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De qué se habla
Se trata de una cuestión de urbanidad, casi de respeto.No habitual en el peronismo, claro. Pero uno de los principales dirigentes del justicialismo genuino -como ellos mismos se califican-, Alberto Rodríguez Saá, pronto concurrirá al domicilio de Eduardo Duhalde como devolución a la visita que éste les hizo a los hermanos de San Luis en la casa que esta provincia dispone en la Capital Federal. Gente que gusta de tomar el té y que aguarda una decisión que Duhalde prometió masticar con su esposa, Hilda, más conocida por Chiche. El grupo justicialista le ofreció al bonaerense que su esposa acompañe, como candidata a gobernadoraen Buenos Aires -o, eventualmente, como vicepresidentaal futuro elegido por el congreso peronista que ahora tiene sede puntana. En verdad, ese encuentro y una decisión favorable lo espera el gobernador Rodríguez Saá, tanto como Ramón Puerta -hoy de paseo en París, j u n t a n d o energía o derrochándolaambos aspirantes a la misma cabeza de la fórmula. Y los dos, también, con estrecha relación con Duhalde, uno por comunión diaria desde los viejos tiempos, el otro porque fue el único que una vez se opuso, calificando de « mamarracho», al proyecto de reforma constitucional de Carlos Menem y Raúl Alfonsín que borró al bonaerense de la carrera por la Casa Rosada.
MAURICIO NO REPITE EL 60%
Mauricio Macri, quien sabe contar, se preocupapor no quedar demasiado expuesto con Juan Carlos Blumberg o Ricardo López Murphy. Y, como la suma y resta de votos es lo que más lo ocupa, su nueva obsesión pasa ahora por los comicios de la Capital Federal, el 28 de octubre, por la cual los electores porteños habrán de elegir tres senadores y doce diputados. Para entonces, el ingeniero debe decidir si sus candidatos van colgados o no a una fórmula presidencial. No es un detalle nimio, ya que cualquier determinación hoy desfila entre el acierto y la equivocación, también la severa sombra de que para Macri resultará casi imposible repetir su último 60% de adhesión en el territorio porteño. Tanta inquietud, claro, obedece a que no quiere asumir devaluado electoralmente cuando todo parecía sonreírle para él.
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