30 de agosto 2018 - 23:40

Marcelo Carnero: "Me interesan las escrituras que dan un salto al vacío"

El escritor habla de su nueva novela, La edad del agua, donde una desaparición en la selva de una Argentina distópica saca a flote la contaminación más profunda.

Marcelo Carnero: Me interesan las escrituras que dan un salto al vacío
El escritor Marcelo Carnero (Buenos Aires, 1978) publicó los libros de poemas Tratado de cuerpo (La carta de Oliver, 2008), Sentido de la oración (Abeja Reina, 2010), Pequeño territorio de lo cierto (Curandera, 2011) y las novelas La boca seca (Mardulce, 2014) y La edad del agua (Mardulce, 2018). Dirigió durante seis años el centro cultural Espacio Enjambre, hasta que los latigazos de la crisis lo hicieron abandonar el espacio físico pero no la iniciativa, que continúa con sus talleres, seminarios y eventos.

La edad del agua construye desde una selva opresiva la trama de una desaparición y un viaje para desentrañar secretos del pasado. Todo es ambiguo, difuso, en la ubicación de la historia: se desconoce el lugar, el año e incluso los géneros se mezclan abandonando el realismo en busca de una distopía sórdida. Hay una ficción que actúa como crítica política, una denuncia hacia nuestra realidad desbocada de industrialización de la naturaleza. El agua es símbolo de la pureza; en la novela de Carnero todo, hasta las almas, está contaminado.

"Me interesan, sobre todo, las escrituras que dan un salto al vacío, que trabajan en contra de algo, que piensan el lenguaje para plantear la posibilidad de construir un lenguaje nuevo", le cuenta Carnero a AGENDATE sobre su literatura y elogia autores locales: "Creo que la literatura argentina está en un buen momento". Dialogamos con él:

Periodista: ¿Dónde y cuándo transcurre la narración de La edad del agua?

Marcelo Carnero: La edad del agua transcurre en un territorio que no tiene una ubicación fija. Podría suceder en las zonas selváticas del noreste argentino. El tiempo de su transcurrir tampoco es ubicable en una época determinada, sucede en un lapso de treinta años.

P.: Hay un recurso abundante (el agua) que queda en manos de unos pocos y para el resto solo escasez; hay una resistencia terrorista; hay persecuciones y asesinatos realizados por una empresa que actúa como una tiranía en medio de la selva... ¿Es la novela una forma reinterpretar una etapa oscura de la Argentina?

M.C.: Creo que vivimos en un mundo que funciona hace mucho de la manera que funciona hoy. Entonces, muchas veces, tengo la sensación de que vivimos loops temporales. Situaciones que se repiten. Pienso que tal vez cambian las posibilidades materiales, históricas, de cómo se desarrollan esos loops. Yo quería narrar algo que me surgió en un momento, pensando en los órdenes que no son sustituibles. Pero también, de alguna otra manera, pensar qué pasa cuando sabemos que algo se va a romper y no tiene reparación. Hay órdenes, como el de la naturaleza, que no se puede reinstalar. Una vez que se rompa del todo ese sistema, vamos a quedar a expensas de un mundo que se va a deteriorar a velocidad luz. Es una obviedad y sin embargo, estamos en instancias que empiezan a ser críticas. Entonces me interesaba pensar de qué manera, un grupo de gente común, podía reaccionar ante esa inminencia. Por otro lado está el tema de la respuesta armada, de que la gente empiece a tomar las armas. Con respecto a eso, hace unos meses leí una noticia de un hombre, de un pueblo de Entre Ríos, que defendía a su familia disparando con una escopeta a los aviones que fumigaban los campos linderos a su hogar. La nota tenía una foto del hombre con la escopeta y la pierna apoyada en una tranquera o algo así. Parecía una imagen del siglo XIX, una imagen del Far West. Una cosa de locos, pero muy real, porque qué otra respuesta nos va a quedar. Si las instituciones que deberían solucionar, a favor de los habitantes de muchos pueblos del interior que están muriendo envenenados como moscas. Instituciones que deberían regular a favor de la gente la cantidad de recursos naturales que gastan o que contaminan las empresas mineras, por ejemplo, cuando sabemos que hay muchísima gente que no tiene acceso a agua potable, son instituciones intervenidas por las mafias jurídicas y económicas. Creo que en ese sentido, más que sobre el pasado, es un texto que trata de desentramar algo que hace rato forma parte del presente y que a futuro, no tiene vistas de solucionarse.

