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Gastón Pauls: "Me ofrecieron un encuentro con Jesús, y no acepté"
El actor, que acaba de terminar de rodar una película sobre la vida de Luis Palau, recuerda su primer acercamiento al mundo del pastor evangelista. Los años oscuros, la presión y el valor de la mirada.
G.P.: Me modificó porque nadie es igual cuando se enciende una cámara. Hay un toque de cambio. No es fácil ser exactamente igual y yo sólo lo había visto en videos, predicando. Necesitaba sentarme con él y ver su mirada. Saber qué le pasaba en los ojos.
G.P.: Sí, es una presión más grande. Cuando estaba haciendo "Iluminados por el fuego", me reuní con Edgardo Esteban (el ex combatiente de Malvinas que escribió el relato en el que se basó la película) y me dijo: "Si vos lográs representar siete segundos la mirada de un ex combatiente, la película va a funcionar". Y el día que se estrenó, lo único que me importaba era ver qué me decían los ex combatientes. El mayor piropo que recibí fue "Mantuviste esa mirada durante una hora y media". Tenía una presión enorme sobre los hombros. Y acá también, pese a que estoy representando a una sola persona. La importancia estaba en si podía lograr agarrar algo del brillo de su mirada y creo que pasó.
G.P.: Hasta que lo vea en pantalla y termine de entender lo que hice o qué fue lo que hizo el personaje conmigo. Traté de ser respetuoso de lo que vi sobre Luis, de lo que vi de su familia.
P.: ¿Qué información previa tenías sobre el personaje?
G.P.: En 2003 cubrí para Ser Urbano un festival que hizo en el Monumento de los Españoles. Fue muy fuerte ver cómo se movilizaba toda esa gente. Algunos hacían hasta 700 kilómetros para ir a escucharlo. Fue conmovedor.
P.: Como una misa ricotera.
G.P: Claro. Hice todo el viaje con gente de José C. Paz y en un momento me separé y empecé a caminar entre la gente para ver sus reacciones. Cada dos pasos me ofrecían un encuentro con Jesús, pero no acepté porque pensaba que me iban a llevar a una habitación, me iban a sentar con Jesús y no iba a saber qué decirle. Me asustaba esa imagen. Todo era muy fuerte. Terminé ese programa diciendo que me encantaba que a la gente le pasen esas cosas, pero que yo no estaba preparado para vivirlo.
P.: ¿Y ahora?
G.P.: Ya no me asusta esa imagen. En algún momento delicado de mi vida, no encontraba la luz, ni siquiera la puerta. Y un día me encontré rezando, algo que no había hecho nunca. Y eso que había probado de todo. Diez años de terapia y muchas cosas más. Pero a los pocos meses, estaba fuera de ese laberinto. Me conmueve eso porque en un punto es tan simple como levantar la mano y pedir ayuda.
P.: ¿Sos creyente?
G.P.: Hay algo más que nosotros. Más allá de los egos. Formamos parte de ese algo más y lo esquivamos mucho en la vida aunque en los momentos críticos, todos recurrimos.
P.: ¿De qué manera te acercó a la religión este personaje?
G.P.: No estoy ni bautizado, ni tomé la comunión. No tuve una relación fluida con Dios. Sí sentí siempre desde niño que había algo más, que había una energía que daba vueltas y a la que podía acudir cuando la necesitara. Mi primer acercamiento más puntual fue en la parte más oscura de mi vida, hace 10 años y medio.
P.: Ni diez, ni once. ¿Llevás la cuenta de manera tan detallada?
G.P.: Sí, porque ese tipo de cosas tienen fecha. Uno sabe perfectamente en qué momento salió del túnel en el que estaba. Tenés clarísimo cuando se despejan las nubes.
P.: Volvamos a Palau. En 1977, durante una entrevista con el New York Times afirmó que la única ideología que podía detener al marxismo era el cristianismo evangelista. ¿Qué te provocan este tipo de aseveraciones?
G.P.: Cuando me junté con él, el fin era ver cómo vivía. Tiene un auto del ochenta y algo. Vi que no hay lujo, ni especulación. Que es una familia que vive en condiciones normales. Y encontré un punto a favor. Hubiese sido contradictorio entrar a un palacio. En relación a lo político, es más complejo. En ese sentido soy bastante crítico de todo. Nunca pediré un régimen totalitario. La democracia es un sistema bellísimo e ideal, pero no hizo que el mundo sea mejor que hace 400 años. Hay democracias digitadas por poderes económicos que son mucho más altos.
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