4 de mayo 2007 - 00:00

Caribe: gira de compras y algo mas

Caribe: gira de compras y algo mas
Escribe Martín Garrido

Desde el primer charter de Cristóbal Colón fue territorio de ilusiones. Los conquistadores soñaban hacerse la América con las riquezas indígenas que otros esperaban robarse como el tesoro de los Piratas del Caribe versión Johnny Depp. Otros, buscando la Fuente de la Eterna Juventud, siguiendo las pistas de Juan Ponce de León desde Puerto Rico a Florida cuando todavía no se habían inventado los spas. Y muchas/os persiguiendo ofertas en los free shops, que son las jugueterías para grandes en cada isla, en los «Ports of call» usando la denominación de puntos de escala en el inglés que es el esperanto cotidiano en esta era globalizada.
Es un mar a la medida de cada sueño que generalmente tiene un capítulo de ojos muy abiertos para hacer compras porque el shopping es un deporte preferido del turista, incluso de los que dicen abominarlo. En los barcos hay charlas de orientación para sus pasajeros antes de cada destino que tienen alto rating y pueden seguirse por circuito cerrado sin salir del camarote para mantener la privacidad. Lo mismo que al tocar Buenos Aires por medio día para invadir la calle Florida o el Barrio Norte. Generalmente los expertos sugieren lugares confiables, las tiendas más conocidas libres de impuestos donde aceptan tarjetas que es otra manera de protegerse. Aunque siempre la mejor vacuna para no contraer enfermedades de bolsillo es autoprevenirse y no tener apuro porque el metejón a primera vista suele ser mal consejero. El problema es que el barco se va en pocas horas y no se quedará a esperar a nadie a menos que sea el propio dueño del yacht, que ésa es otra historia versión Onassis y continuadores.

La ONU sobre el agua

Tomar un crucero es conocer personalmente el menú antes de pedir los platos principales dentro de una carta enorme. El Mar Caribe o las Antillas abarcan unos 1.940.000 kilómetros cuadrados (menos que el Mediterráneo con 2.510.000). No sólo son islas porque incluye territorios sobre el Golfo de México, las costas de Nicaragua, Costa Rica, Panamá, Colombia o Venezuela. Si bien comparten el clima que es una constante primavera-verano de todo el año, la diversidad cultural es amplísima porque los colonizadores dejaron la marca en el orillo.
Eso lo vemos en las ex posesiones españolas (Cuba, Dominicana, Puerto Rico) lo mismo que en las francesas (Martinica, Guadalupe, St. Barth, incluso en Haití), inglesas (Jamaica, Cayman, Anguila, Antigua, Santa Lucía, Trinidad Tobago e islas Vírgenes) sin olvidar las holandesas (Aruba, Bonaire, Curaçao) hasta las huellas dinamarquesas en las Vírgenes de Estados Unidos. Destacando a St. Maarten y St. Martin que, en un territorio no mayor que el barrio de Belgrano, conviven manteniendo sus costumbres holandesas o francesas sin pasos fronterizos con una capital parecida a Amsterdam y otra con nostalgia de París.
Y, en todos los casos, aunque la mayoría de los estados declaró su independencia, sus prácticas comerciales se orientan por los estilos de las viejas metrópolis: cuando uno compra una moneda de oro de un galeote hundido en las islas Cayman el certificado parece extendido en Londres aunque el vendedor sea de color. En realidad habría que llamarlo afroinglés para ser políticamente correcto.

Luna de Miel con diamantes

Las alhajas hacen juego con este paraíso para la Luna de Miel. En firme o en leasing porque casarse una vez no basta e igualmente son válidas las cartas compromiso firmadas sobre la arena. Si bien el amor puede ser fugaz no pasa lo mismo con las joyas que siempre mantienen su valor. No hay pichinchas en este rubro porque lo que vale, cuesta. Puesto que una cosa es un artículo de serie tipo Hong Kong, otro una buena pieza italiana sin gran nombre detrás y finalmente el nivel que valdría la canción de Marilyn Monroe asegurando que «Los diamantes son para siempre».
La mejor garantía es el prestigio del vendedor y, conociendo ese valor, hay firmas que lo mantienen en distintas localizaciones. Por ejemplo, entre otras -dentro de una pequeña minoría- Little Switzerland, Hans Stern, A.H.Riise, Amsterdan & Sauer y por supuesto los propios locales de Cartier o tiendas que representan legalmente a varias marcas como Tiffany, Rolex, etcétera.
Sin embargo en algunos puertos hay pequeñas ventajas en la variedad del surtido sin desmedro de la autenticidad y calidad que es lo que realmente importa. Es el caso de Charlotte Amalie en las islas Vírgenes de Estados Unidos con su Main Street cortada por varios pasajes, o Philisburg, la capital holandesa de St. Maarten.

