30 de octubre 2001 - 00:00

El masoquismo de la dirigencia argentina

El Congreso, Raúl Alfonsín, Clarín, Eduardo Duhalde, Leopoldo Moreau, José Manuel de la Sota, Hugo Moyano, el juez Jorge Urso, el gobernador Sergio Montiel.
El Congreso, Raúl Alfonsín, "Clarín", Eduardo Duhalde, Leopoldo Moreau, José Manuel de la Sota, Hugo Moyano, el juez Jorge Urso, el gobernador Sergio Montiel.
Hace poco el director del Fondo Monetario para el Hemisferio Sur, Claudio Loser, ante otra imploración de ayuda aconsejó el psicoanalista a los argentinos. Tenía razón. Para los que quedan como moderados en nuestro país, cuando menos 40% -segundo partido nacional- que repudiaron la concurrencia a votar por alguien el 14 de octubre pasado, es incomprensible el accionar casi suicida de políticos, partidos, cierta prensa y periodistas, sindicalistas, jueces especiales y gobernadores frente a la gravísima coyuntura nacional a punto de estallido.

Entre los que tienen voz pública, algunos miembros del Ejecutivo nacional y los particulares que tienen la responsabilidad de afrontar, con angustia y en estado de pérdida, los pagos de las nóminas salariales mensuales expresan todavía alguna sensatez frente al agudo momento. Son voces aisladas en medio de la vorágine de la restante dirigencia, realmente masoquista. Se juguetea con el país como ilusionándose con que propiedades, salarios, rentas, comercios, bienes, empresas y prestigios políticos propios son ajenos a un estallido que azuzan inconscientemente.

Angustiado porque ya es evidente que se le escapó de las manos su provincia y se agrietó el otrora ejemplificador «modelo Córdoba» -su bandera para 2003 en su pretensión presidencial- el último moderado que se trasvasó a la iracundia fue el gobernador José Manuel de la Sota. Quedarían como esperanza Carlos Reutemann, algunos pocos gobernadores y legisladores.

Entre los gobernadores peronistas hay una premisa de agrupamiento, aunque a ninguno le vaya a servir en un desastre generalizado: atacar al gobierno nacional como si fuera proveniente de una potencia extranjera colonizadora. A ninguno -por temor a la antipatía con vistas al mismo año 2003- se le ocurre detener la prédica hacia el descalabro.

Los argentinos nos negamos a admitir algo tan obvio como que hoy existen otras prioridades en el mundo que no se resuelven con la simple chance nuestra de psicoanalizarnos como país. ¿O es que los refugiados afganos pueden aplicar el déficit cero y sobrevivir simplemente con adaptarse a gastar en vivir sólo lo que les ingresa cuando esto es nada?

En la discusión de negocios privados debe exagerarse la defensa del interés personal porque se sabe que la otra parte tratará de sacar la mayor ventaja posible. Inclusive esto rige en el sector público si el Estado se enfrenta con proveedores, adjudicatarias de licencias o prestaciones. Pero cuando la discusión es entre funcionarios públicos sobre fondos a repartir -no puja de jurisdicciones o cargos, que es otro enfoque- el principio que debería regir es que nadie es tonto como para hacerse odiar si tuviera fondos públicos para ceder.

Los gobernadores ¿piensan que Domingo Cavallo no les da dinero por terco, por masoquista y que le gusta transformarse en el hombre más odiado? ¿Creen que no le agradaría ser generoso con todas las provincias y que lo invitaran a cortar las cintas de inauguración de escuelas, de salas materno-infantiles, de puentes o barrios obreros, vitoreado por la gente? ¿Suponen que le agrada, con su prestigio, ser la cabeza de una economía que tiene la deshonra de estar entre las primeras del mundo en riesgo-país arriba de Ecuador que ya defoleó hace años?

La diferencia es que los gobernadores tienen la posibilidad de acusar de la crisis a alguien -ministro, gobierno-y salvar su frente interno provincial. O eso suponen, aunque el voto negativo generalizado en el país no los avala.

