29 de marzo 2004 - 00:00

No lo quieren pero lo sobrellevaran

Néstor Kirchner
Néstor Kirchner
Tras el duro e insólito congreso del justicialismo del viernes, en Parque Norte, las designaciones producidas allí, las renuncias también producidas allí y las posteriores -las que impuso Kirchner y las que brotaron espontáneas o por amenazas-, queda una primera conclusión global: a Néstor y a Cristina Kirchner el peronismo no los quiere, pero los sobrellevará. Salvo incondicionales, no los quieren ni senadores ni diputados. Tampoco los Duhalde, pero sólo Chiche puede decirlo abiertamente con la fuerza con que lo hizo en ese congreso partidario. Duhalde debe mantener la asociación porque sería su fracaso personal que a ocho meses de imponer un presidente de la Nación -con su dedo, su tan mencionado «aparato bonaerense» y los fondos del Banco Provincia-tenga que admitir que se equivocó y lance una nueva crisis institucional tras haber organizado el primer golpe de Estado civil en la Argentina contra Fernando de la Rúa. Una crisis nueva, además, ya que no podría ser designado en la presidencia y está esquilmado por los que designa y se le dan vuelta después. Inclusive podría sucederle con Daniel Scioli, y si no le sobreviene una rebelión, el verdadero poder vendría igual a él y no a quien se desempeñe como titular del Poder Ejecutivo. Que Kirchner le haga trastadas sucesivas no le desagrada tanto a Duhalde, que ve en tanta locura en la Casa Rosada la necesaria vigencia de dos poderes: el suyo, «haciendo banco» en el Mercosur, y el del presidente Kirchner, separado de él y con fuerza propia gestada. Por lo menos hasta 2007, cuando Duhalde tratará de cumplir su sueño latente de ser electo primer mandatario y no designado. Por eso ayer habló por teléfono con Kirchner y ambos tratarán de calmar a sus esposas. Por lo menos que dure con fuerza Kirchner hasta 2005, cuando Duhalde sabe que el santacruceño lo enfrentará con vigor inusitado para ganar postulaciones en las listas a legisladores que atenúen su dependencia del caudillo bonaerense y su aparato. Como socios se sobrellevan pero ninguno ignora que con diferencia de tiempo tratarán de destruirse.

Los gobernadores justicialistas mayoritariamente tampoco quieren a los Kirchner -excepto Sergio Acevedo, de su natal Santa Cruz, y el procreado por el kirchnerismo Mario Das Neves, de Chubut-. Eduardo Fellner duda tras el brete en que lo metió la iracundia kirchneriana con el homenaje en la ESMA. Lo mismo Jorge Busti, de Entre Ríos. Felipe Solá se apresuró a renunciar al cargo de vicepresidente partidario. Quedará resentido, aunque no lo demostrará, porque dilapidó imagen personal. Pero se mueve sin alternativas. Si Eduardo Duhalde puede aislarlo en la provincia que gobierna, no puede arriesgarse a tener también enfrente al Presidente, aunque esté -conociendo la ambigüedad que martiriza al bonaerense-. Rubén Marín no sólo no fue al Congreso justicialista sino que ni siquiera envió sus delegados. Así sigue el panorama de las provincias, donde el mayor adversario -con Carlos Reutemann ya en la poltrona de senadores el cordobés José Manuel de la Sota. Podrá recomponer, pero fue el de las palabras y las comparaciones más duras, además de gobernar una provincia donde los cordobeses le dieron el golpe más contundente al santacruceño (allí Menem tuvo 500.000 votos). Para los Kirchner este tipo de antecedentes no se perdonan. Para el cordobés, está la visión de que permanentemente ve crecer el espacio anti-Kirchner en el orden nacional y puede ser una tentación -como para Reutemann, si alguna vez se decidieraporque pocos candidatos hoy intentan llenarlo.

