18 de abril 2020 - 00:00

Permiso de circulación para mayores de 70 años: cuidar a los abuelos o mantenerlos encerrados

En el mediano plazo la solución no parecer ser mantener encerrada a la gente, sino desarrollar mecanismos que reduzcan la probabilidad de transmisión y aumenten la probabilidad de recuperación para los seriamente afectados

Los “abuelos” mayores de 70 no son seres pasivos que ignoran los riesgos que corren. Proponer a éstos “quédense encerrados”, sin horizonte temporal futuro no parece razonable.

Los “abuelos” mayores de 70 no son seres pasivos que ignoran los riesgos que corren. Proponer a éstos “quédense encerrados”, sin horizonte temporal futuro no parece razonable.

Imagen: Télam

El actual jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires , Horacio Rodríguez Larreta, tomó un rol activo en lo que él denomina “cuidar a los abuelos”. Si bien algunas de las iniciativas parecen razonables (por ejemplo, un sistema de voluntariado que contacte a “abuelos” que necesiten apoyo para hacer las compras), otras son sin embargo discutibles. Especialmente si son continuadas por un lapso prolongado de tiempo (por ejemplo encierro domiciliario hasta que se descubra una vacuna, de aquí a 12-18 meses). La idea “mantener encerrados a los abuelos” (mayores de 60 o 65 años) la comparte también un exitoso entrepreneur actualmente radicando en España, integrantes think tank pro-mercado y por supuestos el gobierno nacional.

Las evidencias muestran que la tasa de mortalidad para los infectados con CV 19 es crece en forma considerable a partir de los aproximadamente 40 años de edad. Al respecto, el sitio Worldmeter muestra que para la franja etaria de 40-49 años la tasa de mortalidad es de 0.4%, aumentando a 1.3%, 3.6% y 8.0% respectivamente para las franjas de 50-59, 60-69 y 70-79 años. Las tasas de mortalidad dependen no solo de edad sino también de factores como obesidad, diabetes, tabaquismo y otros cuadros médicos.

A-priori parecería razonable “aflojar” en mayor grado la cuarentena para los individuos jóvenes que para los de mayor edad. Esta posición amerita sin embargo escrutinio adicional. Por de pronto, un aspecto a tomar en cuenta es la distribución etaria de la población y su impacto en la demanda de servicios hospitalarios ante cuadros graves. El 89 % de la población argentina tiene menos de 64 años de edad. Suponiendo – para hacer los cálculos sencillos - una población de 45 millones de habitantes, esto implica que unos 5 millones de personas son “población de mayor riesgo”, perteneciendo los otros 40 millones a categoría de menor riesgo relativo. La implicancia de esto es que aún cuando se mantenga a los 5 millones de “abuelos” encerrados, ante contagio generalizado las cifras de casos graves y mortandad pueden ser muy elevadas. 40 millones de personas, con cierta tasa de infección y con una mortandad “baja” podrían resultar en un número (total) de decesos sólo ligeramente inferior a los que ocurrirían a los 5 millones de individuos de mayor edad, aún cuando la tasa de mortalidad de estos sea sustancialmente mayor.

En efecto, la relación de población de los de menos a los de mas de 64 años es .89/.11 = 8.1, valor sólo algo menor al cociente entre mortandad de los de 60-69 y 40-49 años (3.6/.4 = 9). El argumento planteado no es que debe ignorarse que el CV-19 es una amenaza mayor para los individuos de mayor edad, sino que restricciones draconianas a salir de los hogares deben tal vez ser re-evaluadas.

En el mediano plazo la solución no parecer ser mantener encerrada a la gente, sino desarrollar mecanismos que (a) reduzcan en forma marcada la probabilidad de transmisión y (b) aumenten la probabilidad de recuperación para los seriamente afectados. Los “abuelos” a los que algunos hacen referencia no son seres pasivos que ignoran los riesgos que corren. Pueden tomar decisiones en forma autónoma, guiados (y en lo posible sin coerción) por lo que dicen los especialistas y los responsables de gobierno. Proponer a éstos “quédense encerrados”, sin horizonte temporal futuro no parece razonable.

Dos factores adicionales sugieren prudencia en lo relativo a “encerrar abuelos”. En primer lugar, para éstos puede resultar más fácil (por su estilo de vida y obligaciones laborales) mantener “distanciamiento social” que para los más jóvenes. Por otro lado, son los de menor edad los que con mayor probabilidad pueden ser infectados no-sintomáticos, produciendo una “externalidad negativa” a la sociedad toda.

¿Debe prohibirse - a quien toma los recaudos necesarios - caminar por la calle, ir a la plaza a hacer ejercicio o aún trasladarse a una quinta o zona rural? ¿Cual es el límite al cual está sujeta la autoridad pública sobre estos temas? Para bien lo para mal – según interpreto yo – la mayor parte de las democracias han focalizado atención en inducir a los ciudadanos a ciertas prácticas (“social distancing”, barbijos, lavado de manos), aumentando además fuertemente diagnósticos a través de testeos. En Argentina parecería que la solución principal ha sido el encierre domiciliario coercitivo, relegándose alternativas de alto impacto y menos traumáticas. Los costos económicos y psicológicos de esto no deben ser ignorados.

(*) Profesor de Microeconomía, Teoría de las Organizaciones y Teoría de las Decisiones de la Universidad del CEMA.

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