27 de noviembre 2019 - 00:01

"Reinos": un olvidado diario íntimo da lugar a seductora obra teatral

Margarita Molfino, la nieta, generó la obra junto con Agustina Muñoz y Romina Paula. Se verá hasta el 15 de diciembre en el teatro Sarmiento.

Reinos. Mariano Saborido, Susana Pampín y Margarita Molfino, también autora y directora de “Reinos”, junto con Agustina Muñoz y Romina Paula.

Reinos. Mariano Saborido, Susana Pampín y Margarita Molfino, también autora y directora de “Reinos”, junto con Agustina Muñoz y Romina Paula.

El diario íntimo que una abuela llevó en su juventud en los años 30 fue el disparador de “Reinos”, obra escrita y dirigida por Margarita Molfino, Agustina Muñoz y Romina Paula, que se presenta en el Teatro Sarmiento del Complejo Teatral Buenos Aires hasta el 15 diciembre. El manojo de hojas viejas, atadas por un cordón, apareció en el fondo de un armario. “Empecé a escuchar la voz de una abuela que no conocía”, evoca Molfino en diálogo con este diario. “Era otra persona. Ella era ama de casa, reservada, católica, y en la escritura veo una mujer con un torrente emocional inagotable, con pensamientos frondosos y encriptados”.

El elenco está integrado por Rosario Bléfari, Mariana Chaud, Margarita Molfino, Susana Pampín, Camilo Polotto y Mariano Saborido. La música original es de Liza Casullo, el vestuario de Gabriela A. Fernández, y la escenografía e iluminación de Matías Sendón. Dialogamos con Molfino.

Periodista: ¿La obra responde al formato de biodrama creado por Vivi Tellas o por azar?

Margarita Molfino: Nace a partir de mi encuentro con los diarios de mi abuela Leonor. Se los mostré a Romina y Agustina; mientras lo leíamos con la idea de hacer algo juntas, Vivi Tellas llamó a Agustina cuando programaba el año y se lo contamos. De inmediato le gustó. Sabíamos que queríamos hacer algo pero no exactamente qué, hasta que fue tomando forma.

P.: ¿Cómo encontró esos diarios?

M.M.: Ella murió en 2011, tuvimos una linda relación. Mi madre los encontró vaciando la casa para venderla. Estaban en el placard, debajo de su vestido de novia, o más bien los retazos de lo que había sido el vestido; al lado conservaba su enagua y otros accesorios. Nadie sabía que guardaba eso, era el diario de su juventud. Mi mamá me llamó inmediatamente a mi y me lo mostró.

P.: ¿Por qué a usted?

M.M.: Porque ella era su única hija mujer, y yo lo soy también de mi mamá. Con su muerte estuvimos muy conmovidas, lo del diario lo tomo como una suerte de legado femenino. Cuando contamos en la familia que había un diario todos querían leerlo, primos, otros hijos, y los convencí a todos: me comprometí a pasarlo para que se pudiera leer con la condición de que yo me quedara con él. Lo fui pasando a word pero fue un proceso largo de lectura, interpretación, y tuvimos un diario online con la familia por el que yo iba subiendo las nuevas páginas.

P.: ¿Qué encontró en el diario?

M.M.: Primero hubo que descifrarlo. Estaba escrito en tinta, precioso, con letra bien chiquita, sobre hojas viejas, cuadriculadas. Las palabras que no entendía por la letra las deducía mi mamá; yo le sacaba fotos, marcaba las dudas y mamá me traducía; lo fuimos dilucidando así.

P.: ¿Y qué fue lo que más la impresionó?

M.M.: Primero el nivel de su escritura, siendo que no terminó ni la primaria, pero escribía como los dioses. Empecé a investigar con mamá y amigas. Mi abuela no tuvo acceso por ser mujer, porque sus hermanos terminaron carreras universitarias, así que se formó sola, fue autodidacta. Habla de cultura, se formaba en su casa, le llevaban libros y música. Y a su vez criaba gallinas, podaba el pasto, alimentaba a los perros, juntaba los huevos. Me llamó la atención su escritura, cómo se vuelve algo vital, porque escribía diariamente y, cuando no, se lamentaba. Algo de esa escritura que no está pensada para ser leída o culminar como producción artística resulta tan rica y termina siéndolo para mí. Hace una observación minuciosa de la naturaleza tan hermosa, y a la vez escribe también poesía y habla de sus versos, que le gusta escribir; pero esa poesía no es tan interesante como el diario íntimo. Me llevó tiempo darme cuenta de algunas cosas; por ejemplo, lo que yo creía que eran personas, eran animales. Habla de Ariel y era su caballo, con quien tenía un vínculo especial. Eso de los reinos aparece mucho, el animal y el humano, en una relación más fluida, de mujer de campo, en contraste con nosotras que somos de ciudad.

P.: ¿Qué diferencias encontró entre las mujeres de entonces y las de hoy?

M.M.: De formación, pero sin embargo hay una pulsión vital femenina y por este tipo de expresiones vemos cuántas cosas nos vinculaban con esa generación. Con todas nuestras diferencias, hay algo de ese legado, de esa mujer escribiendo, que hoy se ve en las luchas femeninas y se vienen dando de mucho antes. Ella estaba resistiendo en el campo, se lamentaba de no poder ir a la ciudad y no tener vínculos sociales, su acto de escritura era un acto de resistencia.

P.: ¿Cómo pasaron de la lectura a montar una obra de teatro?

M.M.: No nos focalizamos en mi abuela sino en todas esas mujeres que debieron hacer este tipo de cosas. A partir de ahí empezamos a leer a las hermanas Brönte, a Virgina Wolf, Jane Austen, y pensamos en mujeres que escribieron para ser leídas o para no serlo. Ese es el legado y resuena con nuestro lenguaje, que es el del teatro, no es ni la vida en el campo ni la de mi abuela. Aparecen cosas como el cuerpo, el cómo contar las cosas y qué pasa cuando no se cuentan. Lo mejor son esos temas que no fueron pensados de antemano y emergieron en la escritura.

P.: ¿Cómo fue la experiencia de trabajar en una sala oficial?

M.M.: Tuvimos más recursos. A la vez es otro modo de trabajar, con áreas y departamentos. Para nosotras eso es raro porque venimos creando en el off. Fue un placer contar con tanta minuciosidad en el vestuario, escenografía, luces; todo fue pensado desde cero, lo que le da otra poética que en el off es más arrebatada.

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