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Larga vigilia en Polonia por el Papa
Cada vecino parece tener su propia anécdota que contar sobre el Papa. Y eso hacen algunos a quien se acerca a preguntar. Con amabilidad y todo lujo de detalles. Otros prefieren arrodillarse y rezar, con la cabeza gacha y los ojos anegados en lágrimas.
"Son distintas formas de rendir homenaje al Papa", explica Jorge Mancebo, un visitante andaluz, llegado a Cracovia con un grupo de estudiantes para visitar el antiguo campo de concentración de Auschwitz, pero que también tenía Wadowice "en agenda".
"La última vez que vi en persona al Papa fue hace dos años, cuando una delegación de Wadowice visitamos Roma y hablamos con él", contó a EFE la hermana Magdalena Strzelecka, pedagoga ya jubilada, ahora alma y veladora de los tesoros del Museo Papal.
Hace unas semanas, durante su última estancia en la clínica de Roma, le enviaron un libro dedicado por la gente de Wadowice.
En un pequeño despacho de la casa de los Wojtyla, la hermana cuenta que conoce al Papa desde hace 44 años. Está relajada, dispuesta a hablar con quien se lo pida y repasar la vida de Juan Pablo II. Lleva todo el día "atendiendo a periodistas" y asiste con la serenidad "de una buena católica" al inevitable desenlace.
"Durante todo el año, recibimos aquí unas de 270.000 visitas. Lo usual son 2.500 por día, pero cuando ha estado aquí el Papa se han multiplicado hasta llegar a los 5.350", explica.
El Museo Papal, instalado en una casa de 150 años que fue propiedad de un judío -"el padre de Karol Wojtyla la alquiló"-, es un edificio relativamente pequeño, modesto de mobiliario y dotaciones.
En esa casa vivió Karol Wojtyla desde que nació en Wadowice, en 1920. Ahí residió regularmente hasta que fue ordenado sacerdote, en 1946. En ella quedaron sus cosas cuando se fue a Cracovia, a 60 kilómetros, de donde fue nombrado arzobispo en 1963. La ciudad entera se considera guardiana de su legado más íntimo y personal.
Las pantuflas que se ofrecen al visitante para no dañar el parqué cambian de usuario sin tregua. Demasiadas visitas y demasiado apresuradas para tomar real conciencia del recorrido por la dilatada vida de Juan Pablo II.
Los viejos esquís de un apasionado del deporte blanco, fotografías familiares combinadas con las de su misión pastoral por todo el mundo forman el Museo, ahora propiedad municipal.
Los equipos de televisión se mueven por su interior con dificultad -no resulta fácil andar con la cámara al hombro y con los pies enfundados en las pantuflas-.
La hermana Magdalena no lo toma a mal. "Hoy estáis todos aquí, mañana nos quedaremos solos. Con nuestro Papa, aquí para siempre", afirma. Fuera, un coro de escolares de Wadowice canta bajo el sol de una hermosísima mañana de abril, ajenos o tal vez orgullosos de la atención mediática.
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