28 de noviembre 2019 - 00:00

La insoportable levedad del ser

La obra de Milan Kundera podría reflejar, con matices propios de la época, el escenario latinoamericano de estos últimos meses. Marchas masivas alejadas de la otrora violencia organizada estilo 'guerrilla', con el resquemor de muchos gobiernos temerosos de perder sus privilegios.

Una de las últimas protestas en Colombia contra las políticas del presidente Duque.

Una de las últimas protestas en Colombia contra las políticas del presidente Duque.

Telam

La obra maestra de Milan Kundera podría reflejar, con matices propios de la época, el escenario latinoamericano de estos últimos meses. Ideología y pasión se han fusionado para discutir el per se de la lógica política, en modalidad siglo XXI: las grandes epopeyas de cambios sistémicos se tradujeron en deseos de mejoras coyunturales de temáticas especificas, a través de marchas masivas alejadas de la otrora violencia organizada estilo ‘guerrilla’. Más ‘light’, puede ser. Pero no menos efectivas para con el resquemor de muchos gobiernos temerosos de perder sus privilegios.

Colombia, con sus especificidades, posee los síntomas de la dinámica regional. Aquella que se basó históricamente en una estructura socio-productiva desequilibrada – acentuada con el modelo neoliberal promovido en las últimas décadas -, la aplicación de la teoría de la dependencia en detrimento de los productores de las abundantes materias primas, una doctrina Monroe con complicidad endógena, y un sometimiento socio-económico bajo un halo coercitivo sin fisuras.

Los recursos naturales estratégicos (carbón, minería, petróleo), los servicios de telecomunicaciones y finanzas – todos ellos con un efecto multiplicador menor sobre la generación de empleo -, y por supuesto el narcotráfico, son los sectores que han impulsado la economía del país desde finales del siglo pasado. Estos sectores concentrados con grandes beneficios y enorme rentabilidad, han sido enmarcados y balanceados bajo la lógica monetarista del control férreo de la inflación y el erario público, en complemento con diversificados Tratados de Libre Comercio (con su eje latinoamericano en una Alianza del Pacifico que mira con ansias el continente asiático).

Esta dinámica excluye a vastos sectores productivos compuestos por Pymes regionales incapaces de competir con los enormes monopolios de escala, relegando a un segundo plano el crecimiento de la producción y el desarrollo de un mercado interno sustentable. Un fiel reflejo de ello fue la “apertura hacia adentro” implementada a partir de la década de 1990’: con la reducción de aranceles y la eliminación cuasi total de las barreras arancelarias, desde entonces las importaciones casi que duplicaron su participación en el PBI (del 15% al 30%). Sin embargo, las exportaciones apenas se incrementaron marginalmente, generando una lógica de endeudamiento procíclico que limita la praxis de la política económica.

A todo ello se le adiciona la falta de un análisis detallado que requieren las medidas especificas coyunturales, las cuales han traído consecuencias negativas sobre escenarios estructurales de profunda discusión en la historia de Colombia: en este sentido, tenemos como ejemplo la dura crítica sobre lo que se considera un incumplimiento por parte del gobierno respecto al punto 4 del acuerdo con las FARC, donde se promueve la sustitución gradual y voluntaria de los cultivos de uso ilícito, por otras alternativas de subsistencia en beneficio de las comunidades más pobres. Lo que debería ser una prioridad si realmente no se desea volver al pasado, ha quedado relegado a un segundo plano. Será que los que reclaman por ello son primordialmente ‘ciudadanos de segunda’ que se encuentran alejados de los centros de poder real.

Como se ha descripto, el crecimiento económico de unos pocos actores privilegiados ha menguado cualquier atisbo de desarrollo social sustentable. Es inútil buscar en la escasa productividad total de los factores o el ‘tardío’ efecto derrame las causas centrales de las exigencias desatadas por las injusticas socio-económicas. Monseñor Héctor Fabio Henao Gaviria, director del Secretariado Nacional de la Pastoral Social de Colombia, lo indicó tajantemente (sin la necesidad de tener que sopesar la teoría de Piketty por sobre Friedman): “se vive una inequidad muy grande donde el sector financiero está absolutamente enriquecido, la mayoría de los bienes de mayor valor se encuentran concentrados en unos pocos, y las empresas de recursos naturales estratégicos ganan mucho dinero y pagan muy pocos impuestos; todo ello mientras la mayoría de los colombianos sufre carencias básicas. Sobre todo en el campo y las personas menos educadas”.

En este aspecto, los dos ejes centrales para con el despertar y el desarrollo sostenible, inclusivo y digno - esto es una educación de calidad sin excluidos que se complemente con un ingente financiamiento para los más postergados -, se encuentran en falta para la mayoría de los colombianos. El caso emblemático de Dylan Cruz, el joven asesinado por la policía, abarcaba ambas premisas: falleció protestando porque le habían negado un crédito – el cual a futuro seguramente le sería realmente difícil pagarlo, con un PBI per cápita promedio de u$s6.500 al año -, para acceder a la universidad.

