19 de marzo 2013 - 22:42

El papa Francisco: continuidad o ruptura

El monseñor Andrés Stanovnik, arzobispo de Corrientes.
El monseñor Andrés Stanovnik, arzobispo de Corrientes.
A la par de la sorpresa y emoción de tener un papa argentino, latinoamericano y del sur del hemisferio, estamos acompañando con asombro, admiración y llenos de esperanza sus primeros gestos de humildad, sencillez y austeridad, comentados y difundidos por los periódicos y medios visuales en todo el mundo.

Un obispo canadiense, amigo mío, me escribía en estos días que por allí hay un gran entusiasmo entre la gente y el clero por ese estilo nuevo y original que transmite el papa Francisco.

En medio de la algarabía generalizada, quisiera detenerme en los dos primeros gestos que tuvo el Santo Padre Francisco, y en las primeras palabras que pronunció desde el balcón de la Basílica de San Pedro, durante su presentación breve, pero tan llena de significado.

El primer gesto del papa Francisco fue invitar a rezar al Pueblo de Dios, reunido en la Plaza de San Pedro, por su predecesor con estas palabras: "Y antes que nada, querría hacer una oración por nuestro Obispo emérito, Benedicto XVI".

Si pasamos de largo ante este signo, podríamos quedarnos con la impresión de que el nuevo Papa tuvo sólo una atención respetuosa y un recuerdo piadoso de su predecesor. Sin embargo, el alcance que nos brinda esta señal es más amplio, porque con esa primera referencia introductoria a su pontificado, el papa reconoce, valora y agradece la memoria viva que recibe de la Iglesia, representada en el ministerio que desempeñó el obispo emérito de Roma.

El Papa actual se inserta así en el camino milenario de la Iglesia, consciente de ser el sucesor legítimo en la Sede de Pedro. Con este gesto nos enseña el valor de la continuidad en el magisterio auténtico de la Iglesia. No viene a romper con el pasado ni tampoco a repetirlo. Viene con la misma misión que sus predecesores: ser fiel al Evangelio de Jesucristo y llamar a todos a una profunda renovación.

En este sentido, el papa Francisco seguirá fiel al sabio criterio que formuló Benedicto XVI en uno de sus célebres discursos a la Curia romana, sobre el modo de interpretar el acontecimiento del Concilio Vaticano II, pero que es también de aplicación muy útil para la lectura y asimilación de los procesos históricos: "Por una parte existe una interpretación -afirmó Benedicto XVI- que podría llamar hermenéutica de la discontinuidad y de la ruptura; a menudo ha contado con la simpatía de los medios de comunicación y también de una parte de la teología moderna. Por otra parte, está la hermenéutica de la reforma, de la renovación dentro de la continuidad del único sujeto-Iglesia, que el Señor nos ha dado; es un sujeto que crece en el tiempo y se desarrolla, pero permaneciendo siempre el mismo, único sujeto del pueblo de Dios en camino".

Es un párrafo de mucha sabiduría y actualidad, en el cual nos ilustra que continuidad no quiere decir repetición mecánica de un conjunto de verdades, ritos y costumbres, sino fidelidad al Evangelio de Jesucristo. Se trata de una profunda y verdadera renovación pero dentro de la continuidad. Es la transformación que tiene su origen en los corazones, que hace hombres y mujeres nuevos, cuya vida nueva necesita también estructuras nuevas para que la contenga y desarrolle.

La verdadera novedad se produce si hay fidelidad y renovación, como sucede a escala más pequeña, por ejemplo en los vínculos de amor y de amistad.

La ruptura en los procesos humanos, provocados ya sea en el curso de la historia personal, ya en el curso colectivo del desarrollo social o político, se paga con costos muy altos, porque invariablemente conduce a divisiones y enfrentamientos.

En cambio, la fidelidad supone reconocer, valorar y agradecer la herencia recibida. Acercarse agradecido a ese legado espiritual, como lo reveló el papa Francisco, refleja una actitud de respeto y da una visión justa de las necesarias reformas que todo proceso humano necesita emprender para tener una vida digna y, en este caso, responder con fidelidad al Dios de la vida.

