«No me peguen, soy Fernández», podría haber suplicado -glosando a otro as de la «alta peluquería»- el ministro del Interior, Aníbal, el martes por la noche en la reunión del bloque de diputados del PJ. Es que en esa tertulia algo agitada, como cualquier reunión de peronistas en estos días, este funcionario fue puesto en la picota por la decisión de intervenir los tres poderes de Santiago del Estero.
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La razón que se dio para castigara Fernández fue el giro en el aire que protagonizó en su posición frente a Carlos y Nina Juárez. Un día antes de anunciar que se enviaría el proyecto de intervención federal al Congreso, el ministro arguyó hasta el cansancio que no había motivo alguno para esa medida. Hasta lo dejó por escrito. Con la agilidad que suele proveer la falta de convicción respecto de las razones que se exponen, giró sin avisar. «Al final, ¿tenía razón (Ricardo) López-Murphy?», preguntó un bonaerense que en su momento fue jefe del «estilista».
En rigor, quien dio el vuelco fue Néstor Kirchner: entre una y otra postura de su ministro, hubo un dato que ocupó toda la cabeza del Presidente. Ese dato fue la crisis del PJ y, sobre todo, el enfrentamiento con Eduardo Duhalde. Fue esto lo que hizo caer sobre el cuello de Juárez la espada que pendía desde hacía meses. Duhalde fue el principal garante del matrimonio santiagueño en todo este tiempo. Se reunió con el caudillo de esa provincia una y otra vez, generalmente en secreto. Además, reclamó por su suerte delante de Kirchner, sobre todo, durante aquella comida que compartió con el Presidente en Lomas de Zamora, en compañía de Hugo Curto y Alberto Fernández. La defensa de Duhalde se basó siempre en un supuesto que no rige para Kirchner: la necesidad de agradecer al santiagueño el apoyo que dio a la candidatura del actual mandatario cuando había que maniobrar en los congresos del PJ (en especial, el de Lanús) para evitar la interna y excluir a Carlos Menem.
• Venganza sutil
¿Mantiene Duhalde esa vindicación de los Juárez? No de manera directa. Sin embargo, anteanoche, en el bloque del PJ, sus representantes en el Congreso hicieron saber la opinión que se emitía desde Lomas de Zamora: «La gente no está con Juárez, puede ser. Pero tampoco con la intervención. En Santiago del Estero, 74% de la población rechaza la intervención porque tuvo muy mala fama, la que ya tuvieron en tiempos de Menem».
Sutil venganza la de Duhalde, quien también está condicionado en la visión de todo por el congreso de Parque Norte del viernes pasado. En efecto, en aquella intervención santiagueña hubo tres protagonistas principales: Juan Schiaretti (subordinado de José Manuel de la Sota), Jorge Busti (quien renunció a la conducción armada por el duhaldismo en sintonía con Kirchner) y Eduardo Fellner (quien asumió la misma postura de Busti, pero después de que Duhalde le solicitara lo contrario). La aparición de esos peronistas en Santiago -acompañados por Andrés Antonietti, brigadier que se convirtió en jefe de Seguridad de la provinciafue la razón de la ruptura definitiva entre los Juárez y Menem, motivo que terminó volcando al peronismo santiagueño en brazos del duhaldismo y, por carácter transitivo, del kirchnerismo.
El otro dardo que arrojaban ayer los duhaldistas junto con los diputados santafesinos (hoy los más irritados con Kirchner, los que más abiertamente se le oponen) tiene que ver con la extensión de la intervención prevista por el Presidente y organizada por Aníbal Fernández. «Por lo menos, que pongan una fecha de elecciones, ¿o se van a quedar a vivir por un año?», castigaron los seguidores de Carlos Reutemann.
José María Díaz Bancalari, antiguo aliado del ministro del Interior, tuvo poco entusiasmo para defender a su antiguo socio. También él está condicionado por el fracaso de Parque Norte: intervino en la gestación de la nueva conducción y hasta pretendió emitir un documento de apoyo al gobierno, pero terminó tan desautorizado como Eduardo Camaño o Juan Carlos Mazzón.
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