Ahora hay que lidiar con las muertes. Por ello, el presidente Duque, en un halo de desesperación que replica lo ocurrido con Moreno en Ecuador o Piňera en Chile, quiere dialogar de lo que sea y con quien sea de cualquier tema de agenda que lo libere indemne de esta situación: eliminar las propuestas previas de flexibilización laboral y recorte a las pensiones, brindar mayores fondos para la educación pública, dar marcha atrás con la privatización de empresas estratégicas (como por ejemplo Ecopetrol), comprometerse radicalmente a terminar con los altos niveles de corrupción, dar cumplimiento integral del acuerdo de paz con las FARC, o proponer con firmeza el cese definitivo de los asesinatos de líderes sociales, indígenas y excombatientes. En definitiva, un completo menú a la carta bajo el agobiado marco de una ‘necesaria conversación nacional’. Eso sí, tarde, siempre tarde.

El vaciamiento institucional descripto que aplica a Latinoamérica toda, tuvo como consecuencia primaria convertirnos en la región más desigual del mundo. Y la inequidad es el principal factor disparador de las tensiones sociales. Cuando la pobreza es homogénea, y dada que la capacidad de análisis de los más humildes se vincula directamente con lo visual y la inmediatez, el no procesar escenarios adversos diluye la posibilidad de reacción. Por ello, la ignorancia y la mentira han sido el antídoto aplicado ante la menguante represión física. Simplemente porque esta ‘mal visto’, no porque los poderes de turno reflexionen sobre la falta de ética de lo cotidiano.

Sino pregúntenle al Secretario General de la ONU, Antonio Guterres, que lo primero que verbalizó ante los escenarios de reclamos fue su “preocupación por los incidentes de violencia y vandalismo en los países de la región”. Cuidado con hacer tambalear el statu-quo, pensarán en voz alta desde Washington y otras potencias con intereses en la región, a través de los legalistas y moralistas Organismos Internacionales. Mismo el Banco Mundial, que en un informe del 10 de Octubre pasado, focalizaba los problemas de Colombia en la recepción del flujo masivo y acelerado de migrantes venezolanos (casi 1.500.000 hasta Septiembre de 2018), mientras alababa el historial de ‘gestión macroeconómica y fiscal prudente’ de los sucesivos gobiernos colombianos. Los ‘mejores alumnos’, como lo solemos conocer por estos lares.

Sin embargo, y a pesar de que algunos prefieren mirar para otro lado y poner el foco en la estrategia de desprestigiar y deslegitimar la protesta social - argumentando que quienes reclaman no tienen razón en sus demandas y son parte de una conspiración castro-chavista internacional o miembros del subversivo Foro de Sao Paulo -, estas últimas semanas hemos observado esencialmente tres elementos disruptivos comunes en los países al sur del Rio Bravo.

Por un lado, la dinámica de una democratización de los medios de comunicación que permite aunar rápidamente objetivos, deseos, miserias compartidas. Por el otro, la inconsciencia que deriva en una falta de temor: la mayoría de los que reclaman son jóvenes que no han vivido la violencia estatal, paramilitar, guerrillera. Y finalmente, tenemos la explosión de aquellos grupos históricamente olvidados, ninguneados, y empobrecidos en sus respectivos países, que en algún momento de las últimas décadas han tenido conquistas socio-económicas tangibles (con gobiernos reivindicadores de un progresismo abarcativo en términos económicos, políticos y culturales), y no quieren de ningún modo volver al pasado.

Por ello y para concluir, creo que es importante recordar el momento en el que le preguntaron al propio Kundera como podía resumir su obra maestra: sin vacilar, sostuvo que “la lucha del ser humano contra el poder, es la lucha de la memoria contra el olvido”. En un país de una baja tasa de representatividad sindical (menor al 5% de los trabajadores), y donde el último gran paro nacional se produjo hace 42 años contra el gobierno del liberal Alfonso López Michelsen, lo ocurrido estos últimos días podría parecer extraño. Pero las elites, aquellas que desean que los focos de poder y riqueza se mantengan inalterados in eternum, deberían poder reflexionar e ir más allá: ojo con el despertar de un ‘monstruo dormido’. No sea que se transforme en una marea social con reflexión y comprensión histórica, deseosa de generar una conciencia irreversible para con la búsqueda permanente de un futuro sustancialmente mejor para la mayoría de los colombianos.

(*) Economista y Doctor en Relaciones Internacionales. Autor del Libro “La Sociedad Anestesiada. El sistema económico global bajo la óptica ciudadana.”

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