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Charlas de quincho
Numerosas reuniones y comidas el fin de semana produjeron quinchos abundantes, en el país y en el exterior, de los cuales brindamos al lector una primera parte y mañana el complemento. En Washington, un inesperado almuerzo con la cúpula del FMI repercutió sobre el ministro de Hacienda argentino no sólo en lo económico sino también en lo capilar. Allí estuvimos, y también nos enteramos de lo que se habló en elegante restorán italiano sobre las recomendaciones de un ex convicto. Y, desde ya, los festejos brasileños por el Mundial, vistos desde una terraza del Copacabana Plaza, alegría compartida por el mundo gay, que celebró a la par su día de «orgullo».
• Junto a los tres, también se sentaron Anoop Singh, Guillermo Nielsen -a pesar de la amistad común con Lavagna, en abierta contradicción por las formas que éste asume frente a la prensa, fuente de toda conspiración según le atribuyen al ministro- y Guillermo Zocalli, el delegado argentino ante el instituto. Había paz antes de empezar: Köhler había logrado otro favor para la Argentina gracias a la opinión de Francia, China y Brasil, contra lo que expresaba la Krueger, quien parecía seguir la misma línea de dureza que expresaban el Tesoro norteamericano y Paul O'Neill (en rigor, éstos ofrecían tiempo y crédito, pero se oponen a entregar dinero fresco al país, desconfían de su utilización ya que creen que se puede despilfarrar o hurtar, como en Rusia). Tan fuerte había sido la reunión sobre el caso argentino que Köhler, en un momento de tensión, le había dicho a la Krueger: «Si usted quiere que el país se caiga, no seré yo quien le ponga la firma a esa decisión». Un gesto, un ultimátum que en Buenos Aires agradecía sin conocer al autor el matrimonio Duhalde, en ese momento trastornado por los muertos de Avellaneda y confesándose -¿tal vez con monseñor Casaretto?- por esa tragedia urbana.
• En el Milano de Georgetown, distendidos, consumieron el plato recomendado por el chef Andrea Pace: unas pastas al «semi Alfredo», que obviamente son un remixado light -delicadísimo, claro, con crema, manteca y parmesanode las «Alfredo» de Roma.Versado en más de un tema, Guelar contó como si fuera una religión el evolucionado proceso italiano de la pasta al triple burro y el origen del estilo «Alfredo». Hubo un rato de crítica cuando se objetó la acción de un grupo lobbysta que actúa para el gobierno Duhalde (al que se le pagan 750 mil dólares por semestre), que no habría sido un intermediario adecuado con la administración Bush. Extraño porque, en alguna medida, muchos son republicanos. Pero, de cualquier manera, parece que Lavagna revisaría este contrato (al menos, el estipendio), que data de su antecesor, Jorge Remes Lenicov, y cuya suspensión provocará faltantes en varios presupuestos familiares. Se sospecha que Eduardo Amadeo y Lisandro Barry, un ex colaborador de Remes, serán quienes más se opongan a esta cesación.
• Nadie ignoraba que era una preparatoria, un anticipo de la visita que hará Jorge Batlle a Buenos Aires luego de que el presidente uruguayo dijera algunas verdades sobre la Argentina y cometiera, al mismo tiempo, una gigantesca equivocación («todos los argentinos son ladrones»), que lo obligó a disculparse públicamente y asumir una actitud plañidera no frecuente entre los mandatarios del mundo (pasará a la historia como el Mundial del '50 en el Maracaná y la tarde que lloró Batlle). Para volver a la normalidad, aunque no parecen los días más normales para ese intento en el país, el embajador uruguayo convocó a una cena en la residencia que alguna vez fue de la familia Méndez Gonçalves, edificada por un arquitecto húngaro en 1929, rociada con malbec (Zucardi) y champagne francés. Si es necesario recuperar modales y trato, lo mejor es bien equipado. Tampoco faltó el asado y, como previa, una entrada de chorizos, morcillas, mollejas y provoletas. Curiosamente, no hubo pamplonas ni chotos («chinchulines de cordero»), tampoco otras exquisiteces «a la tela», típicas de los menús uruguayos. Ni siquiera la última novedad que hace furor en la Banda Oriental: el chorizo, menos grasoso, preparado en forma de hamburguesa. No habrá plata pero sí ingenio.
• Llamó Duhalde a Fernando Henrique Cardoso. Gracias. Llamó Hugo Chávez e hizo su programa de TV «Hola presidente», vestido con la camiseta brasileña. Hasta salió a la calle así vestido. Lo que es el amor vecinal de uno y de otro. El factor político no es menor en este campeonato: Lula se equivocó, estaba contra el DT Luiz Felipe Scolari. Se llegó a reír de él: «Scolari es como Malan, los dos saben cómo hacerlo pero no lo hacen». Interpretaba el sindicalista de izquierda y hoy fuerte candidato un pensamiento general: la selección no era sólida y Scolari, un irreverente (quien, para colmo, colgó a Romario). Pero, ahora, todos dicen que el DT fue el factor del triunfo, casi más que los jugadores, ya que este «gaúcho» que siempre toma mate apeló a cualquier recurso emocional para robustecer el espíritu de los jugadores (hasta contrató a una psicóloga que les pasaba videos a los players de cuando eran pequeños y soñaban con ser cracks).
• Nadie, salvo el gobierno y el propio Lula, parecía inquietarse por el efecto del campeonato en las próximas elecciones (octubre). Se bailaba en Rio y en todo Brasil sin otro pensamiento. Pero Cardoso ya pidió ver al equipo en Brasilia y debió negociar con el titular de la asociación del país, menos sensible al poder político que en la Argentina. Cada vez que ganaba el seleccionado, Lula bajaba en las encuestas. ¿Ahora qué pasará? Lo cierto es que Scolari es mejor candidato que José Serra, el delfín de Cardoso. Si él quiere, hasta puede demoler a Lula. Habrá que ver, mientras anoche seguía la extenuante algarabía, el Rio de gente como se ve en pocas ocasiones, al menos en cinco. Tudo bem.
• Vamos a terminar con un chiste de la línea antifeminista (o, si se quiere, muy feminista):
La CIA debía cubrir una vacante para un asesino profesional. Se presentaron centenares de postulantes y, luego de atravesar duras pruebas, sólo llegaron a la final dos hombres y una mujer. Los instructores, entonces, les encomendaron una última tarea para decidir quién era el más apto. Llamaron al primer hombre, y dándole un revólver le dijeron: «Vaya a ese cuarto, allí está su esposa sentada. Mátela». El hombre se espanta y les dice: «No, no puedo hacer algo así». «Muy bien», le respondieron los instructores. «Tome a su mujer y váyase. Usted no sirve para el puesto». A continuación, hicieron la misma prueba con el segundo hombre, quien al ver lo que ocurrió con el primero se atrevió un poco más: entró al cuarto, se acercó a su esposa, pero antes de gatillar empezó a temblar y terminó arrojando el arma al suelo. «Me voy, no sirvo», dijo amargado. Entonces le llegó el turno a la mujer. «Ya lo sabe», le dijeron los instructores. «En ese cuarto verá a su marido en una silla. Mátelo». La mujer tomó el arma, entró decidida al cuarto, y desde allí los instructores oyeron seis disparos seguidos.A continuación, luego de un breve silencio, un estruendo infernal de gritos, forcejeos y golpes.Al rato la mujer, agitada, arañada, salió furiosa del cuarto y enfrentó a los de la CIA: «¿Por qué no me dijeron que eran balas de fogueo?», les gritó. «¡Lo tuve que matar a golpes con la silla!»
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