«Esto es un segundo Pearl Harbour», evocó ayer en Washington el senador republicano Chuck Hagel. El aserto recordó la entrada de los EE.UU. en la Segunda Guerra Mundial, cuando un ataque aeronaval japonés sorpresivo destruyó buena parte de la flota norteamericana en el Pacífico.
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Sin embargo, no es tan exacto el caso, salvo por el hecho de haberse producido el ataque en suelo norteamericano por sorpresa, inesperadamente. El ataque de Pearl Harbour se produjo en diciembre de 1941 por la armada japonesa, que en ese momento integraba el Eje Berlín-Roma-Tokio, en guerra en Europa, y precipitó la entrada en el conflicto de EE.UU., a la sazón presidida por el demócrata Franklin Delano Roosevelt. Ayer nadie se hacía cargo de los atentados y el líder palestino Yasser Arafat se lamentaba por lo ocurrido, mientras fracasaban las negociaciones de paz con Israel, por los atentados producidos en Medio Oriente. El 27 de setiembre del año pasado, al día siguiente de la inauguración de la mezquita musulmana en Palermo, en una comida ofrecida por la Cancillería al príncipe heredero saudita Abdullah Bin Abdulaziz Al Saud, este diario registró el conflicto en Medio Oriente en una frase del visitante: «Reclamo a Israel que tome seriamente las negociaciones por la paz».
El ingreso de EE.UU. a la guerra europea y del Pacífico en 1941 fue justificada por el gobierno de Washington ante la ola de indignación que generó en el pueblo norteamericano ese ataque en Pearl Harbour. Tanto que análisis históricos posteriores especularon, afirmando que Roosevelt y su estado mayor estaban al tanto de él, y dejaron que se produjera para justificar la entrada a la guerra de EE.UU., que finalmente decidió el curso de ésta. Incluso después de la muerte de Roosevelt, reemplazado por su vice Harry Truman, que fue el que ordenó las bombas atómicas sobre las ciudades japonesas de Hiroshima y Nagasaki, provocando la rendición incondicional del entonces Imperio del Japón. • Sospechas
¿Generará el brutal atentado a objetivos civiles de ayer, una respuesta similar de los EE.UU. con eventuales beligerantes terroristas, justificándola? La información que ayer fluía desde Washington apuntaba las sospechas al líder musulmán Osama bin Laden, refugiado en Afganistán. Este predijo hace tres semanas que se produciría un ataque de proporciones impensadas a EE.UU., por el apoyo prestado a Israel en su disputa con los palestinos.
Tuvo en EE.UU. tanta importancia política interna el desarrollo de la guerra, que dos de sus jefes militares, Dwigth «Ike» Eisenhower (jefe supremo en Europa) y Douglas Mac Arthur (en el Pacífico; supervisó la firma de la rendición del Japón a bordo del acorazado Missouri y dictó la Constitución del Japón prohibiéndole tener fuerzas armadas), se convirtieron en líderes políticos. El republicano Eisenhower terminó presidiendo EE.UU. por dos períodos, entregando el mando a un demócrata: John Fitzgerald Kennedy.
Ese ataque a Pearl Harbour el 7 de diciembre de 1941 produjo 2.086 muertos, 749 heridos y 22 desaparecidos. La armada perdió 92 aviones y 8 acorazados; la fuerza aérea, 96 aviones. Fue relevado el jefe, almirante Edward Kimmel, por el almirante Chester Nimitz. En la Conferencia Naval de Londres, en 1935, Japón pidió autorización para alcanzar la paridad en su flota de mar con una potencia naval patrón, que era Gran Bretaña. Tanto los EE.UU. como Inglaterra rechazaron esa posibilidad. Los representantes japoneses se retiraron de la Conferencia decididos a no admitir ninguna limitación en su desarrollo naval militar. Con la invasión a Manchuria comenzó el plan japonés de expansión asiático. Pero los ojos de Japón estaban dirigidos hacia el Pacífico. Indonesia, Filipinas, Nueva Guinea y un gran número de islas del Pacífico contenían las materias primas de las que carecía. Para lograr la expansión hacia el sur Japón necesitaba una gran armada. EE.UU. era la única nación (Gran Bretaña estaba en guerra en Europa) capaz de frenar el expansionismo japonés.
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