Truchos con etiquetas

Es difícil que nadie compre una joya falsa atraído por un precio inferior que el que debe esperarse. En ese sentido el Caribe es ámbito de ricos, y éstos suelen conocer lo que vale cada cosa, desde un brillante a la reventa de un partido Boca-River o la mejor ubicación en un recital de rock de moda. Sin embargo, ese riesgo se corre en artículos de menor precio pero de gran marca. Lo mismo que en Canal Street en Nueva York, o en las calles del sudeste asiático, hay imitaciones que resultan muy difícil de distinguir de un original de L. Vuitton. Incluso una persona muy conocida puede tranquilamente usarlas sin que se sospeche la falsificación. En grandes fiestas sociales, las dueñas de un collar valioso pueden llevar una copia por seguridad. Sin caer en el extremo de la fiesta del Oscar donde un cuerpo de custodios es encargada de entregar al borde del escenario el brazalete legítimo que van a lucir las artistas para las pantallas de TV y lo reciben de vuelta apenas hacen mutis por el foro.
El riesgo más sofisticado se corre con algunas marcas que franquician sus productos y, en algunos casos, autorizan que se fabriquen artículos con su nombre. Es una operación legal, no hay más engaño que el del propio comprador que no valora la advertencia que le indica el precio. Es lo que le pasó a Suzy Gershman, una gran periodista especializada en moda cuando la sorprendió lo bajo que era el precio que le pedían por una cartera de Gucci. El local tenía ese nombre, el papel de envolver y la caja protectora también y recién al fijarse en el interior pudo leer una etiqueta que decía Made in Salvador en lugar del previsible Made in Italy.
Todo huele bien en un Duty Free, no importa el lugar en que se encuentre. Las fragancias estimulan a comprar. Y, en general, los precios suelen ser inferiores que los habituales en el comercio porque no pagan impuestos lo mismo que en el alcohol y los cigarrillos. Eso es real, pero no suele haber diferencias entre las distintas islas porque los distribuidores son los que fijan los márgenes y venden por igual en unas y otras. El eventual comprador que pasa de un puerto a otro no va a encontrar diferencias notables. Salvo en algún rubro promocional que sirva de anzuelo, como las ofertas en un supermercado. Además, por amplio que sea el surtido a la vista, no todas las marcas están en los free shops. Hay fabricantes que sólo venden en sus propios locales o en representantes autorizados porque eso mantiene su aureola de exclusividad como Hermes. O que reservan algunas fragancias. Por eso, es tan frecuente que cuando uno está por viajar a París, le encarguen un extracto que sólo se puede encontrar allí porque el perfume es algo muy personal. Y no hay hecho que se agradezca más aunque uno lo cobre porque no es un regalo sino un favor.
Además, como lo saben las mejores narices, las fragancias no son iguales aunque tengan el mismo nombre. Por eso conviene verificar el lugar de fabricación que dice el envase. Es cierto que el original francés parece más fuerte y dura más que uno hecho en Estados Unidos. Aunque sean igualmente legítimos. Sucede que son diferentes, porque en EE.UU. sólo autorizan los alcoholes desnaturalizados mientras que en Europa emplean los de papa. Por iguales razones puede haber diferencias también en los cosméticos según los ingredientes permitidos o no.
En el Caribe lo más conveniente, si se busca un perfume galo con este acento francés, es buscarlo en el centro de compras sobre Marigot en St. Martin o en las otras islas francesas, incluyendo la diminuta St. Barth donde no permiten amarrar a los grandes cruceros aunque sus tiendas sobre el agua parecen tomadas de una calle de París.

Postdata a cuenta

Al margen de la «gran compra» que se puede dar entre las islas en joyas, relojes, cámaras fotográficas, etc. sin caer en el espejismo de un precio excepcional, la mejor compra es el Caribe mismo en los seis meses sin huracanes. Es un clima afrodisíaco que no es cuento porque desde aquí llegó Josefina a enamorar a Napoleón Bonaparte, y es donde pasa sus vacaciones Naomi Campbell. Propicio a la imaginación del otro yo de James Bond porque en Jamaica lo creó Ian Fleming. Con una temperatura y humedad que la convierten en un spa natural donde cualquier mujer se cree Jennifer López. Con la música funcional más pegadiza del mundo: calipso, reggae, merengue, son, rumba, salsa, habanera, chachachá de los ídolos universales Bob Marley, Ernesto Lecuona, Tito Puente, Pérez Prado, Juan Luis Guerra, Rubén Blades o el legendario Club Buena Vista. Y por último, pero no menos importante, tierra de ensueños, mitos, magia, religión, santería, vudú como nos contaron y siguen contando los que nacieron junto a sus aguas turquesas: Alejo Carpentier, Nicolás Guillén, Aime Cesaire, Manuel del Cabral, o los Premios Nobel Derek Walcott, de Santa Lucía con su mezcla africana, inglesa, holandesa, y V.S.Naipul, de Trinidad, hijo de un padre indio y uno de los mayores prosistas en la lengua de Shakespeare.
Con este telón de fondo la leyenda continúa, desde el exilio en Bahamas como gobernador del príncipe de Gales que cambió un trono por una mujer, con Chris Blackwell que produjo a Bob Marley y U2 o el tropezón de Gary Hart que por una escapada con la modelo Donna Rice a Bimini vio cortada su carrera presidencial cuando era el gran candidato demócrata. En ese mismo lugar de Bahamas, el Completa Angel Hotel es fuente de curiosidad por esa historia de amor desplazando el interés por otro viajero ilustre, Ernest Hemingway, que le dedicó páginas en su novela «Islas en el Golfo», porque la había frecuentado para gambetear la prohibición de la Ley Seca y tener alcohol para sus mojitos.

Dejá tu comentario