“Es ahora o nunca; este es el último tren”, he escuchado muchas veces a lo largo de mi vida. Pero los hechos han desmentido esta máxima, pues los trenes han seguido pasando. Claro que los argentinos nos hemos quedado en la estación, pero no por escasez de material rodante, sino por reiterados errores en nuestro obrar.
No es el último tren, pero ya no podemos seguir en el andén
Una oportunidad decisiva exige cambios profundos, claridad institucional y un rumbo capaz de evitar nuevas postergaciones para el desarrollo nacional.
Presidente de la Cámara Argentina de Comercio y Servicios (CAC).
Un contexto que exige decisiones rápidas y sostenidas
Globalización comercial y financiera en la década de los noventa, boom de las materias primas agrícolas en los tempranos 2000, nuevos yacimientos de combustibles y minerales fuertemente demandados por el mundo en tiempos más recientes… las oportunidades han ido apareciendo y en buena medida fuimos nosotros quienes las hemos malogrado.
¿Será esta entonces la última oportunidad para la Argentina? No, no lo creo. Pero sí estoy convencido de que desperdiciarla sería algo tremendamente lamentable. Permanecer en el andén es costosísimo. Las generaciones presentes no pueden aguardar que dentro de algunas décadas los argentinos del futuro hagan de una buena vez lo que hay que hacer. Se va la vida esperando.
Completada en buena medida la estabilización macroeconómica encarada por el actual Gobierno Nacional –con mayúsculos progresos en materia de orden fiscal y monetario, reflejado en la drástica reducción de la inflación– el año entrante se presenta como el momento adecuado para encarar transformaciones de fondo, por ejemplo, en el ámbito tributario, a fin de simplificar impuestos y corregir la desmesurada presión que soporta el sector formal de la economía.
La firme convicción del Presidente Javier Milei para implementar una agenda que deje atrás la cerrazón económica, el estatismo y la sobrerregulación, conjugada con la nueva conformación del Congreso Nacional, en donde los espacios impulsores de reformas promercado incrementan su participación, brinda condiciones favorables para ello.
No menos relevante es el cambio cultural que se percibe en la ciudadanía. Principios como el de iniciativa privada y libertad económica, que la Cámara Argentina y Comercio y Servicios (CAC) promueve desde su fundación en 1924, tal como lo prescribe su estatuto, han sido revalorizados por la sociedad. Esto brinda mucha mayor solidez al proceso de transformación en curso: de poco sirven los avances si no se sostienen en el tiempo, y la aceptación social es esencial para ello.
Todo lo anterior se conjuga con un cambio tecnológico mayúsculo (con la irrupción de la inteligencia artificial como elemento paradigmático) y un nuevo contexto geopolítico que, aunque no están exentos de riesgos, ofrecen muchas posibilidades positivas para nuestro país si somos capaces de obrar con celeridad y lucidez.
En definitiva, hay sobrados elementos para el optimismo. El éxito no puede darse por descontado, pero vislumbro en 2026 y en los años sucesivos un momento propicio para revertir nuestra decadencia secular. Confío en que esta vez los argentinos no nos quedaremos en el andén y tendremos el coraje de subirnos al tren del progreso y la convicción de mantenernos en él. Que así sea.





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