1 de julio 2002 - 00:00

Charlas de quincho

Numerosas reuniones y comidas el fin de semana produjeron quinchos abundantes, en el país y en el exterior, de los cuales brindamos al lector una primera parte y mañana el complemento. En Washington, un inesperado almuerzo con la cúpula del FMI repercutió sobre el ministro de Hacienda argentino no sólo en lo económico sino también en lo capilar. Allí estuvimos, y también nos enteramos de lo que se habló en elegante restorán italiano sobre las recomendaciones de un ex convicto. Y, desde ya, los festejos brasileños por el Mundial, vistos desde una terraza del Copacabana Plaza, alegría compartida por el mundo gay, que celebró a la par su día de «orgullo».

• Dicen que el hombre pierde el cabello según las estaciones o que encanece, de repente, por determinado shock o caos depresivo. Para Roberto Lavagna, a quien ya le queda poco y el que le queda se ha vuelto casi blanco, la experiencia del último viernes todavía será más gravosa en su tejido capilar. A la mañana casi se arrancaba los pelos porque no había un sí, al mediodía -luego del examen del almuerzo- advirtió que se le caían y que había envejecido varios años de golpe. Todo por culpa del Fondo Monetario Internacional. Tembló cuando le dijeron en Washington: Horst Köhler, titular del organismo, te invita a almorzar. ¿Cómo? -interrogó- ¿no era que se iba fuera de la ciudad? Se queda, le replicaron, también Anne Krueger, su segunda, quien postergó otro viaje. Entonces, él mismo cambió su vuelta a la Argentina y partió hacia el reservado de Köhler, en el segundo piso del FMI, una sala de 6 por 5 que dispone de una mesa siempre lista para comer. Eran las 12 y veinte pasadas, el mozo ofreció tres opciones: pescado, carne o pollo. Menos el ministro (pollo salseado), todos pidieron la trucha. Y coincidieron en tomar vino a pesar de que se trataba del mediodía. Es que concluía una semana azarosa, le daban una oportunidad más a la Argentina y Lavagna superaba los 7 peores días de su vida profesional, confesando dificultades gástricas más serias que la dispepsia que siempre embargaba a José Luis Machinea. Por no hablar del problema del cabello.

• Junto a los tres, también se sentaron Anoop Singh, Guillermo Nielsen -a pesar de la amistad común con Lavagna, en abierta contradicción por las formas que éste asume frente a la prensa, fuente de toda conspiración según le atribuyen al ministro- y Guillermo Zocalli, el delegado argentino ante el instituto. Había paz antes de empezar: Köhler había logrado otro favor para la Argentina gracias a la opinión de Francia, China y Brasil, contra lo que expresaba la Krueger, quien parecía seguir la misma línea de dureza que expresaban el Tesoro norteamericano y Paul O'Neill (en rigor, éstos ofrecían tiempo y crédito, pero se oponen a entregar dinero fresco al país, desconfían de su utilización ya que creen que se puede despilfarrar o hurtar, como en Rusia). Tan fuerte había sido la reunión sobre el caso argentino que Köhler, en un momento de tensión, le había dicho a la Krueger: «Si usted quiere que el país se caiga, no seré yo quien le ponga la firma a esa decisión». Un gesto, un ultimátum que en Buenos Aires agradecía sin conocer al autor el matrimonio Duhalde, en ese momento trastornado por los muertos de Avellaneda y confesándose -¿tal vez con monseñor Casaretto?- por esa tragedia urbana.

• A pesar de la inesperada actitud de Köhler, igual hubo que bancar al funcionario en el almuerzo. Tanto que sólo él y Lavagna hablaron (el ministro, aún turbado por una caída sin red, ni siquiera probó bocado). Pero, gracias al paracaídas auxiliar de Köhler que lo salvó del desastre, volvió a sostener el programa monetario del cual tanto desconfía el FMI. Insistió, como lo había hecho en la Argentina ante Mario Blejer y los banqueros, en que, a pesar de estar a favor de un bono obligatorio, éste era inviable por el rechazo triple de la gente, los legisladores y los jueces. Köhler, a su vez, reiteró que a su juicio sería insoportable la emisión para ese bono optativo, con desagradables consecuencias sobre el dólar y la estabilidad de los bancos. Lavagna recitó lo mismo y conocido: «Tienen que admitir que el caso argentino es peculiar, no se conoce ningún país que haya cambiado de régimen monetario sin financiamiento, como se hizo en la Argentina». Parecía que hablaba de otro gobierno. Köhler contestó: «Mire, diga lo que quiera, tienen una oportunidad, pero no estoy convencido». Allí se montó Lavagna: «Tratemos de convencernos juntos, ¿por qué no creamos una comisión internacional para analizar este programa monetario, podría encabezarla Paul Volker si le parece?», adoptando una idea ya lanzada por Michel Camdessus, otro ex titular del FMI, y en la cual todos se quieren anotar porque observan a Economía sin recursos ni ideas para salir del «corralito» y enfrentar la reforma bancaria. Consintió Köhler, calló la Krueger -lastimada en apariencia por la derrota de la mañana- y partieron hacia un fin de semana reparador, lejos de la burocracia de Washington. Lavagna, en cambio, descubría un humor no habitual en su personalidad y empezaba a hacer chistes con sus colaboradores; siguió toda la tarde y también a la noche, cuando fueron a festejar al Café Milano, invitados por los fondos públicos del embajador Diego Guelar, para disiparse luego caminando durante una hora frente a la remodelada ribera del Potomac. «Lo que es el progreso», confesaban ante la obra terminada, olvidando que alguna vez criticaron Puerto Madero porque lo había hecho otro.