Cavallo arriba sólo tiene a los organismos internacionales que le dicen «hay 5 millones de afganos refugiados en las fronteras de Pakistán cuando se acerca el invierno y la mitad de ellos puede morirse de hambre. Uds. los argentinos no son problema que nos preocupe si su único empecinamiento es no querer vivir con lo que recaudan o suponerse ricos como en los años '30 cuando eran el octavo país del mundo, sólo se producía trigo, maíz y se criaban vacas en clima propicio. Llegó la biotecnología, el goteo y hoy se siembra hasta en los desiertos. Si no desarrollaron exportaciones alternativas ¿quieren que los sigamos subsidiando para mantener el nivel de vida que perdieron sin guerra ni desastres ecológicos?».

Cualquier extranjero -en sus países y aquí- dice lo mismo. Pero nos empeñamos en seguir pidiendo, que es seguir autoengañándonos.

Los argentinos somos perversos en eso de tratar de explotar o excusarnos en otros mientras tengamos en quién. Los gobernadores, legisladores y políticos enfrentan así al gobierno, como los municipios, docentes, sindicalistas a los gobernadores, los empleados a los municipios y los empleados del Congreso a los legisladores para que no les recorten el sueldo y lograron el privilegio frente a los restantes empleados públicos iguales a ellos.

Un gobernador con aspiraciones presidenciales como José Manuel de la Sota de Córdoba en un discurso alardeó de que en su provincia durante su gestión nunca se pagó con bonos a los empleados provinciales y que jamás se les redujo el sueldo 13% como a los nacionales. Los restantes trabajadores públicos del distrito con Capital Federal y provincia de Buenos Aires que son mitad del padrón electoral nacional ¿apoyarán con su voto tal privilegio?

Hay gobernadores de provincias que representan menos que a un partido del Gran Buenos Aires e increpan a ministros nacionales sin la suficiente representatividad para jaquear así al país. Un Raúl Alfonsín -que en la última elección resultó que representa a menos de un (0,80) habitante cada diez de la provincia de Buenos Aires- se presenta con un «ultimátum» al presidente de la Nación. Un Eduardo Duhalde que, a su vez, representa sólo 1 de cada 4 bonaerenses, basa su persistencia política en una «superestructura» partidaria, que montó cuando era gobernador pero al costo de 1.500 millones de dólares anuales de déficit. Se impone por el peso de la tradición peronista en el conurbano, cualquiera sea el candidato y él es candidato porque domina el «aparato». Propugna un «cambio de rumbo» y no el ineludible déficit cero.

Cavallo tiene males, errores al comienzo de ésta, su nueva gestión, pero no es la causa de la crisis aunque sea hoy su caso. A Cavallo no le sirven ya sus contactos internacionales porque en esta crisis por empecinamiento interno no lo van a ayudar. No le sirven pero a diferencia de quienes lo precedieron sabe escuchar. ¿Acaso los funcionarios del ex ministro de Economía José Luis Machinea, como Cavallo, no escucharon del ministro de Economía de Brasil, Malan, la idea de aplicar el impuesto al cheque que allí inventaron? Malan se lo dijo a todos los argentinos como una mala solución -desalienta la bancarización sana de una economía- pero salvadora. Pero Machinea ni lo meditó cuando tenía un riesgo-país por debajo de los mil puntos y era manejable.

Hasta dentro del gabinete se escabullen y dejan solo al titular de Economía contra la masa de gobernadores. Claro, ¿a quién no le gusta caer simpático si las verdades crueles y los «no» ineludibles los puede decir otro? El canciller Adalberto Rodríguez Giavarini, en la cartera ministerial más cómoda, se congracia y cede con los brasileños porque sabe que Cavallo asumirá plantear que el desquicio monetario y devaluatorio de ese país perjudica a la Argentina.

Por ahora se jugó al ataque contra un ministro. El momento es gravísimo y ya no se cree a quienes evocan otros teóricos planes sobre todo cuando se basan en apoyos de organismos internacionales que sin un serio e impostergable esfuerzo interno son utópicos. No nos perdonarán negarnos al propio esfuerzo.

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