17 de febrero 2005 - 00:00

Murió Enrique Omar Sívori

Enrique Omar Sívori falleció hoy a los 69 años y su imagen de producto genuino del potrero insertada en la elite del profesionalismo seguramente pasará a ser leyenda, porque representa como ninguna otra, salvo la de Diego Maradona, el prototipo del futbolista argentino.

Inclusive muchos que supieron disfrutar de su talento inimitable lo colocan hoy día un escalón por encima del propio Diego, tan grande fue su talento.

Medias caídas, pelo revuelto, extraña mezcla de alfeñique desgarbado y atleta sin alas, pero con un desparpajo a prueba del más recio de los marcadores, representaron su sello de calidad y dejaron una marca indeleble en la historia del fútbol argentino.

Con una picardía también propia del potrero, esa que se traslada inevitablemente a otros órdenes de la vida, fue tan empedernido fumador como "burrero" y siempre le escapó a las exigencias que recortaran su espíritu libre.

Esa misma libertad que mostraba en las canchas para dribblear entre defensores fornidos y malintencionados, que sin embargo nunca alcanzaban a lastimar esas piernas flacas, desprovistas de canilleras y repletas de habilidad.

Por eso no dudó en acompañar a Italia a otra figura de los 50 como Antonio Valentín Angelillo y después aconsejarle su permanencia en Europa para eludir el servicio militar, algo que tuvo a este muchos años exiliado en el Viejo Continente.

También como Maradona se hizo grande en el fútboI italiano, aunque a diferencia de Diego fue un referente de la "contra", River Plate, cuando jugó en Argentina, mientras que en la península también transitó por la geografía opuesta, ya que se instaló en el poderoso norte, lejos del sur y de Nápoles.

Los tiempos también fueron otros, por supuesto, pero todas esas diferencias se estrechan cuando a ambos se los vincula con la pelota. Los dos lucieron un número que dice todo: el 10.

Y no casualmente en 1968 su retiro se produjo en el Napoli, el club en el que Maradona escribió algunas de las más brillantes páginas de su incomparable carrera.

Pero la relación que siempre se trató de establecer entre ambos engrandece aún más la imagen del "Cabezón", porque se hizo un nombre en tiempos sin televisión y con pocos medios que difundieran las hazañas de los futbolistas, ya no en Europa, sino en el propio país.

Sívori fue un privilegiado que supo vestir las camisetas de dos grandes como River Plate en Argentina y Juventus en Italia, pero también las de los seleccionados nacionales de ambos países.

En 1957 se puso la albiceleste para defenderla en el Sudamericano de Lima, Perú y cinco años más tarde hizo lo propio con la "azzurra" en el mundial de Chile 1962.
Apenas un año antes había obtenido el Balón de Oro al mejor jugador de Europa. Nada menos.

Este hombre que cumplió 69 años el pasado dos de octubre jugó en River un total de 63 partidos y marcó 28 goles. En Juventus lo hizo en 215 cotejos con 134 tantos y en Napoli 63 con 12.

Una vez que colgó los botines fue entrenador de su querido River, Rosario Central, Estudiantes, Racing Club y Vélez Sarsfield, como así también del seleccionado argentino con el que se clasificó para la Copa del Mundo de Alemania 1974, pero renunció antes de participar en ese certamen ecuménico.

Números, apenas estadísticas en definitiva, como esa pancreatitis a la que no pudo gambetear pese a ese notable talento con el que supo sortear también otras difíciles instancias de su vida.

Por ella hoy Sívori empezó a ser recuerdo. Por eso será leyenda. Porque en él el potrero seguirá vivo por siempre, aunque cada vez queden menos espacios para que "los purretes", como a él le gustaba decir, tengan su mundo para compartir con la pelota.

Sus restos eran velados desde las 22 en la cochería Lasalle de Francia 321, en su entrañable San Nicolás, donde serán cremados mañana a las 15 en el cementerio privado Memoria Celestial.

Su hijos, el empresario futbolístico Néstor y Miriam Susana, y su esposa, María Elena Casas, ya lo extrañan. El fútbol mundial lo instaló en la cima hace tiempo. Una pena, porque como grande que era, no hacía falta la muerte para consumar ninguna reivindicación.

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