• En el Milano de Georgetown, distendidos, consumieron el plato recomendado por el chef Andrea Pace: unas pastas al «semi Alfredo», que obviamente son un remixado light -delicadísimo, claro, con crema, manteca y parmesanode las «Alfredo» de Roma.Versado en más de un tema, Guelar contó como si fuera una religión el evolucionado proceso italiano de la pasta al triple burro y el origen del estilo «Alfredo». Hubo un rato de crítica cuando se objetó la acción de un grupo lobbysta que actúa para el gobierno Duhalde (al que se le pagan 750 mil dólares por semestre), que no habría sido un intermediario adecuado con la administración Bush. Extraño porque, en alguna medida, muchos son republicanos. Pero, de cualquier manera, parece que Lavagna revisaría este contrato (al menos, el estipendio), que data de su antecesor, Jorge Remes Lenicov, y cuya suspensión provocará faltantes en varios presupuestos familiares. Se sospecha que Eduardo Amadeo y Lisandro Barry, un ex colaborador de Remes, serán quienes más se opongan a esta cesación.


• Sin el FMI de por medio, aunque sea transitorio, el grupo antes de irse a caminar habló sobre el caso del presidente hondureño, que desapareció 6 días sin avisar. Materia ideal para Guelar -a Chiche Duhalde la horroriza que al embajador le gusten estos temas-, quien disertó con gracia sobre Ricardo Maduro, con menos de un año de gobierno, el que se ocultó en apariencia con una diplomática española, Aguas Santas Ocaña, en una habitación del Hotel Excelsior de Roma. Uno, 56, divorciado, la otra, 39, y parece que también probaron los fideos a la «Alfredo» una vez que dejaron el cuarto de la Vìa Veneto. El slogan de Maduro era: «Con Maduro, futuro seguro». Lavagna y Cía. escuchaban complacientes lo que fuera, había pasado lo peor, por lo tanto tampoco se molestó cuando Guelar -como un antecedente para la Argentina- reveló el éxito de Ron Cohn, un ex convicto de guante blanco que puso una empresa en Dallas (The Client Advisory Group) para asesorar a «gente bien que le fue mal» y termina en la cárcel. Ha escrito un manual sobre cómo sobrevivir en prisión, evitar otras injurias complementarias, la forma de negociar con los guardiacárceles, trato con los abogados, y hasta elaboró una lista de los mejores presidios de EE.UU. Recomienda Fort Walton Beach Florida, pues tiene playa, palmeras, canchas de tenis, y los presos están en celdas sin llave. Como señalaba Guelar, este material informativo se lo envió a mucha gente de la Argentina por e-mail, ya que siempre hay quienes desean aprender de todo.

• Nadie ignoraba que era una preparatoria, un anticipo de la visita que hará Jorge Batlle a Buenos Aires luego de que el presidente uruguayo dijera algunas verdades sobre la Argentina y cometiera, al mismo tiempo, una gigantesca equivocación («todos los argentinos son ladrones»), que lo obligó
a disculparse públicamente y asumir una actitud plañidera no frecuente entre los mandatarios del mundo (pasará a la historia como el Mundial del '50 en el Maracaná y la tarde que lloró Batlle). Para volver a la normalidad, aunque no parecen los días más normales para ese intento en el país, el embajador uruguayo convocó a una cena en la residencia que alguna vez fue de la familia Méndez Gonçalves, edificada por un arquitecto húngaro en 1929, rociada con malbec (Zucardi) y champagne francés. Si es necesario recuperar modales y trato, lo mejor es bien equipado. Tampoco faltó el asado y, como previa, una entrada de chorizos, morcillas, mollejas y provoletas. Curiosamente, no hubo pamplonas ni chotos («chinchulines de cordero»), tampoco otras exquisiteces «a la tela», típicas de los menús uruguayos. Ni siquiera la última novedad que hace furor en la Banda Oriental: el chorizo, menos grasoso, preparado en forma de hamburguesa. No habrá plata pero sí ingenio.

