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En las
últimas
semanas se
multiplicaron
los ataques
a funcionarios
en Río
Gallegos,
mientras que
la violencia
alcanzó
además a
municipales.
Hoy, la
escalada de
tensión
podría
cobrar los
primeros
detenidos,
luego del
«escrache»
a Alicia
Kirchner.
Lo cierto es que lo que ocurrió el sábado es más una señal para el matrimonio Kirchner que para los funcionarios provinciales, quienes aceleran las negociaciones con los maestros en huelga, antes de que el tiempo corra demasiado rápido y los sucesos violentos, las manifestaciones multitudinarias y los días de clases perdidos se acerquen demasiado a las elecciones de octubre.
El escrache de maestros en huelga, opositores políticos y unos pocos militantes de la izquierda más retrógrada contra la ministra de Desarrollo Social cruzó un límite insospechado hasta hace un tiempo por los «pingüinos» que dejaron la provincia para reproducirse en la Nación.
Los huevazos contra la hermana menor del Presidente resultan de una cobardía inaceptable. En parte por tratarse de una funcionaria del Estado nacional que estaba con sus hijas y algunas amigas en el restorán Roco del centro de Río Gallegos. De hecho, la atribulada mujer, con los anteojos por el piso, enharinada y con el pelo enmarañado por los tirones que le pegaron algunos manifestantes, tuvo que ser acompañada por un grupo de partidarios kirchneristas para ponerse a resguardo y luego dar una conferencia de prensa en la que respaldó el diálogo y la paz en la provincia.
Es previsible pensar que Alicia Kirchner, tal vez no en ese momento, pero sí mientras se preparaba para dar la conferencia de prensa junto al ultraoficialista gobernador Peralta, pensó en el menudo favor que le hizo su presencia a la intención de atemperar los ánimos en el distrito y en aquellas desafortunadas declaraciones de su compañero de gabinete, el ministro del Interior, Aníbal Fernández, cuando dijo que maestros y estatales se «autolesionaron» en un enfrentamiento con la Gendarmería.
Quien creyó aquello del verborrágico bonaerense, también puede suponer que ese extenso apósito que la ministra llevaba en la parte derecha del rostro había sido puesto a propósito, para crear un efecto más dramático a la hora de enfrentar las cámaras de televisión de todo el país.
Supuso la ministra que tal vez estaba mejor en el Senado de la Nación, resguardada de semejante situación y a salvo de la amargura de observar a comprovincianos,a los que suponía como máximo díscolos votantes de cara a octubre, como un grupo de patoteros que arrancaron el último límite con el que jugaba el gobierno nacional en su provincia.
La misma sensación habrá tenido Néstor Kirchner cuando se enteró por teléfono de lo ocurrido, mientras hacía la sobremesa en Olivos junto a la primera dama y observó con asombro que aquellos «pingüinos» ya no quierenseguir comiendo de su mano, como cuando él era gobernador y su esposa, Cristina Fernández, la representante de la provincia en la Legislatura nacional.
Ahora que Cristina es senadora por la provincia de Buenos Aires y Alicia dejó su banca para ser ministra nacional, y reforzar con bolsones de comida y demás dádivas otros parajes de la Argentina kirchnerista, el Presidente habrá pensado que los tirones de pelo, los huevazos y la harina en el rostro de su hermana, también eran para él.
En la vida política, como en la vida misma, todo vuelve. ¿O acaso el jefe de Estado no ha alentado, a su modo, una sucesión de violentos episodios como los escraches contra el ex ministro de Economía de la última dictadura militar, Alfredo Martínez de Hoz, o el presidente de la Cámara de Casación Penal, Alfredo Bisordi? Este último, incluso, se vio obligado a levantar un muro frente a su casa para frenar el avance del malón que conforman representantes de la agrupación HIJOS, Quebracho y de otras agrupaciones de izquierda.
Pero esta vez a Kirchner le tocó beber de su propio veneno, el mismo que retroalimenta coletazos de viejos errores.




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