Como se sabe, el gobierno argentino ha designado como embajador en Paraguay al bonaerense Rafael Romá, hombre de cambiantes pareceres políticos, fue 8 años vicegobernador de Eduardo Duhalde, luego su diputado preferido y, al ejercer el mandato, de pronto se enamoró del ARI (y de Lilita Carrió), y se pasó a sus filas. No duró demasiado el idilio; Romá se tentó con Aníbal Ibarra o con la caja de Desarrollo Social (el mismo cargo de Alicia Kirchner en orden porteño) hasta que, en esa función, se convirtió a un nivel superior para servir al matrimonio de Cristina y Néstor Kirchner. Un fenómeno de la transversalidad; quizá por esa conducta, lo eligió el Presidente como embajador.
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Pero ocurre que Romá, al parecer, hombre de familia -aunque separado-, viajará a Asunción acompañado por su actual mujer y, como la vida en la capital paraguaya debe ser más cara que en Buenos Aires, se ha preocupado por conseguirle un trabajo remunerado (o una actividad que la ocupe, ya que él seguramente estará demasiado atareado en sus nuevas funciones). Comprensivo.
Pero en la Cancillería, al parecer, el personal administrativo no comparte esos criterios, y quienes ejercen controles (como el subsecretario de Coordinación, Carlos Kulikowsky, entre otros) se habrían negado a inicialar un trámite por el cual la mujer de Romá se convertiría, de la noche a la mañana y por el birlibirloque de los «ñoquis», en ministra de primera en la embajada. Seguramente, la dama dispone de talento superior para el cargo, pero esa sapiencia no convence a los funcionarios, que hasta podrían cuestionar -en su negativa a homologar el trámite- el volumen de dinero a percibir por la pareja si se consagrara el nombramiento. Como embajador, Romá cobra cerca de 15 mil dólares (más gastos) y, como ministra de primera, su mujer se acercaría a los 10 mil.
La traba impuesta por los funcionarios, sin embargo, no es insalvable para que el canciller Rafael Bielsa nombre a la mujer de Romá, ya que el trámite de la nominación está originado en Casa de Gobierno y, en esos casos, igual sigue su curso, aunque los especialistas se nieguen a inicialarlo. Habrá quienes se disgusten con este método y las pretensiones presuntas del embajador, pero sin duda son de más calidad que las utilizadas por el menemismo: otro embajador, en los '90, también quiso llevar a su esposa cuando lo mudaron a Miami y, entonces, la hizo pasar como personal doméstico para que pudiera ingresar en EE.UU. No se atrevió a lo que ahora tramitan Romá, Bielsa y la Casa de Gobierno.
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