P.: Existe también un diálogo con el tiempo a través del ordenamiento del texto.

M.C.: Me interesa pensar al tiempo por fuera de la idea de linealidad en la que fuimos educados. El tiempo como algo multidimensional y simultáneo, que no pasa solo de atrás hacia adelante, que no es algo que me suceda a mí o a otra persona. El tiempo como algo que nos sucede a todos a la vez. Como la totalidad deviniendo totalidad. Eso es lo que me interesa pensar del tiempo. Cómo, desde nuestra pequeñez, podemos trabajar para desmontar esa percepción del tiempo en la que fuimos educados, para tratar de conectarnos con una idea del tiempo un poco más interesante y profunda que la de ver girar las agujas del reloj. O esa otra idea de que el tiempo es algo que tiene que reducirse solo a cuestiones de producción.



P.: ¿Cómo fue tu experiencia con Espacio Enjambre?


M.C: La experiencia de Enjambre es, más allá de no poder contar más con el espacio físico. Lamentablemente las políticas culturales del actual gobierno han hecho que perdamos capacidad económica para sostener el espacio que alquilábamos hacía seis años. Sin embargo el proyecto está más vivo que nunca. Desde la plataforma virtual en la que damos talleres a mucha gente del interior y el exterior del país. Y también a gente de Buenos Aires que no puede estar en un horario fijo en un lugar determinado. Por otro lado los talleres presenciales los estamos llevando adelante en Librería Mendel, de Palermo. Gracias a la generosidad de nuestro amigo el señor Mendel.
Haciendo un poco de historia, el proyecto nació a partir de una serie de reflexiones de Victoria Schcolnik. Ella investiga aspectos de la escritura que están por fuera de lo estrictamente literario. En 2013 nació la idea de nuclear mucho de lo que ella estaba trabajando en esas investigaciones, en lo que pensamos como un lugar que podía traducir esas reflexiones en propuestas y talleres. En 2014 también lo expandimos a una idea de Festival del que ya llevamos cuatro ediciones y en las que participaron personas relacionadas a distintos ámbitos de la cultura y también de otras disciplinas como Liliana Herrero, Marcos López, Ruben Szuchmacher, Alberto Laiseca, Eduardo Stupia, Anna Kazumi Stahl, Mario Ortíz, el neurocientífico Nicolás Lori, entre otros. Hoy nuestro desafío es seguir haciendo crecer un proyecto en el que hemos organizado más de doscientos cincuenta talleres y seminarios y más de trescientos eventos entre conciertos, ciclos de lecturas, presentaciones de libros, entrevistas a poetas, escritoras y pensadoras como Sharon Olds, Hélène Cixous o Dimela Eltit.

P.: ¿Qué lectura hacés de la actualidad de la literatura argentina? ¿Qué autores frecuentás?

M.C.: Creo que la literatura argentina está en un buen momento. Y también creo que hay que tomar distancia y pensar que dentro de lo que es la inmediatez que nos devora se están construyendo obras que van a ser las grandes obras de mañana. Esther Cross, Selva Almada, Betina González, Hernán Ronsino, Mario Ortiz, creo que están llevando adelante obras de un calibre distinto. También me parece que hay una serie de escritores que tal vez no tienen tanta circulación por fuera del ambiente literario y que están trabajando con materiales muy interesantes: Yamila Bêgné, Martín Sancia Kawamichi, Juan Mattio, Dolores Reyes, Victoria Schcolnik, Martín Felipe Castagnet, son algunos de ellos. Y en poesía Soledad Castresana, Natalia Litvinova, el cordobés Marcelo Díaz, Tom Maver, también entre muchos otros. Me interesan, sobre todo, las escrituras que dan un salto al vacío, que trabajan en contra de algo, que piensan el lenguaje para plantear la posibilidad de construir un lenguaje nuevo. Creo que también hay mucha producción de escritura que cosifica el lenguaje y obtura la relación con la posibilidad de una narratividad distinta. Pero tengo la sensación de que esas escrituras, las que no trabajan en contra de algo, por más brillo que gocen en el presente, se sostienen en el puro efecto, nacen muertas. Y no hace falta que yo diga lo que el tiempo hace con las cosas muertas.

FICHA

Título: La edad del agua
Autor: Marcelo Carnero
Género: Novela
Editorial: Mardulce
Páginas: 160

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