - 00:04

La región se asoma al día uno del "trumpismo periférico"

El programa económico de fuerte apertura testea los límites que le puede imponer el renacido "partido militar". El Mercosur como banco de pruebas. El mercado financiero, atento.

Expectativa. Una multitud les dio la bienvenida a Brasilia a Jair y a Michelle Bolsonaro en el marco de los festejos por la asunción del nuevo presidente. 
Expectativa. Una multitud les dio la bienvenida a Brasilia a Jair y a Michelle Bolsonaro en el marco de los festejos por la asunción del nuevo presidente. 

Suele asociarse al flamante presidente Jair Bolsonaro con Donald Trump; no hay por qué no hacerlo, sobre todo cuando ellos mismos se encargan de abonar la idea de una alianza natural. ¿Sin embargo, son lo mismo, en su contenido político, el trumpismo del centro del mundo, el de los Estados Unidos, y el periférico que puede tener lugar en un país como Brasil?

Ambos tienen, en efecto, varios aspectos en común: su descanso en los sectores más conservadores de sus respectivas sociedades; la defensa encendida de esos valores; el anticomunismo, sea lo que sea que eso significa en 2019; un lenguaje nacionalista; la promoción de una cultura de las armas; la defensa de la mano dura en materia de seguridad interior; y, por encima de todo, una lógica de construcción de poder que es populismo (de derecha) de manual por lo divisiva y por basarse en una idea difusa de un pueblo enfrentado a enemigos, que un día tienen el rostro de la izquierda y al siguiente, el del narcotráfico o el de una prensa “mainstream” a la que le costará encontrar su lugar bajo el nuevo sol.

El discurso de asunción de todos los presidentes o primeros ministros suele estar marcado por formalidades. Con todo, dentro de ese marco estrecho, cada uno se toma la libertad de elegir entre brindar un mensaje de unidad o uno programático. Más allá de las alusiones a la intención de construir un país sin discriminación ni divisiones y de fortalecer la democracia, el que brindó ayer el brasileño fue del segundo tipo.

En sus palabras resonaron, aunque en modo más presentable, los ecos de su campaña electoral: “Dios por encima de todo”, orden social, un sistema educativo “sin militancias”, combate a la “ideología de género”, el derecho a la defensa propia (armada, se entiende), la liberación de las manos de las policías para el uso de la violencia, la entronización del poder militar, la lucha contra la corrupción, las reformas estructurales, el equilibrio fiscal y la intención de liberar el comercio internacional “sin sumisiones ideológicas”. ¿Será esto último un mensaje al Mercosur? Si es así, Bolsonaro atrasa: Nicolás Maduro ni siquiera fue invitado a su asunción y Venezuela es un paria en el bloque, mientras que la Argentina, Uruguay y Paraguay comparten su idea de una apertura mayor.

Esa mención al libre comercio fue acompañada, en la misma frase, por una promesa de defensa del “interés nacional”. En esa coincidencia discursiva radica el gran nudo ideológico del bolsonarismo, expresada en un ala ultraliberal liderada por el economista Paulo Guedes y en otra militar, ya no nacionalista y de hecho reciclada en el liberalismo, pero con una mirada que no se termina de despojar de aquel viejo tic.

En este punto cabe volver a la pregunta inicial: si Trump es el exponente más vistoso de la tendencia que se impone en el mundo, ¿qué lugar asigna ese ordenamiento a émulos como Bolsonaro?

En otras palabras, el nacionalismo para Trump es cruzada contra la inmigración y en pos de la erección de un muro y, en lo económico, sus espasmos proteccionistas, que han hecho blanco en China, la Unión Europea y, entre otros países, el propio Brasil. Mientras, Bolsonaro llega al Gobierno (con el tiempo se verá si también al poder) sobre los hombros del mercado financiero y de la gran industria paulista, cuya agenda de apertura y desregulación irrestrictas deja poco margen para veleidades proteccionistas.

Los militares o, más específicamente el Ejército, vuelven a constituirse, en tanto, en el “partido” más poderoso de Brasil, con elevada capilaridad territorial, organización, plan y un control de buena parte del gabinete, lo que incluye la figura del vicepresidente, Hamilton Mourão, reaseguro institucional para el caso de que Bolsonaro quiera cortarse solo. Su programa, aunque liberal en líneas generales, busca la conservación de un poder de veto sobre los alcances de la apertura comercial (algo para lo que cuentan con el respaldo de la industria no paulista) y sobre el programa de privatizaciones de Guedes, a quien ya le impusieron la línea roja de las actividades de “upstream” (exploración y explotación) de Petrobras.

Para Guedes y sus ortodoxos, las privatizaciones son el camino para la llegada de fuertes inversiones externas y para que el Estado se haga con los fondos que le permitan cancelar deuda y reducir su relación con el PBI, cada vez más amenazante. Sin el corazón de la petrolera controlada por el Estado, el plan queda severamente perforado.

En esa puja se dirime el rostro final del bolsonarismo: ¿libre mercado a ultranza combinado con mano dura o empate paralizante por la puja entre las facciones liberal y militar?

Apagados los festejos del Año Nuevo y de la asunción desde hoy, pero mucho más allá de hoy, el mercado financiero observará e irá dosificando veredictos cotidianos sobre la marcha de este “trumpismo tropical” o “periférico”.

Fuera de él, otro Brasil esperará su momento para emerger: es el que estuvo ausente ayer en el Congreso por la protesta de los legisladores de izquierda, el que espera por la liberación de Luiz Inácio Lula da Silva, el que rechazará la austeridad y el deterioro de los servicios públicos, el que sufrirá la mano dura policial en las favelas en una medida todavía mayor que la conocida y el que, discursos pomposos aparte, perderá el aire en un entorno social que no tenderá precisamente a la aceptación de las diferencias.

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