• Festejo por el día del «orgullo gay» y Brasil campeón del mundo (o pentakahnpeón, como decían ayer en «homenaje» al alemán Oliver Kahn). No es lo mismo pero se festejó junto. Para los brasileños era una copa (así llaman al Mundial) que se anticipaba pálida y la celebración la vivimos desde la terraza del Copacabana Plaza, con 28 grados y sin una nube. Cerraron la avenida Atlántica y el circuito costero se hizo un paseo peatonal gigantesco verde y amarillo. Cerveza para todos y ruidos de todo tipo: estruendo en la costa con los artificios y también por las ametralladoras de la favela Vidigal, arriba del Sheraton. País libre, cada uno festeja como quiere. Si no alcanzaba esto, más la música, claro, se vendió un millón de bocinas de gas, una locura.

• Llamó Duhalde a Fernando Henrique Cardoso. Gracias. Llamó Hugo Chávez e hizo su programa de TV «Hola presidente», vestido con la camiseta brasileña. Hasta salió a la calle así vestido. Lo que es el amor vecinal de uno y de otro. El factor político no es menor en este campeonato: Lula se equivocó, estaba contra el DT Luiz Felipe Scolari. Se llegó a reír de él: «Scolari es como Malan, los dos saben cómo hacerlo pero no lo hacen». Interpretaba el sindicalista de izquierda y hoy fuerte candidato un pensamiento general: la selección no era sólida y Scolari, un irreverente (quien, para colmo, colgó a Romario). Pero, ahora, todos dicen que el DT fue el factor del triunfo, casi más que los jugadores, ya que este «gaúcho» que siempre toma mate apeló a cualquier recurso emocional para robustecer el espíritu de los jugadores (hasta contrató a una psicóloga que les pasaba videos a los players de cuando eran pequeños y soñaban con ser cracks).

• Nadie, salvo el gobierno y el propio Lula, parecía inquietarse por el efecto del campeonato en las próximas elecciones (octubre). Se bailaba en Rio y en todo Brasil sin otro pensamiento. Pero Cardoso ya pidió ver al equipo en Brasilia y debió negociar con el titular de la asociación del país, menos sensible al poder político que en la Argentina. Cada vez que ganaba el seleccionado, Lula bajaba en las encuestas. ¿Ahora qué pasará? Lo cierto es que Scolari es mejor candidato que José Serra, el delfín de Cardoso. Si él quiere, hasta puede demoler a Lula. Habrá que ver, mientras anoche seguía la extenuante algarabía, el Rio de gente como se ve en pocas ocasiones, al menos en cinco. Tudo bem.

• Vamos a terminar con un chiste de la línea antifeminista (o, si se quiere, muy feminista):

La CIA debía cubrir una vacante para un asesino profesional. Se presentaron centenares de postulantes y, luego de atravesar duras pruebas, sólo llegaron a la final dos hombres y una mujer. Los instructores, entonces, les encomendaron una última tarea para decidir quién era el más apto. Llamaron al primer hombre, y dándole un revólver le dijeron: «Vaya a ese cuarto, allí está su esposa sentada. Mátela». El hombre se espanta y les dice: «No, no puedo hacer algo así». «Muy bien», le respondieron los instructores. «Tome a su mujer y váyase. Usted no sirve para el puesto». A continuación, hicieron la misma prueba con el segundo hombre, quien al ver lo que ocurrió con el primero se atrevió un poco más: entró al cuarto, se acercó a su esposa, pero antes de gatillar empezó a temblar y terminó arrojando el arma al suelo. «Me voy, no sirvo», dijo amargado. Entonces le llegó el turno a la mujer. «Ya lo sabe», le dijeron los instructores. «En ese cuarto verá a su marido en una silla. Mátelo». La mujer tomó el arma, entró decidida al cuarto, y desde allí los instructores oyeron seis disparos seguidos.A continuación, luego de un breve silencio, un estruendo infernal de gritos, forcejeos y golpes.Al rato la mujer, agitada, arañada, salió furiosa del cuarto y enfrentó a los de la CIA: «¿Por qué no me dijeron que eran balas de fogueo?», les gritó. «¡Lo tuve que matar a golpes con la silla!»

Dejá tu comentario