El primer gesto del Santo Padre Francisco se parece mucho al espíritu que transmite la exhortación del Santo de Asís, cuando se dirige a sus hermanos y les dice que permanezcan siempre súbditos y sujetos a los pies de la misma santa Iglesia y, estables en la fe católica, sean pobres y humildes según el Santo Evangelio de nuestro Señor Jesucristo, que firmemente han prometido vivir.

Ese es precisamente el mensaje que nos deja el Papa Francisco con su primer gesto, que podemos resumir así: ser fieles a la Iglesia, pero en continua y profunda conversión personal, comunitaria y eclesial.

Luego de rezar por su predecesor, el Santo Padre sorprende a la muchedumbre y a todos los que acompañábamos conmovidos por televisión esos momentos, con otro gesto que él introduce con estas palabras: "Y ahora querría dar la bendición..., Pero antes, antes, les pido un favor: antes de que le obispo bendiga al pueblo, les pido que ustedes recen al Señor para que me bendiga: la oración del pueblo, pidiendo la bendición para su Obispo. Hagamos en silencio esta oración de ustedes por mí".

Y se hizo un silencio impactante: el Pueblo de Dios oraba por el Papa, que se había inclinado profundamente para recibir la bendición del Señor por medio de la oración de la Iglesia. Fueron momentos de emoción y de profundo recogimiento.

Su Santidad el papa Francisco hizo una profunda reverencia ante la santidad de la Iglesia orante, en la que Cristo ora al Padre y le suplica: "Padre Santo, cuida en tu Nombre a aquellos que me diste, para que sean uno, como nosotros" (Jn 17,11).

Este gesto de fe y de humildad en un hombre al que se le entrega, como al Apóstol Pedro, el poder de las llaves del Reino de los Cielos, para que todo lo que ate en la tierra quede atado en el cielo, y todo lo que desate en la tierra, quede desatado en el cielo (cf. Mt 16,19), es por demás elocuente: es poder-servicio para el bien y la salvación de su pueblo, por el camino de la humildad, de la verdad y del amor; es disponerse a escuchar y acoger, confiar y estar cerca, animar y consolar, y mantener firme la mano en el arado, con la confianza puesta en Jesucristo, Señor de la Historia.

Los dos gestos precedentes, cargados de hondo mensaje evangélico, fueron resumidos por el papa Francisco en pocas y esenciales palabras: "Y ahora empezamos este camino: obispo y pueblo..., un camino de fraternidad, de amor, de confianza entre nosotros..., para una evangelización profunda".

La clave para poder realizar ese camino está en la oración, como lo reiteró él mismo varias veces durante su breve discurso en el balcón de la Basílica de San Pedro: "Recemos siempre por nosotros: los unos por los otros. Recemos por todo el mundo, para que haya una gran fraternidad". El actual Pontífice está convencido del poder de la oración y de la maravillosa realidad que vive la Iglesia en misterio de la comunión de los santos.

En los pocos minutos que duró la primera presentación pública del Santo Padre Francisco, hemos asistido a un verdadero programa de vida evangélica, centrada en la oración y la confianza en Dios, que lleva a la entrega humilde y generosa de la propia vida a Dios y a los demás.

Si añadimos a esto las tres palabras con las que el nuevo Papa resumió su primera homilía al día siguiente en la Misa de Acción de Gracias en la Capilla Sixtina: "caminar, construir, confesar", es decir, caminar en la presencia de Dios, que es caminar en la verdad y la humildad de la fe; construir la fraternidad en la Iglesia y entre los hombres mediante una vida sencilla y austera, al servicio de las personas, especialmente de los más necesitados; y confesar a Jesucristo Crucificado en la alegría de la fe y la esperanza, tenemos abierto el camino para una profunda reforma de la Iglesia que ahora, iluminados por el ejemplo del papa Francisco, comprendemos que empieza siempre por uno mismo.

Así lo entendió también la beata Madre Teresa de Calcuta cuando le preguntaron cuál sería, según ella, lo primero que se debería cambiar en la Iglesia. Su respuesta fue: usted y yo. La Iglesia, que necesita de esa reforma, está en vos y en mí. Esa Iglesia, que es la Iglesia real y la que vivimos todos los días, esa puede cambiar, con la gracia de Dios, si la dejamos actuar en vos y en mí.

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