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Ingresando en los buenos tiempos
Muchos economistas en Argentina ya están aceptando que el país continuará creciendo a una tasa razonable (en parte, porque algunas de las políticas son menos "heterodoxas" de lo que se dice).
A un precio atroz, el colapso equilibró nuevamente la economía. Una abrupta devaluación y el default convirtió a los deficits en cuentas públicas y corrientes en superávits. Roberto Lavagna, ministro de economía desde 2002 a 2005, mantuvo el gasto bajo control. El gobierno se basó principalmente en la política monetaria para impulsar la demanda. El Banco Central evitó que el peso caiga mediante la emisión de pesos para comprar los dólares de los exportadores. El gobierno alcanza sus metas fiscales en parte al gravar las exportaciones agrícolas, que generalmente no son rentables, debido al peso artificialmente barato y a los altos precios mundiales.
Estas políticas sobrealimentaron el crecimiento. Su evidente desventaja es la inflación, que comenzó a crecer nuevamente en 2004 a medida que se consumía la capacidad libre. La reacción de Kirchner fue intimidar a los productores con congelamientos de precios "voluntarios", rotundos controles de precios y restricciones a las exportaciones. Estrategias similares llevaron a varios inversores extranjeros, como la francesa Suez y EDF, en empresas de servicios públicos privatizadas a empacar y retirarse.
Los que critican a Kirchner dijeron que estas medidas interrumpirían la inversión. De todas maneras, comentaron, la inversión fue errónea, se hizo en viviendas en vez de en fábricas. Hasta el momento no fueron las correctas. Argentina, de hecho, carece de inversión extranjera. Sin embargo, sus pequeñas empresas se movieron rápidamente para expandir la capacidad en respuesta a la demanda. El boom de la construcción y turismo creó nuevos puestos de trabajo. En términos generales, la inversión casi se duplicó como porcentaje del PBI desde 2002, de 11% a 21.4%, suficiente para sostener el crecimiento de 4% anual. "La mayoría de las personas creyó que la seguridad, credibilidad y las reformas estructurales eran la clave para atraer inversiones", dice Javier Alvaredo de la consultora MVAS Macroeconomía. "Pero en realidad son las ganancias".
Todavía quedan serias dudas. La preocupación más grande es la energía. En esta industria, los argumentos de los que critican a Kirchner son verdaderos. El consumo se elevó pero la inversión cayó. Argentina agotó sus reservas de gas. Las fuentes industriales advierten apagones en 2007, si las condiciones meteorológicas no son favorables. El temor a los cortes reprimió la inversión en energía.
Otros embotellamientos harán más difícil sostener el crecimiento, incluso a un ritmo más modesto. La economía todavía se está beneficiando de la inversión privada en infraestructura durante la presidencia de Carlos Menem en los 90. Ahora nuevamente se congestionan los caminos. Faltan también trabajadores calificados.
Luego del despido de Lavagna, la política fiscal se volvió más flexible. Los gobiernos provinciales ya tienen déficit. Por otro lado, el Banco Central está haciendo silenciosamente más estricta la política monetaria. Muchos creen que Kirchner flexibilizará los controles de precios y permitirá que el peso caiga luego de las elecciones de octubre, en las que probablemente busque un segundo mandato.
El riesgo es que la inflación luego se dispare, salvo que las autoridades actúen para desacelerar la economía. Pero los funcionarios siguen siendo optimistas. "¿Qué tenemos más allá de dos buenos años más?" el canciller Jorge Taiana pregunta. "Tenemos la inversión más alta. Tenemos un boom en materias primas. Pagamos nuestra deuda. Contamos con un favorable tipo de cambio. Tenemos superávits comerciales y presupuestarios. Este crecimiento se puede sostener". Lo que resta ver es a qué ritmo. De todas maneras, se volvió más difícil dudar del argumento global.
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