• Los que los quieren


Tampoco quieren a los Kirchner los gobernadores radicales, más despreciados aun que los justicialistas. Ni el radicalismo, tras el tremendo olvido presidencial del jueves de sus méritos en juzgar la represión. Desde ya no lo quiere la derecha ni la izquierda de Elisa Carrió, ni la ultraizquierda de Raúl Castells, Luis Zamora y Néstor Pitrola. Ni los empresarios de aquí y de afuera aunque, como los gobernadores, no les interesa un enfrentamiento que pueda afectar intereses económicos importantes. Lo ven bien muy pocos en el Poder Judicial, los que designó (camaristas de izquierda tipo Martín Irurzun), o jueces resentidos con Menem (tipo Jorge Urso), los que tienen temor y disponen lo que a los Kirchner les gusta u otros sometidos a hábiles maniobras (como el caso de Enrique Petracchi en la Corte Suprema, a quien nunca se pensó someter a juicio político pero se lanzó eso, vía el todo terreno tucumano Ricardo Falú, para al desistir después crear agradecimiento).

¿Querrá la gente a los Kirchner? Es la esperanza del matrimonio presidencial. Pero no se sabe. Las encuestas pagas por el gobierno desvirtúan esos mecanismos habituales de medición. La obsecuencia de la prensa que se torna oficialista tampoco permite medir porque refleja la realidad con intención de alabar al Ejecutivo. No obstante, se cree que el apoyo de Kirchner no puede bajar hoy de 60% a 65% por dos motivos. Uno es que tendría que hacer cosas más terribles de las que hizo el matrimonio Kirchner y casi nada nuevo -cuando ciertamente tiene realizaciones buenas a la par de sus desgastantes, peleas e iracundias- para bajar de, por caso, 60% de aceptación. A 10 meses de gestión, ningún nuevo presidente baja de un guarismo así, aun admitiendo todas las brusquedades y exageraciones en que cayó el nuevo gobierno. El otro elemento es la suerte excepcional, única, con que el factor mundial externo (soja por China, carne por la «vaca loca» en EE.UU. y otros granos por menos tierra que se les dedica por el boom sojero) ha beneficiado a este gobierno. Esto le permitió subsidios en gran escala que, de por sí, crean dependencia agradecida al gobierno de turno, lo quieran o no.

• Psicoanalista

Particularidades que, hasta ahora, sólo se manejaban aisladamente a nivel de analistas serios han llegado al de humoristas, seres éstos especiales dotados de intuición y olfato popular con lo cual sustituyen la universidad. Jorge Guinzburg habla (ver contratapa) de la necesidad de un psicoanalista para el dúo presidencial y se pregunta algo que los más expertos también hacen: posible trauma de niñez o juventud de Kirchner por agresiones de otros niños que lo hacen buscar permanentemente el enfrentamiento con sus congéneres, que no acepte ni pares ni discordantes sino que se mueva en la alternativa de tener subalternos o enemigos. Desesperación de amor y caricias de la masa por eventuales lejanas carencias. Placer con el discurso confrontativo. El mismo humorista Guinzburg se pregunta: ¿tratará de descubrir el por qué de la necesidad de pelearse con todo el mundo?

Porque, en verdad, el estropicio que armó el dúo presidencial con el caso ESMA y luego con el Congreso del PJ, todo en 48 horas, no responde a intereses claramente políticos ni aun a disimular noticias adversas, como la posibilidad de que no vaya a haber luz y tener que pasar frío en el invierno. Que el Congreso partidario no haya votado la amnistía de figuras que circunstancialmente se fueron del partido y a los Kirchner les interesan -como Carlos Rovira, el misionero; o el mismo Alberto Fernández en la Capital Federal-, no hubiera agotado tal instancia dentro de un Partido Justicialista con nuevas autoridades. De hecho, Kirchner lo podría lograr por la dependencia económica de las provincias. Esto justifica creer algo que hay que tener en cuenta para el futuro: el actual mandatario argentino y su esposa se mueven habitualmente por motivaciones conflictivas desconocidas en la tradición política y eso los hace imprevisibles.

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